Novela de fantasía. Vigilia: Celestia. Capítulo I. El portal solitario.

in spanish •  6 years ago  (edited)

He decidido publicar parte de una trilogía escrita hace ya unos años. Me considero friki de la vieja escuela. He crecido rodeado de maestros como Gary Gygax y JRR Tolkien. Si bien mi nivel como escritor está espantosamente lejos de los escritores que admiro, gracias a ellos he adquirido grandes dosis de imaginación que he fortalecidos por años como director de partidas de rol.

Lo que vais a leer a continuación es producto de mi más total admiración y pasión por el género de la novela fantástica.

Mi idea es ir publicando un capituló cada 15 días. Se trata de un borrador, y compartirlo con vosotros no sólo es un orgullo sino también un placer. Espero vuestras críticas y opiniones para ir mejorando poco a poco y quizás algún día, quién sabe, ver todo esto formateado, mejorado y publicado en un libro.

No deseo robaros más tiempo, así que a continuación: Trilogía Vigilia. Capítulo primer: El portal solitario.

¡Espero que os guste!

Autor: Rodrigo Río del Arco. Capítulo 1: El portal solitario.

«Yo Indros. Hijo Primogénito, portador de la luz, fuego salvaje, destructor de demonios, me arrodillo ante ti, Akrom. Que mi espada porte la locura y se imponga así mi voluntad.» Indros, año 2015 2ª era.

«Los rugidos de cólera, las blasfemias y el nombre de Adán en su boca se escucharon en toda Celestia. No menos fuertes que los golpes de sus puños contra la muralla de Ólice.
Nadie, nadie podrá olvidar aquel día, ni en Celestia ni en Infernia. Nadie, jamás.» Litharius, el Cronista. Año 0 3ª era.

El fragor de la batalla parecía música, sus voces se escuchaban por encima de los gritos desesperados de dolor y rabia de sus adversarios. La música acompañaba la danza de los dos ángeles que combatían como uno sólo en un remolino apasionado de destrucción y purga.

—¡Increíble puñalada! —gritó Indros.
Ella sonriente como siempre, lo miró y mientras hundía una de sus dagas en el corazón de otra gárgola le dijo —¡No tan increíble como tu acometida!

El contacto entre ellos no sólo era inevitable, sino necesario. Cada ataque se apoyaba en un roce de piel con piel, en un gesto del profundo amor que sentían el uno por el otro. Cada movimiento, milimétricamente calculado, era una clara búsqueda de permanecer juntos, ya que la distancia dolía más que cualquier herida que pudieran recibir.

Ellos eran Indros y Ángela. Inseparables, casi literalmente, desde hacía milenios.

Apenas habían transcurrido diez minutos desde que habían llegado a través del portal de luz, lo que significaba que aún les quedaban otros quince minutos de batalla hasta que el portal se abriese de nuevo permitiéndoles así regresar a Celestia. A pesar del poco tiempo que llevaban en Infernia, ya estaban rodeados de una gran hueste de gárgolas.

Se hallaban en un páramo desolado a los pies de uno de los múltiples volcanes que cubrían la tierra color burdeos de Infernia. Tierra cubierta por la ceniza, rocas y ríos de origen magmático procedentes de los múltiples volcanes que salpicaba la vasta planicie que era Infernia, siendo estos últimos la única fuente de luz natural en aquel tenebroso lugar.

Estaban ahí con la sencilla y rutinaria misión de purgar el mayor número de almas posibles. Disponían de veinticinco minutos desde su llegada a través del portal hasta la próxima y breve reapertura del mismo. Perderlo implicaba quedar encerrados allí hasta que alguien viniese en su búsqueda, con la consiguiente sorna por parte de los rescatadores. Algo que la pareja no estaba dispuesta a tolerar.

Su misión, La Purga, no era más que un proceso rutinario por destruir almas corruptas y estigmatizadas. Cada alma destruida era enviada a Terra y despojada de todos sus recuerdos. En donde, si disfrutaba de una vida basada en el amor y la colaboración, le permitía obtener su lugar cómo habitante de Celestia.

La imagen era sublime, los dos seres de luz de casi tres metros de altura y piel lechosa, añadían una tenue iluminación al lúgubre páramo mientras bailaban de un lugar a otro con las alas completamente desplegadas. Exhibiendo sus magníficas armas y armaduras mientras iban eliminando a todos aquellos demonios que se atrevían a acercarse lo suficiente.

