'Un estrecho valle de blando suelo, verde y húmedo; colinas redondas, apretadas unas contra otras, que lo cierran a los cuatro vientos; aquí y allá, caseríos con los muros de color sangre de toro y la galería pintada de añil; al lado el hórreo, menudo templo, tosco, arcaico, de una religión muy vieja, donde todo lo fuera el Dios que asegura las cosechas...'.
[José Ortega y Gasset]
Impresionante, cuando no inspirada, la descripción que del hórreo hace Ortega y Gasset. Y no obstante un rey, no llamado el Sabio por casualidad, ya reparó en ellos, haciéndoles asentida justicia cuando el copista de la época los tomó como modelo para ilustrar uno de los milagros de Nuestra Señora. Precisamente aquél en el que llenó de grano los vacíos graneros de un monasterio de Jerusalén. Se corresponde con la Cantiga número 187, y cualquiera puede comprobarlo, por ejemplo, observando dicha reproducción en una edición de 1974, realizada por Editorial Patrimonio Nacional (1). Ignoro si será una edición asequible; yo la conseguí por casualidad en la feria del libro de ocasión, celebrada en Madrid en octubre del año pasado.
Cierto es, así mismo, que la intención del copista y hemos de suponer que la aceptación del rey Sabio, más que de honrar a estos menudos templos, toscos y arcaicos de Gasset -que se remontan, cuando menos, a época celta, cuando no anterior (2)- demuestra, en mi opinión, dos detalles fundamentales: su popularidad y su función específica.
Ahora bien, hórreos y paneras conforman construcciones poco menos que únicas, cuyo ámbito de influencia, mayoritariamente, parece característico de dos regiones de la Cornisa Cantábrica: Asturias y Galicia. Dicen los que saben, que hay varios modos de diferenciar a los unos de las otras. Cuadrado y rectángulo, dos símbolos esenciales en la geometría sagrada, serían, en principio, las bases determinantes que, junto al número de pegoyos o bases sustentadoras -de cuatro a seis, la magia de los números también existe- determinarían, sin posibilidad de error, su clasificación: cuadrado y cuatro pegoyos el hórreo y rectángulo y seis pegoyos la panera.
Bien es verdad que, a pesar de darles el aspecto de crustáceos, los pegoyos responden a una hábil cuestión de práctico aislamiento -no olvidemos las humedades de estas tierras- y también, impiden el acceso a los roedores, asegurando la conservación de la cosecha.
Siguiendo una tradición popular, cuyos orígenes resultan imposibles de definir, ya que, de alguna manera, afectan prácticamente a todas las culturas y civilizaciones, el hórreo, como parte integrante de esa unidad familiar o casería, conforma un fenómeno antropológico, cuya línea de representatividad habría que situar en los meandros ancestrales de cultos y filosofías anteriores a la llegada del Cristianismo. De ésta manera, podemos suponer -siempre desde el punto de vista hipotético, desde luego- que los símbolos que se aprecian en muchos de ellos -símbolos de carácter solar y poliskeles celtas, en su mayoría- cumplen una función similar, bajo mi punto de vista, a esas custodias y cruces que encontramos en numerosos dinteles de casas de pequeños núcleos rurales que, hemos de suponer, definían las creencias religiosas de sus moradores y a la vez, servían de conjuraderos para elementos siempre presentes en esa otra variante de la fe -si la tomamos como creencia- que es la superstición.
De tal manera, que no puedo evitar preguntarme, si uno de los factores que podría dar sentido a su presencia estuviera encaminado, precisamente, a conjurar a ese pequeño ejército de seres mitológicos -cuélebres, nuberos, diañus, xanas, etc- que forman parte del rico folklore astur, pero que también han convivido con el campesino durante siglos, formando parte activa de su microvérsico entorno.
Por otra parte, también es cierto que, si hemos de considerar los comentarios que campean junto a algunos hórreos, descubriremos, entre otros, un dato interesante: a través de los símbolos y sus características, se puede hablar de estilos; y a la vez, estos estilos asociarlos con un determinado concejo, independientemente de que el modelo en cuestión, pueda ser también localizado en cualquier otro concejo, aunque de manera más esporádica. Observándolos, se obtienen, así mismo, interesantes apreciaciones en cuanto a su manufactura, pudiendo hacerse una sencilla clasificación:
a) aquéllos que están profundamente grabados en la madera (de forma similar a como los canteros grababan sus símbolos en los sillares de los templos).
b) dibujados en la madera.
c) grabados y pintados.
Curiosamente, en algunos de ellos, se observan inscripciones por encima de los símbolos; como, por ejemplo, en un hórreo que se localiza en el pueblecito de Bandujo, perteneciente al concejo de Proaza. También en Bandujo, se encuentra otro hórreo en el que se aprecia, pintado en la madera, un intercalado cuyos arcos traen a la memoria uno de los modelos de arco característico del monasterio soriano de San Juan de Duero; pero repito, entiéndase esto sólo de manera comparativa.
Llegados a este punto, y sin salir de este curioso y pinturesco pueblecito de Bandujo, tal vez resulte interesante precisar que debajo de algunos hórreos se han encontrado auténticos osarios. Los especialistas creen que se trata de peregrinos que fallecieron en el lugar, pero esto me recuerda la antigua costumbre celtíbera -el ejemplo de Numancia, puede que resulte significativo- de enterrar a los deudos debajo del suelo del hogar.
Por otra parte, llama la atención que en lugares cercanos al Monsacro, donde todavía, siquiera en forma oral y revestidas de un aura de incertidumbre y leyenda, existen tradiciones relacionadas con los templarios, se localicen símbolos que a priori semejan flores de cuatro pétalos pero que, bien observados, disimulan cruces muy similares a la paté. Sería el caso, por ejemplo, de Busloñe.
Por último, al menos de momento, precisar que los hórreos han servido también como viviendas, como partes de herencias familiares y que en algunos lugares -por ejemplo, en el recientemente mencionado Busloñe- están comenzando a perder parte de su tradicional atractivo, siendo sustituída la madera por el espanto del cemento.
El hórreo y sus misterios: un universo en peligro de extinción.
(1) 'Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla', Editorial Patrimonio Nacional, Madrid.
(2) Con ellos y su antigüedad, cabría similar adagio a aquél adoptado por la vox populi del Principado con respecto a una de las familias más notables y antiguas: los Quirós. Aunque existen variantes, una de las más sonadas, sería ésta: 'Antes que Dios fuera Dios / y el sol diera en estos riscos / los Quirós eran Quirós / y los Garridos, Garrido'.
Artículo sacado de mi blog Tras las huellas de los canteros medievales
http://canterosmedievales.blogspot.com/2011/09/los-horreos-y-su-ancestral-simbolismo.html
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