NOTA: Esta es una conferencia que dicté en las Jornadas de Investigación de la Escuela de Idiomas Modernos de la UCV en 2012. Lamentablemente he perdido el artículo original, que incluía entre otras cosas las referencias bibliográficas completas.
El tema del conocimiento, que ha llenado páginas y páginas de la historia de la filosofía y de la ciencia, no parece estar próximo a agotarse. Por el contrario, sigue siendo objeto de interés para la psicología, la sociología, la lingüística, la neurología, entre muchas otras disciplinas, en un cruce interdisciplinario que es llamado a veces ciencia cognitiva. Además, las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de comunicación e información han levantado expectativas sobre un nuevo tipo de sociedad, en la que el conocimiento constituye el centro de producción de la riqueza social y el desarrollo humano integral. Con todo, hay una dimensión que, aunque esencial, no ha recibido históricamente la misma atención: la aplicación del conocimiento. Sin embargo, es probable que se produzca próximamente un giro en esa dirección, a juzgar por algunas tendencias recientes.
Conocimiento, no está de más apuntarlo, no es idéntico a información. Información es el conjunto organizado de los datos, que pueden ser registrados (objetivados) en un soporte físico o digital. En cambio, el conocimiento es siempre subjetivo. Yo puedo decir que un libro, por ejemplo, está lleno de información, pero no que tiene conocimiento. El conocimiento se encuentra en las personas. Como señala Aja Quiroga, incluso cuando se habla de conocimiento en las organizaciones, “el conocimiento solo reside en un conocedor, una persona específica que lo interioriza racional o irracionalmente” (Aja 2002) .
El proceso del conocimiento (el conocer) recorre el camino entre las percepciones de la realidad y la formación de conceptos, representaciones internas o visiones sobre ella. Todo nuestro conocimiento está basado en la información que proporcionan los sentidos, pero dicha información no se transforma automáticamente en conocimiento, sino que atraviesa un proceso de interpretación, en el que no solo actúan las percepciones y los procesos lógicos, sino las experiencias previas. El conocimiento previo ayuda a la interpretación, pero también la limita, porque al entrar en contacto con fenómenos nuevos, intentamos encajarlos dentro de la representación de la realidad que ya nos hemos formado. Cuando se produce una discrepancia entre nuestras percepciones y nuestro conocimiento previo, pueden ocurrir dos cosas: o bien modificamos nuestra visión de la realidad, o bien rechazamos esa realidad nueva. El conjunto de experiencias es único para cada persona, así que, aunque la información sea la misma, el conocimiento será distinto para cada sujeto.
Desde la Teoría de Sistemas podemos ver al sujeto cognoscente como un sistema dinámico en dos fases. En la primera, las percepciones (entrada) dan como resultado un conjunto de representaciones de la realidad (salida). También podemos hablar de dos sistemas paralelos en relación dinámica: la realidad (sistema material) y la representación interna que el sujeto tiene de ella (sistema conceptual).
En una segunda fase, el sujeto, bajo determinadas motivaciones, se fija un objetivo y aplica su conocimiento del mundo (incluyendo su conocimiento situacional) para alcanzarlo. Las personas, y en general los organismos vivos, son sistemas cibernéticos, en el sentido de que tienen la capacidad de absorber información del ambiente y utilizarla para redirigir su actividad. Sus propias acciones tienen efectos que retroalimentan su conocimiento y modifican su conducta. Así, pues, el conocimiento y la actuación son procesos en constante interrelación.
La investigación científica no es más que una sistematización del proceso natural del conocimiento. La diferencia estriba en que los sujetos suelen dar por verdaderas las representaciones internas que se forman de los fenómenos, y solo las modifican bajo el efecto de eventuales experiencias posteriores. Mientras tanto, el investigador pone en suspenso las representaciones de la realidad que construye (hipótesis y teorías) hasta que pueda comprobarlas o modificarlas a partir de la experiencia.