Los demonios no buscaban ser liberados por los ángeles, sino destruirlos. Fruto del odio y la envidia que residía en sus almas corruptas, que los forzaba a atacar a los ángeles, casi de forma involuntaria.

Querían destruirlos, especialmente a Ángela. Ella, a diferencia de él, era un alma humana que se había ganado el derecho a vivir en Celestia. Si conseguían destruirla, se vería forzada a volver a pasar por Terra y tras una vida allí sería juzgada de nuevo. De fallar el juicio sería enviada a Infernia con ellos. Sería un triunfo del rencor que los demonios sentían hacia los ángeles.

Ángela sabía cuidar de sí misma, era una experta en el arte del sigilo, de las emboscadas y evasiones, pero campo abierto era un objetivo mucho más fácil. Indros lo sabía, por eso, no pasaba un solo segundo sin que no estuviese pendiente de ella. Simplemente no estaba dispuesto a perderla, fuera cual fuera el precio.

Indros, exhibía una larga melena dorada. Sus ojos ardían como llamas de la misma tonalidad que su pelo. Uniformado con una coraza musculada a la que iba adherido un faldón, unos brazaletes y unas grebas, todo ello de color platino. Era musculoso, ágil, con unas facciones muy marcadas, que Ángela encontraba totalmente irresistibles, casi tanto como el dulce olor corporal. Sus alas estaban tejidas de múltiples haces de luz que salían desde sus omóplatos, de un tono dorado, y se elevaban algo menos de dos metros más allá de su cabeza.

Ángela tenía los colores en orden opuesto a su compañero. Ambos debidamente conjuntados. Unos ojos brillantes y flameados de color platino, y un largo pelo trenzado de igual color que sus ojos. Vestía una coraza ceñida que recorrían a la perfección sus voluptuosas curvas con un faldón algo más largo que el de Indros. Como él, llevaba unos brazaletes y unas grebas, aunque su conjunto era del color de los ojos y el pelo de su pareja, dorado intenso. Sus alas brillaban con un tono platino, aunque similares a las de él en forma y altura, eran ligeramente más estilizadas y estrechas.

La diferencia del color de pelo, ojos y alas se debía a su alma era humana, un alma posterior a los primogénitos, en cambio, los colores de Indros, eran los pertenecientes a un ángel primogénito, a uno muy antiguo, de los que ya quedaban más bien pocos.

Ángela, que era mucho más ágil que su amado, empuñaba dos dagas doradas curvas, que manejaba con mortal precisión, especialmente cuando encontraba algún demonio desprevenido centrado en combatir a Indros. Él, algo menos sutil, blandía un mandoble de platino llamado Furia de Uriel.

Tanto Uriel como Indros, son conocidos por la excesiva pasión de sus actos y su impulsividad. Cuenta la leyenda, que en la batalla de la primera Gran Purga contra los primogénitos exiliados lucharon espalda contra espalda. Uriel, sorprendido por las excelentes artes de combate de Indros decidió regalarle su mandoble más preciado; — Llévalo contigo allá donde vayas hermano, para que todos sepan que te reconozco como mi igual.

El mandoble entró en sintonía con los sentimientos de Indros, transformándose en un nuevo arma portadora del particular fuego salvaje de su nuevo dueño. Ese fue el día en el que la legendaria arma “Furia de Uriel” fue creada, y no ha pasado día desde entonces en que no sea temida por todos los habitantes de Infernia.

La danza no cesaba, ambos iban de aquí para allá, purgando almas, entre los gritos, gruñidos, rugidos y lamentos de sus adversarios.

— ¡Ángela, están más agitados que de costumbre! ¡Pega tu espalda a la mía! —grito Indros.

Antes de que pudiera acabar la frase ella, de forma juguetona, se aseguro de que él notara su presencia. Ángela percibió el aroma corporal de Indros por encima del olor a azufre y cenizas. Ese dulzor al que casi era adicta. La suave piel de ambos entró en contacto, animados y sonrientes se fundieron en un vórtice de afiladas cuchillas que causaba estragos a su alrededor.

