Cuando no hay mas que nosotros mismos para definir quiénes somos y para asegurar qué somos sentimos un brote de terror. No es un alivio repetir que todos vivimos solos: tratamos de evadirnos, nos lamentamos, nos alegramos y regresamos de nuevo a la soledad mientras continuamos ignorando la naturaleza de esa condición. Aunque nunca pudimos verla ni tocarla, todos la sentimos, esta dentro y fuera de nosotros, exacerbada por las características de nuestra sociedad y por esa extraña capacidad de aumentar la soledad de los demás mediante el aumento de la nuestra. Como el cáncer, que simboliza la muerte contemporánea, la soledad sirve de símbolo a la infelicidad contemporánea. Sin saber qué es tratamos de remediarla o culpamos a otros (generalmente a la sociedad) de su existencia. El esfuerzo por terminar con la soledad parece inútil, en ningún lugar se ve realizado semejante objetivo. Lo único que sabemos de ella es que en todas partes significa pérdida (de sentido, de Dios o de otros, y en el pico más alto, pérdida de nosotros mismos).
¿Siémpre existió la soledad? En caso contrario , ¿por dónde comenzó? La palabra existe desde hace mucho tiempo,pero hace relativamente poco tiempo ha tomado ese tono ligado a la depresión profunda. Estar solo no siempre fue considerado algo malo. Aunque en la Biblia se dice que "No es bueno que el hombre este solo", parece que había mas pragmatismo que sentimentalismo respecto a ese experimento llamado Adán.
Otro mito antiguo dice que todas las desdichas e infortunios se encontraban en la cajita que abrió una chica llamada Pandora. Otra leyenda informa que nuestros problemas son invenciones de Psiquis, la hembra desobediente y mortífera que encendio la lámpara y observó a su divino marido, por lo que fue castigada con los dolores existenciales que nos afligen. De acuerdo a todos estos mitos, la soledad apareció en un mundo armonioso por culpa de la mujer, a la que generalmente se describe como astuta, engañosa o demasiado curiosa.
El mensaje de estos textos y alegorías parece indicar que cuando ya no nos contentamos con las cosas tal cual son, cuando empezamos a cuestionar, desafiar y cambiar el entorno según nuestras necesidades -en otras palabras, cuando actuamos con el genio y la precocidad típicos del ser humano- aparecen éstas y otras formas de agonía. El precio que pagamos por nuestro conocimiento es la separación del verbo sagrado, de la naturaleza, de los demás, de nosotros mismos. Nuestro castigo es la verguenza. La ruta de escape del Edén nos conduce luego al narcisismo, a la adicción, a los juicios de divorcio y a otros síntomas de la soledad de nuestro tiempo.
Cuando ganamos algo, perdemos otra cosa. Entendemos cada vez más las funciones corporales y cada vez menos el sentido de nuestras acciones. Nos facina el grado de conocimiento científico al mismo tiempo que nos desalienta nuestra ignorancia sobre el comportamiento humano. La confusión resultante se llama alienación. Su manifestación primera es la soledad.
La soledad es, sin duda, una experiencia común a todos los individuos y en general, causa un sentimiento de malestar. Ya que, en un mundo ideal, el malestar no tendría razón de existir, se han acumulado pilas de libros y aún profesiones para la cruzada contra la soledad. Pero ¿acaso esto significa que el malestar es siempre síntoma de una enfermedad? El malestar que causa la tristeza, por ejemplo, ¿no es a veces natural y necesario? Y el malestar causado por la bronca,
¿no puede ser útil y creativo? Sentirse mal es también una manera de sentir y la única manera de terminar con esos sentimientos sería terminar con todos los sentimientos.
La insensibilidad es un precio demasiado alto a pagar por un remedio contra el malestar de la soledad. Si éste es una consecuencia del progreso, de la libertad y del conocimiento ¿no sería mejor aprender a tolerarla en vez de tratar de curarla? La mayoría de los dolores parecen nacer de esos intentos desesperados por remediar la soledad mediante terapias de moda, sueños de amor romántico, excesos del cuerpo y dejadez mental a la espera de algún milagro que no comprometa nuestras energías y nuestra identidad.
Si sucumbimos ante la noción de que la vida debe ser siempre felíz y que esa felicidad es más un derecho natural que una conquista, viviremos tristes y sin remedio. El malestar aparece cuando imaginamos que la amistad es una oficina dentro algun Ministerio de Bienestar Social más que una donación personal que nos hacemos a nosotros mismos.