Los procesos naturales de adquisición y aplicación del conocimiento tienen su contraparte epistemológica en la investigación “pura” y la investigación aplicada. En el siguiente cuadro podemos compararlos:
PROCESO NATURAL DEL CONOCIMIENTO INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA
Adquisición del conocimiento Investigación descriptiva o explicativa
Aplicación del conocimiento Investigación aplicada
Representaciones internas de la realidad Hipótesis o teorías
Retroalimentación Experimentación/Evaluación (investigación aplicada)
La investigación pura (descriptiva o explicativa) persigue el conocimiento por el conocimiento mismo. Sus problemas son interrogantes o lagunas en el conocimiento. Mientras tanto, la investigación aplicada depende de un contexto que responde a una intencionalidad distinta, y que es el que le proporciona los problemas sociales o técnicos que deben ser resueltos. Por demás, la investigación aplicada suele recurrir, además del conocimiento situacional, a modelos teóricos procedentes de la investigación explicativa. Por supuesto, la investigación aplicada también produce conocimiento, a partir de los procesos de evaluación y control.
Voy a ilustrar el proceso de investigación aplicada con un modelo de Planificación Estratégica Situacional (PES), inspirado en el trabajo de Carlos Matus y común en el diseño de política públicas. En este modelo se pueden reconocer seis momentos, comparables al proceso natural de adquisición y aplicación del conocimiento, tal como lo hemos descrito:
PROCESO NATURAL DEL CONOCIMIENTO PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA SITUACIONAL
Percepción Momento inicial
Representación interna de la realidad Momento explicativo
Intencionalidad Momento normativo
Toma de decisiones, sobre la base de los objetivos y el conocimiento previo Momento estratégico
Aplicación del conocimiento Momento táctico-operacional
Retroalimentación Momento evaluativo
El trabajo comienza con la identificación, a partir de un trabajo cualitativo (percepción), de un problema o necesidad. A partir de aquí se emite un diagnóstico, un modelo explicativo, una hipótesis o teoría (conocimiento) sobre las causas del problema. Luego, se proyecta la situación deseada (intencionalidad). Combinando esta intencionalidad, el conocimiento adquirido sobre el problema y sobre modelos de gestión preexistentes, se traza y aplica una estrategia para resolverlo. Por último, se debe evaluar los resultados de la estrategia para modificarlos si es preciso.
Errores comunes en la investigación aplicada son: perder de vista los objetivos de la investigación, que como dijimos, no son propiamente científicos sino objetivos prácticos proporcionados por el campo de aplicación; y descuidar la evaluación de los resultados. Más adelante veremos algunos ejemplos.
La adquisición y aplicación del conocimiento en las ciencias sociales
Las ciencias sociales tienen la peculiaridad de que su objeto de estudio son principalmente acciones humanas, esto es, actos de aplicación del conocimiento. Por lo tanto, el conocimiento puede ser considerado un objeto de estudio legítimo dentro de la interpretación de los fenómenos sociales.
Por ejemplo, la semiótica estudia los procesos de comunicación, en los que sujetos aplican determinados conocimientos (lingüísticos, culturales, conceptuales y situacionales) para codificar y decodificar mensajes que responden a una intencionalidad determinada.
Representar el conocimiento a través de textos es ya aplicarlo, no solo por su intención pragmática, sino porque se están usando las unidades lingüísticas para articular una estructura cognitiva que implica razonamiento.
La aplicación lingüística del conocimiento es materia específicamente de la pragmática, pues se trata de un factor contextual, extralingüístico. Se relaciona con los sujetos hablantes y su relación entre ellos, con la intencionalidad del emisor, el uso del código (habla) y la situación comunicativa; implica los significados connotativo y contextual (en otras palabras, experiencial y coyuntural) de los signos.
La aplicación lingüística del conocimiento no es una operación mecánica dependiente únicamente del conocimiento previo, sino que es creativa y dinámica. Por una parte, los conocimientos previos son producto de un proceso de percepción e interpretación subjetivas. Las personas solo pueden comunicarse en función de su propio marco de referencia (concepción del mundo, valores, cultura, creencias y vivencias), reconstruido a través de los símbolos, imágenes y significados que conforman su imaginario lingüístico. Por otra parte, la actividad cognitiva es cibernética: durante el proceso comunicativo continúa percibiendo, interpretando y razonando, retroalimentándose sobre la base de la coyuntura y la reacción de los interlocutores, modificando en tiempo real la visión de mundo preexistente y generando, mediante inferencia y deducción, un contexcto lingüístico en el cual interpretan debidamente los subsiguientes enunciados.