Esta vez no estaban en tierra de nadie, no se encontraban en un lugar remoto y desconocido, estaban en los dominios de Midrael, el sádico; Era una misión con un grado de dificultad poco habitual, era cómo limpiar la guarida de un oso que está a punto de despertar de su hibernación.

—Sólo hay gárgolas Indros — dijo Ángela algo nerviosa —. Este ejército son solamente gárgolas.
—Tranquila, tendrá cosas más importantes que hacer, y si no será una buena oportunidad para purgar a uno de los caídos—respondió Indros, con voz dulce, tratando de calmar a su pareja.

Estaban rodeados de varias pilas de cadáveres, pero de repente, el flujo de llegada de nuevas gárgolas cesó. Dejando sólo unas pocas alrededor de ellos.

Indros intuyó que algo no iba como debía, alzó la vista y rápidamente comprobó que la preocupación de Ángela y sus presentimientos estaban bien fundados.

—¡Ángela, arriba! —grito Indros.

Del negro cielo caían siete meteoritos en llamas que se dirigían exactamente a su posición.

Enfundaron sus armas con celeridad y emprendieron la huida en busca de coberturas en lo abrupto del terreno. La velocidad de los meteoritos y el cambio final en su trayectoria hizo que la explosión les alcanzará causando que salieran despedidos en barrena hacia el suelo. Indros la agarró fuertemente.

El impacto contra el suelo fue brutal, pero no para Ángela. Al impactar ella estaba rodeada de los brazos, piernas, pecho y alas de Indros. Su aterrizaje fue suave, disfrutando de la ternura, el olor, la suavidad de su piel, y el calor que emanaba su cuerpo.

—¿Estás bien mi vida? —se apresuró a preguntar él tan pronto como se detuvieron.
—Claro que sí, pero sólo gracias a ti —le dijo observando que la celestita de la que estaba constituida su armadura, había dejado, en gran parte, ileso a su amado, a excepción de leves magulladuras en las zonas más desprotegidas y unos pequeños cortes en las alas, que se veían como intermitencias en los haces de luz que las formaban. La constante lluvia de ceniza había oscurecido tanto sus pieles como sus cabellos, aunque tras el impacto, Indros mostraba varias tonalidades más oscuro.

Aprovechando la proximidad, Ángela lo beso apasionadamente.
—Ni una sola mueca de dolor. Nunca dejas de sorprenderme, Indros —adoraba decir su nombre y puso hincapié en pronunciarlo claramente.

—¡Continuemos querida! Veamos quien ha venido a recibirnos —dijo Indros revitalizado por el beso.

Mientras ambos se incorporaban, vieron surgir una gran gárgola de entre las llamas del cráter central, dejando claro lo que sucedía. Midrael, el Sádico, se alzaba entre los restos del impacto, alzando su maza y su escudo mientras rugía eufórico.

—¡Destruidlos! ¡Destruidlos a los dos! —gritó Midrael, señor supremo de las gárgolas de Infernia.

Midrael era una imponente gárgola de más de cuatro metros de altura. A diferencia que las demás, los dos cuernos astados eran mucho más prominentes y su piel no era negra como el ónice sino que estaba recorrida por pequeñas vetas de lava, que le daban un aspecto aterrador. Se encontraba en el borde del cráter, sosteniendo su maza y su escudo. Los ojos le ardían como si tuvieran fuego en su interior, y de sus fauces, brotaba lava, con cada rugido o palabra. Midrael ostentaba el sexto puesto de los generales regentes de Infernia, todos ellos a las órdenes directas de Akrom, el primer asesino.

Midrael alzó el vuelo en dirección a los ángeles seguido de seis gárgolas, claramente distintas a las demás con las que habían estado luchando, ya que sus pieles eran del mismo color y forma que su amo, y aunque no eran tan imponentes como él, doblaban el tamaño a una gárgola común. A pesar de ello poseían una velocidad muy superior a Midrael.

Indros noto como el sudor corría por la espalda de su amada, sudor con olor a preocupación. Ambos sabían que era el momento perfecto para replegarse y preparar un plan de batalla, dado que todavía les quedaban alrededor de doce minutos hasta que el portal se abriese de nuevo. Por lo tanto, tenían tiempo de sobra para purgar el alma del señor supremo de las gárgolas.

Las cosas se empezaban a complicar, con la llegada de su señor una nueva oleada de gárgolas menores llegó de algún lugar. Antes de darse cuenta estaban completamente rodeados.

