Asfixia

in spanish •  5 years ago 

Se ahogaba en su rutina. Despertar, levantarse de la cama, hacer el desayuno y preparar el almuerzo de ese día, arreglarse a sí misma, arreglar el bolso, amarrarse el cabello, sonreírle al espejo, decirse a sí misma “estoy lista”, salir a su caminata diaria de 15 minutos hasta el trabajo, dar clases hasta el mediodía, almorzar, seguir dando clases hasta el final de la tarde, despedir a sus alumnos hasta el día siguiente, arreglar las cosas de su escritorio y separar las que se llevaría a casa. De un tiempo para acá, al salir el último estudiante y luego de arreglar todo, se sentaba en su silla con la espalda erguida, recta, derecha, echando su cabeza para atrás con los ojos cerrados, sintiendo el frío del aire acondicionado traspasar por cada poro de su piel mientras ella inhalaba lentamente por la nariz hasta sentir sus pulmones hinchados y exhalaba hasta vaciarlos, deteniendo por un breve momento el paso del aire a sus pulmones, regresando lentamente su cabeza a su posición y manteniendo los ojos cerrados. Así despejaba su mente. Quedándose en silencio absoluto, sintiendo el caudal de sangre viajando por sus venas y una opresión en el pecho; su corazón le reclamaba volver a respirar para continuar sus funciones vitales. Sentía su cuerpo pesado y cada músculo tensado, sus senos cayéndose poco a poco, sus piernas flácidas, su abdomen creciendo, sus pies hinchados, su cabeza caliente pese a estar en frío. Cansada de su existencia. Respiraba lento, ese era su espacio, su momento antes de emprender la caminata de 15 minutos de regreso a su casa. Se duchaba al llegar, decía que el agotamiento del cuerpo se le iba con agua fría, siempre esbozando una sonrisa; le gustaba vestirse con ropa limpia en casa, suave y confortable, prepararse una taza de té caliente para descansar con un buen libro o viendo alguna serie, había intentado aprender a tejer, pero no se le daba eso de los puntos... se preparaba una taza de café si necesitaba seguir trabajando luego del trabajo, aunque la cafeína no surja efecto alguno en ella, le gustaba pensar que sí; “¡un profesor nunca deja de trabajar!” se decía en esos días. Al comienzo, estaba hinchada de sueños y esperanzas “todos los días surge una nueva aventura” era su frase favorita antes de irse al trabajo y después de llegar a casa, siempre con una sonrisa y una anécdota diferente, llena de satisfacción personal aunque mal remunerada. “Uno no se vuelve docente para hacerse rico, sino porque ama lo que hace y cree en el cambio de a poco y de abajo”, era su gran frase. Con los años tuvo declives, siempre repitiéndose su gran frase, notando cómo la comida no rendía, cómo los gastos eran mayores que sus ingresos, cómo no ingería esos dulces que tanto le encantaban cada día ni una vez a la semana, ni una vez al mes. Debía ajustarse a un país que era devorado por una inflación creciente. Eventualmente, comenzó a notar que pocas cosas le alegraban realmente. Sentía apatía. Comenzó a notar como surgía un abismo en ella, como las melodías de las canciones le inundaban el alma más que las letras, en un cuerpo que quiere vivir y una mente a la que nada le interesaba, nada le satisfacía, nada le importaba. Como caminar por una interminable cuerda floja teniendo batallas diarias con su cerebro y con criaturas siniestras que nunca la dejaban en paz, como estar en un pasillo de espejos de esos que sacan diferentes formas y no saber cuál es ella, la “verdadera” ella. Sentía en sus adentros que siempre llovía, y que ella no había llevado paraguas. Buscaba motivación sintiéndose como un florero sobre una mesa al que de repente le quitan el mantel torpemente, y todo termina de una manera catastrófica. Despertaba de la nada en medio de a noche, con el corazón y el puso acelerado y una opresión en el pecho que no se desvanecía. Su existencia le dolía, le fatigaba, tenía una horrible sensación de estar hundiéndose cada día más, así como inconformidad consigo misma, con los demás, con su ambiente. Haciendo la misma rutina, vacía por dentro. “Te estás apagando, y sólo te ríes”, se dijo frente al espejo una noche antes de dormir. Al amanecer, no había nadie que siguiera la rutina.

Nota de autor:
Hace un tiempo, en un curso de escritura creativa, hubo una actividad llamada “Poema Dadá” que consistía en cortar de un periódico o una revista diversas palabras que llamaran la propia atención por su estética más que por la palabra en sí, y hacer un collage con ellas; no un poema con las palabras, sino un collage. Que sea por mero arte visual en vez de literario. Para aquél momento yo no tenía revistas ni periódicos que cortar, y no se me da muy bien eso de la computación para hacerlo en línea (como muchos del curso lo hicieron). Así que con mis amigos más cercanos les pedí que me dieran palabras al azar. Y estás fueron: Silencio. Ausencia. Desesperación. Asfixia. Pánico. Ansiedad. Gritos ahogados. Ayuda. Miedo. Necesidad (de aire fresco). Hamburguesas. Océano. Mar. Brisa marina. Olor a agua salada. Efímero. Playa. Arena. Me agrada pensar que, lo que le pasó a la protagonista al desaparecer, se encuentra en las últimas palabras... pero realmente ni yo lo sé.

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Me atrapó la historia, bastante realista. Buen trabajo! Intenta buscar una imagen para tus próximos escritos. ¡Saludos!

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