El conocimiento utilizado en la interacción comunicativa incluye referencias o presuposiciones sobre el conocimiento de los interlocutores. Por ejemplo, cuando inicio una conversación, yo tengo una presuposición (representación) acerca del dominio del idioma que tiene mi destinatario. Si esa representación se ve modificada por su respuesta o retroalimentación, mi actuación lingüística también se modificará. Probablemente utilizaré un vocabulario más sencillo, cambiaré mi entonación y recurriré a gestos.
La enseñanza de lenguas y la traducción son, además de ramas de la lingüística aplicada, procesos comunicativos, por lo que comparten la característica de que sus objetivos incluyen la re-producción de conocimiento en terceras personas. Cabe destacar que es un objetivo externo, es decir, no está dirigido a crear conocimiento nuevo (aunque suele ocurrir), sino a satisfacer otro tipo de necesidades. En el caso de la enseñanza de lenguas, se trata de formar hablantes competentes para aplicar eficientemente los conocimientos compartidos, para lo cual usa modelos de la realidad preexistentes (por ejemplo, teorías pedagógicas). La importancia del conocimiento previo ha sido destacado desde hace tiempo por el enfoque constructivista.
Señalamos anteriormente que perder de vista los objetivos o descuidar la evaluación de los resultados son errores comunes en la investigación aplicada. Puede ocurrir también en la enseñanza cuando se olvida que la idea no es llenar al estudiante de información, sino desarrollar su competencia práctica; o cuando no se presta suficiente atención al rendimiento académico.
La traducción surge precisamente en contexto donde hay un déficit de conocimiento, que es el que debe ser suplido por la figura del traductor. Si, como ya vimos, el conocimiento no es información neutra, sino un proceso y representación personal de cada individuo, el traductor emerge como hablante de pleno derecho. La interpretación del texto origen por parte del traductor es personal, ha sido construido a partir de sus experiencias particulares, y el texto meta está condicionado por su conocimiento personal de la situación comunicativa, incluyendo los destinatarios. Este hecho adquiere especial relevancia en un contexto que favorece la especialización progresiva del conocimiento y el mercado de trabajo.
PROCESO NATURAL DEL ADQUISICIÓN Y APLICACIÓN DEL CONOCIMIENTO
TRADUCCIÓN
Percepción Lectura del texto origen (TO)
Representación interna de la realidad Comprensión del TO
Intencionalidad Objetivos de la traducción (que generalmente coinciden con los del emisor original).
Combinación de los objetivos y el conocimiento previo Codificación del texto meta (TM)
Aplicación del conocimiento Emisión del TM
Retroalimentación Retroalimentación
La aplicación del conocimiento puede ser estudiada por la terminología, ya que el carácter terminológico (especializado) de los términos solo es determinado y activado con su uso discursivo (pragmático) en un contexto expresivo y situacional determinado. Por lo tanto, los términos no solo pueden ser estudiados aisladamente (en sus manifestaciones lexicográficas), sino también a través del análisis de textos especializados reales, lo que permite, entre otras cosas, captar su diversificación y relaciones con otras unidades de conocimiento, y reconstruir su estructura cognitiva (mapa de conceptos), que es lo que constituye a fin de cuentas el conocimiento especializado.
En general, en la labor del traductor, sus objetivos han de coincidir con los del emisor del TO. Cuando se pierden estos objetivos de vista y no se cuida la eficacia comunicativa, probablemente se obtenga un TM coherente internamente, pero ineficaz situacionalmente.
Ahora voy a referirme a otra disciplina dentro de las ciencias sociales aplicadas: la gestión cultural, que se ocupa de la animación, divulgación y preservación del patrimonio, las artes y otras actividades creativas. Es un ejemplo de aplicación del conocimiento porque instrumentaliza conocimientos y teorías provenientes de las ciencias sociales para cumplir los objetivos de desarrollo cultural que se planteen. Una de las soluciones tradicionales para la administración de las organizaciones culturales solía ser encargarla a los propios artistas o cultores. Esto tiene la ventaja de que el gerente conoce de primera mano el campo cultural, pero a menudo le falta conocimiento administrativo, visión de conjunto o está parcializado por sus propias preferencias estéticas. El error opuesto es recurrir a un administrador sin conocimientos sobre el campo cultural, que en el mejor de los casos trabajará desde una visión estrictamente comercial. El gestor cultural moderno es un profesional especializado, capaz de diseñar o aplicar políticas culturales y gestionar organizaciones culturales, atendiendo los objetivos propios de la comunidad cultural, pero también aplicando modelos de planificación y gestión procedentes de las ciencias sociales y administrativas.