—¡Gárgolas! —chilló Ángela.

El miedo, es una rara emoción en los ángeles. Pero esta vez esa emoción empezó a nublar su pensamiento, tenía miedo... no por él, sino por ella. Miedo de que algo malo pudiese sucederle a Ángela. Empezaba a tener un mal presentimiento sobre esta misión.

La angustia y la duda se hicieron presa de Ángela, estaba sobrepasada por los eventos. Indros lo percibió, sentía cada una de las emociones de su amada, así de profundo era su vínculo.

«Te protegeré cueste lo que cueste» pensó Indros.

—¡Ángela! prepárate y en cuanto puedas, alza el vuelo y ponte a salvo. Yo iré detrás tuyo —dijo con seriedad.

La luz de Indros se apagó, incluida la del mandoble. De repente no había más luz que la de Ángela.

—¡No amor, eso no! —la voz de Ángela era de preocupación.

La cara de Indros se relajó, clavó el mandoble en el suelo y arrodillado con la pierna derecha comenzó a recitar. Las gárgolas menores estaban a escasos metros de ellos. Llegarían en cualquier segundo. De repente una luz dorada se concentró en su pecho; No más grande que una nuez.

Ángela se enteró, mucho tiempo después de conocerlo, de que Indros es uno de los pocos ángeles con un control total sobre su energía. Lo había escuchado, en relatos, en cuentos y en leyendas, pero nunca antes lo había presenciado.

—¡Yo Indros, fuego salvaje te invoco a ti, llama del creador. Que mi fuego salvaje purgue sus almas! —la voz solemne retumbó en las laderas de los volcanes cercanos.

La pequeña nuez se expandió hasta convertirse en una gran esfera de varias decenas de metros alrededor de Indros en pocos segundos, desintegrando todo demonio que encontró en su avance. Luego, detonó, con tal violencia que la onda expansiva alcanzó incluso a Midrael y a su séquito, los cuales cayeron torpemente hasta golpear con suelo. No quedaba resto alguno de gárgolas cercanas.

Ángela salió volando tan pronto como la esfera comenzó a crecer dejando el camino libre de enemigos. Se detuvo encima de Indros, y aguantó como pudo el envite de la detonación, que la alejó aún más de él. A salvo, en el aire y distante, sintió la punzada de la falta del contacto corporal con Indros.

La luz de Indros se vio seriamente mermada. Su pelo, alas y ojos dejaron de brillar. Se había extralimitado. Él lo sabía, pero quiso ganar tiempo y así proporcionarle a Ángela una vía de escape. Se sintió sin fuerzas, y se arrodillo, casi sin aliento e inmóvil, hasta que se desplomó.

Midrael y sus sirvientes, se repusieron enseguida, ilesos por la explosión pero confusos. Mirando donde se encontraba Indros, alzaron el vuelo en su dirección.

Ángela miró desde arriba, angustiada, viendo como Midrael se aproximaba rápidamente a su amado tendido en el suelo y ya sin luz. Los segundos parecían horas; la angustia se tornó pánico cuando vio a dos de las gárgolas que se aproximaban a gran velocidad a escasos cientos de metros de él... ¡Las tenía casi encima!

—¡Indros, levántate! ¡Me prometiste que no morirías! ¡Lo prometiste! —le gritó presa del miedo—. Indros, me lo debes —sollozó para sí misma.

Las dos primeras gárgolas cayeron en picado sobre él, apuntando con sus garras directamente al cuello y al brazo de Indros que aún se aferraba al mandoble. Pero el estallido de luz las cegó por completo. Tan pronto como Indros escuchó los gritos y sintió el miedo de Ángela, volvió a brillar, con fuerzas renovadas.

Con una serie de rápidos movimiento las eliminó, con la seguridad de aquel que porta la guerra en la sangre, sin movimientos de más, sin movimientos de menos. Sólo los justos y necesarios.

Sonriente Ángela, dejó caer las lágrimas contenidas por su mejilla y susurró —Me asustaste, Indros, ¡esta vez me asustaste!

Indros apuntó con el mandoble en dirección a Midrael y salió volando a gran velocidad realizando un vuelo rasante.

Las primeras en llegar a él fueron las cuatro gárgolas restantes bastante desorganizadas, y volando raso.

