Las actitudes de los niños pueden variar según las circunstancias; típica es la escena de un berrinche por no conseguir lo que quieren. Muy distinta son las actitudes que se obtienen con la madurez.
Claramente la Biblia también relaciona la actitud con la madurez, relaciona la forma como actuamos y nos mantenemos en relación a la vida. De forma que, en gran parte, la madurez se evidencia en la actitud.
Todos los que son maduros deben tener esta misma actitud (Fil. 3:12-15) escribió el Apóstol Pablo, pero, ¿cuál? La que menciona el mismo, la actitud de no haberlo alcanzado, y consecuentemente, extenderse hacia adelante para poder alcanzarlo.
Lo que aun más antecede a esta actitud, es la consideración de todas las cosas como basura y el deseo de ser hallado en la justicia de Cristo, experimentar el poder de resurrección y regocijarse en su Salvador.
Es esta actitud, la actitud madura, la actitud esencialmente cristiana, aquella que distingue a un cristiano maduro.
No es el poder beber sin perturbación de conciencia, o escuchar música no cristiana, no es hablar de temas complicados de teología o fanfarronear acerca de los errores de otros a expensas de las sublimes perfecciones del ego.
Es una pasión abrazadora, humilde (Fil. 2:5), de desear alcanzar la plenitud del carácter cristiano únicamente en Cristo.
Me parece un tanto curioso entender que una de la característica de la madurez es una auto percepción de la no madurez como impulso a alcanzarla. Dicho de otra forma, es la idea de las propias carencias en consonancia a un deseo de hallarse cada vez más pleno en la semejanza de Cristo.
De aquí que la persona madura tenga una perspectiva más realista (algunos incluso la catalogarían como híper realista) de la condición de pecado.
El hombre maduro gime, le duele, le inquieta el hecho de no ver a Cristo en él, porque eso significa la presencia del pecado viviendo en su cuerpo.
En medio de tales tedios, el hombre maduro anhela y suspira alcanzar el poder de la resurrección que vence el pecado y lo ayuda a caminar con firmeza en la senda cristiana. Para finalmente levantar la frente en alto con una conciencia limpia, confesando haberse conducido delante de Dios y los hombres a la luz del Evangelio.
Así que, cuando alguien anhela la madurez, y mantiene esta actitud, sin duda está madurando, sin duda tiene la actitud de los perfectos.
Imagen: https://pixabay.com
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