Un error frecuente en la gestión cultural (y general en las políticas públicas) es implementar políticas sin haber definido un paradigma de desarrollo cultural, sin hacer un estudio previo de las necesidades de la comunidad atendida, sin haber formulado correctamente los objetivos o sin preocuparse de que se estén cumpliendo. Por ejemplo, se imprimen libros sin ocuparse de que efectivamente dichos libros estén siendo leídos por la población meta; se financian obras de teatro pero no se verifica la asistencia del público, etc. Muchas veces estos problemas se deben a un déficit de conocimiento del gestor, sobre los objetivos de su actuación, sobre el público meta, sobre la producción cultural que está gestionando.
Cambios en la actitud contemporánea sobre el conocimiento
Aludíamos anteriormente al concepto “sociedad del conocimiento”, acuñado por Peter Drucker en 1969 y adoptado por la misma Unesco. Se dice que vivimos, o nos dirigimos hacia una sociedad en la que el conocimiento constituye el centro de la producción de la riqueza. Este ya es un indicio de la dirección hacia la que está virando la actitud general: no se trata de una exaltación del conocimiento por el conocimiento mismo, como podía ser durante el Renacimiento o la Ilustración. El conocimiento es un recurso valorado fundamentalmente por su aplicabilidad y productividad, y no solo en un sentido económico, sino también social y político. Esta nueva valoración “utilitaria” del conocimiento es tal, que ha ameritado la creación de una nueva disciplina para capitalizar, rentabilizar, compartir y explotar tan importante recurso en el contexto de las organizaciones: la gestión del conocimiento.
La gestión del conocimiento incluye la gestión de la información, pero va más allá de ella porque involucra a las personas (recordemos que el conocimiento es personal). No basta con tener la mejor información a mano. Es necesario convertirla en conocimiento aplicable en el momento oportuno.
Este fenómeno coincide con otro que se ha registrado dentro de la gestión cultural: lo que Georges Yúdice llama “la cultura como recurso” y que relaciona con una nueva episteme performativa. La cultura (patrimonio, arte, actividades creativas) ha comenzado a asumir un papel cada vez más importante en las sociedades contemporáneas, pero no en sus términos tradicionales (alta cultura, folclore, cultura antropológica), sino como recurso económico, político y social. Señales de este movimiento son el creciente peso de la cultura (incluyendo las lenguas) en el Producto Interno Bruto de los países; el surgimiento o consolidación de disciplinas que abordan el tema desde un enfoque no estético ni antropológico, sino aplicado, como la economía de la cultura y la propia gestión cultural; las nuevas formas de relación entre el sector cultural, las empresas y la administración pública; y la instrumentalización de la cultura en el contexto de luchas y reivindicaciones sociales y políticas. Los criterios valoración para una manifestación cultural se han modificado: la calidad estética ya no tiene tanto peso como el eventual impacto social, económico o político en las comunidades. Por poner el ejemplo más cercano, gran parte de la admiración que suscita Gustavo Dudamel no radica precisamente en su innegable talento, sino en su conexión con el proyecto de librar a los jóvenes venezolanos de la pobreza y la violencia a través de la música. En la realidad del campo cultural actual, las solicitudes de presupuesto para los proyectos culturales no han de asentarse en criterios artísticos, sino en su potencial para el desarrollo comunitario, turístico o de prestigio internacional.
Se trata de una revalorización pragmática de los recursos inmateriales de la sociedad que, entre otras cosas, promueve la investigación aplicada y obliga a las disciplinas teóricas a explotar su potencial de aplicación. Mis colegas del Departamento de Estudios Generales recordarán una conversación que tuvimos, en uno de los seminarios internos, sobre la pertinencia de la enseñanza de la literatura dentro de la cátedra de Lengua Española. A pesar de que todos coincidíamos en el valor intrínseco de la literatura, nuestros argumentos no se apoyaban en él, sino que giraban en torno a su potencial pedagógico (esto es, de aplicación), en los campos de la ortografía, la redacción, el razonamiento verbal y la inmersión cultural. Las recientes reformas académicas en la Escuela de Letras han incluido menciones o diplomados en docencia, promoción de la lectura y trabajo editorial. La actual popularidad de los Estudios del Discurso no es ajena a su aparente utilidad para el análisis y la lucha política y social.