Indros iba directo a las gárgolas, tanto, que la primera de ellas no pudo esquivarlo y fue atravesada por su mandoble. Clavando el mandoble en el suelo frenó su acometida, preparándose así para recibir a la última de ellas, a la cual partió a la mitad sin problema alguno.

Las dos restantes realizaron un tirabuzón tras cruzarse con Indros y se encontraban cayendo en picado desde gran altura. Indros las esquivó justo en el último momento dando un torpe salto hacia atrás, pero al completarlo, notó una presencia a su espalda y girándose lo más rápido que pudo se encontró, sin saber por qué, en la trayectoria de la maza de Midrael. Levantando rápidamente el mandoble, consiguió bloquear el terrible golpe del enemigo.

Mientras Indros soportaba el peso de la maza de Midrael, éste le propinó una fuerte patada en el pecho. Indros se dejó golpear, para ganar algo de distancia, pero el impacto fue más fuerte de lo esperado y cayó al suelo, rodando hasta detenerse varios metros más allá de lo calculado.

A pesar de su incómoda posición en el suelo, cuando las dos gárgolas saltaron sobre él, Indros, muy lejos de estar desprevenido, contraatacó levantándose en el momento exacto para purgar a ambas al mismo tiempo. Aprovechando el impulso del arco dibujado por el mandoble, se estabilizó quedándose de pie y así dibujando un círculo completo con el arma. Empezó a buscar a Midrael, pero ya era tarde. No le dio tiempo a ver el escudo de Midrael. El impacto le golpeó fuertemente en la cara, haciéndole escupir sangre y catapultándole varios metros más.

«Se supone que tengo alas, debería estar usándolas para volar y no dedicarme a rodar por el suelo. Esto no es lo que se supone que hacemos los ángeles. Incluso en el suelo mi vuelo y mi movilidad son superiores a las suyas.» Pensó Indros mientras rodaba por el suelo una vez más.

Confuso y dolorido, trató de determinar la localización de su enemigo, justo para encontrarlo volando encima de él al tiempo que atacaba con su maza.

Indros esquivó la maza, y se lanzó al contraataque.

—Esta vez lo tienes difícil Midrael, somos dos contra uno. Vamos a purgar tu alma de una vez por todas.

Midrael paraba como si nada, todos los ataques, gracias al escudo de ónice. Pero poco a poco Indros empezó a entrar en calor, comenzó a darse cuenta de los patrones de ataque de su rival, estaba eufórico y Midrael comenzó a ceder terreno y a sentirse acorralado por Indros que lo estaba superando tanto en técnica como en velocidad.

«Al menos me queda la fuerza bruta» pensó positivamente el señor supremo.

Indros se sentía pletórico al pensar la hazaña que estaban a punto de cumplir. Derrotar a Midrael, uno de los generales de Infernia, con un portal de veinticinco minutos, sin planificación previa... estaban a punto de crear una leyenda. Midrael era uno de los ángeles primogénitos estigmatizados en su día cuando fue exiliado de Celestia. Siendo un antiguo compañero expulsado, purgarlo y darle la oportunidad de redimirse en Terra, era una oportunidad que no pretendía perder.

Indros sonreía feliz cuando, de repente, comenzó a bajar su ritmo, se sentía extrañamente agotado.

«Los golpes han sido fuertes, pero realmente no estoy tan mal herido como para esto.... » pensó.

Comenzó a ver doble, a sentirse exhausto. Midrael comenzó a ganarle terreno, y en uno de los ataques, su poderosa maza consiguió doblegar a Indros, haciéndole postrar una de las rodillas en el suelo, al parar el ataque sobre su cabeza con su mandoble.

—Y este es tu lugar, ángel. A mis pies —dijo con sorna Midrael.

Enfadado consigo mismo, sus alas comenzaron a arder. Fuego salvaje, quería dejar claro que no iba a perder contra nadie. El fuego se extendió hasta llegar a su mandoble, que se envolvió en llamas.

Susurros, era el cuarto general de Infernia. Un reflejo de lo que algún día fue un ser humano, larguirucho y delgado de unos dos metros de alto. A su espalda, unas cortas alas de las que sólo quedaban los huesos carcomidos.

Vestido con ropa del color de la noche, hecha jirones y cubierto de vendas, solo dejaba visibles dos ojos y una máscara de tela color carmesí que le tapaba la boca. De las partes visibles de su cuerpo solo se veían sus huesudas manos, llenas de piel putrefacta.
Susurros sonreía, oculto en las sombras. El dardo de la cerbatana impactó debajo de unas de las alas de su oponente y había conseguido que pasara totalmente desapercibido para el ángel. Un magistral disparo en el momento justo, después de la explosión de energía, fácilmente confundible con cualquier otro efecto del devastador ataque.

Orgulloso de que las cosas fueran tal y como las había planeado se había desvanecido para cumplir su próxima tarea.

Ángela llevaba unos minutos, desde que alzó el vuelo, inmersa en el combate de Indros a la espera de bajar en el momento oportuno y acabar con Midrael. Cuando Indros hizo que su espada ardiera, supo que era el momento de atacar conjunto a su amor. Ya llevaba demasiado tiempo alejado de él. Sonrió y se preparó para volver a sentirlo.

Aún siendo una experta en el sigilo y en combatir en las sombras no tuvo tiempo de reaccionar. Supo que sucedía, sabía lo que pasaba, y era consciente de la gravedad de la situación. Una mano delgada y huesuda, con olor putrefacto, cubierta con ropas y vendas hechas jirones le tapaba la boca, en la espalda a la altura del corazón notaba la afilada espada corta.

—Ángela, nada es eterno, nada —le susurró al oído.

Indros comenzó de nuevo a luchar, con el espadón envuelto en llamas, incluso agotado como estaba, Midrael volvió a perder ventaja. Se sentía confuso, cansado y ardiente. Habían pasado ya casi 5 minutos, desde que llegase Midrael y se viera obligado a realizar la liberación de su energía.

Algo le empezó a parecer raro. No sentía nada. Nada en absoluto, sentía nada. Un vacío extraño, y de repente la sensación de soledad le invadió. Le faltaba la luz, le faltaba la presencia, el tacto, le faltaba algo. Le faltaba todo.
El miedo se apoderó de él, nunca antes había tenido una sensación tan angustiosa, no podía respirar, estaba tan abstraído que Midrael casi le arranca un ala de un ataque con su maza, empezó a sudar y fue cuando lo vio.

Su alma angelical se congeló al ver a Ángela en caída libre, inerte y sin brillo alguno.

Fue cuando el cuerpo de su amada golpeó con un estruendo el suelo, el momento en el que sus ojos se tornaron llamas moradas, sus alas se apagaron, la espada dejó de arder. El pequeño dardo que tenía debajo del ala se iluminó. El veneno al que había sido sometido había cumplido su papel.

Midrael se sonrió y comenzó a reír a carcajadas.

—Vaya, parece que la palomita ha dejado de volar, y ¿qué harás ahora tan solito? — Midrael reía a carcajadas mientras pronunciaba estas palabras.

La espada ardió de nuevo, como el fuego del sol, sus ojos ardían derramando gotas de fuego, sus alas empezaron a arder nuevamente, pero no era un brillo puro, tenía una tonalidad morada, estaba cargado de odio…

Apretando la boca Indros gritó —¡Voy a hacerte pagar lo que has hecho, no voy a purgarte, voy a destruirte! —con tanta certeza que borró la sonrisa burlesca de su oponente, causando preocupación.

Indros estaba totalmente fuera de sí.

Los ataques desesperados y poco coordinados de Indros eran de una fuerza tal que el escudo de Midrael quedó destruido al cuarto envite.

Midrael retrocedía, esquivando y desviando, y pronto comenzó a ponerse tenso, las cosas no deberían ir así. El veneno no había debilitado lo esperado a Indros, de hecho, asesinar a Ángela delante de él, lo había convertido en un arma de destrucción.

—¡Susurros! Elimínalo, deprisa —el silencio se alargó unos segundos más de lo que deseaba.
—¡Maldito seas Susurros! Me dejas a mí la parte más difícil. ¡Sal de mis dominios o ayúdame alimaña cobarde!

—Apáñate solo Midrael —respondió —mi tarea aquí ha concluido. Si no puedes con él, vamos a tener un ángel rabioso suelto por Infernia. Más te vale destruirlo o morir intentándolo.

El ángel no paraba de acometer contra él, una y otra vez, llorando, gimoteando y espetando todo tipo de frases poco propias para un ángel. Uno de los ataques seccionó el cuerno izquierdo de Midrael, otro hirió profundamente una de sus alas, además, sentía dolorosas punzadas en sus brazos de tanto detener los ataques de Indros. Midrael empezaba a estar seriamente agotado.

Sin su escudo, hecho trizas en el suelo, su defensa se había debilitado. Su dura piel, parecía mantequilla frente al mandoble ardiente de Indros.

Indros danzaba alrededor de él como si fuera un fuego fatuo. Se movía en tres dimensiones, como pez en el agua.

«Da igual que el portal se abra, en este estado no vas a regresar, ella es nuestra y tú has perdido el sentido. Aquí os quedáis.» pensó Midrael dándose por vencido.

En una de sus fintas, la visión de Indros lo llevó a un ángulo en el cual sus ojos vieron el cuerpo de quien, una vez, fue su motivo para existir.

Allí, en la distancia, estaba el cuerpo inerte de su amada. Esa visión lo llenó de un profundo sentimiento de vacío y pérdida.
La realidad le golpeó más fuerte de lo que Midrael nunca hubiese podido.
Ella ya no estaba, había muerto y por lo tanto su alma sería enviada a Terra. Allí viviría una vida según su libre albedrío. Si al morir en Terra y ser juzgada no resultaba digna de volver a Celestia, sus recuerdos se perderían para siempre y lo peor, es que si iba a Infernia, otro demonio podría destruir su alma para toda la eternidad.

Esa lluvia de pensamientos lo bloquearon completamente, sintió una indescriptible angustia y el terror invadió su cuerpo. Se quedó paralizado unas milésimas de segundo, y bajó la guardia.

Midrael podía ser muchas cosas negativas, pero una que sí era, era un oportunista. Como ángel primogénito tenía muchos milenios a sus espaldas desde que se le desterró y como luchador realmente tenía pocos rivales. Lo cierto es que si no ostentaba un puesto mucho más alto en el sistema jerárquico de Infernia, era porque las palabras, las maquinaciones, las sutilezas y las traiciones, no eran lo suyo.
Atacó con la maza tan pronto como vio que Indros flaqueó. Su maza impactó de forma directa el pecho desprotegido de Indros. Se incrustó en el, con tal virulencia, que hizo añicos la coraza musculada de celestita. El pecho y las costillas siguieron a la coraza en su destino.

El impacto llenó de micro grietas el alma del ángel, no lo desplazó, pero si le hizo caer al suelo arrodillado, cubierto de sangre e inmóvil. El espadón se resbaló de la mano y cayó al lado.

Indros, comenzó a apagarse. Primero, los ojos, y luego el resto del cuerpo. De sus ojos color avellana que nunca nadie había visto antes, no dejaban de brotar lágrimas. Terminó por caer de bruces, no tanto por el dolor físico como por el dolor en su corazón, un corazón que daba sus últimos latidos.

Llorando y mirando al cuerpo muerto de la que una vez fue su amada, su amor, su vida dijo: —Te encontraré, estés donde estés amor mío, juro que te encontraré.

Con un brutal golpe de su maza, Midrael acabó con el sufrimiento del ángel de una vez por todas.

Dolorido, exhausto y herido, Midrael se dirigió hacía el cuerpo inerte de Ángela.

«Con esto, acabamos de destruir una de las mayores amenazas de Celestia, sin estos dos, todo será más fácil a partir de ahora.» pensó Midrael.

—Vosotros dos habéis causado mucho daño a Infernia en los últimos milenios, pero al fin se acabó —dijo mientras propinaba una patada en las costillas a Ángela.

Atenazando con una de sus garras del tobillo y arrastrándola torpemente, alzó el vuelo, cargando consigo el cuerpo.
—A ti te espera un destino más cruento que el de tu amado, palomita. Arsinia se lo va a pasar en grande contigo —susurró en voz baja mientras jadeaba por el peso extra con el que tenía que volar hasta su próximo destino.

Pocos segundos después un portal de regreso a Celestia se abrió, iluminando un páramo desolado lleno de cadáveres, ceniza y sangre; pero ya nadie quedaba allí que necesitará regresar.


Propiedad intelectual de Rodrigo Río del Arco. Prohibida la distribución, venta, o copia total o parcial del documento sin la autorización del autor.

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