El individuo ocupó su lugar en el vasto anfiteatro. Lo miraban cientos de miles, quizá millones, de individuos idénticos a él, aunque no iguales: los había más jóvenes y más viejos, más robustos o más delgados, pero todos con la misma estructura interior.
El individuo se identificó, mencionó su nombre y solicitó una audiencia. Uno de los dobles –el más idóneo por razones inciertas–, se adelantó para oírle.
–Soy el jaguar que trepa por el árbol de los tiempos –dijo el individuo–. Soy el punto donde se cruzan los espacios siderales. Soy el ubicuo y el cuandocuo. Soy el chamán. Mis dedos hilan la telaraña de los destinos.
El doble le respondió. Sus palabras borrosas vibraron en las paredes del anfiteatro, penetraron en los oídos del individuo y se grabaron en su cerebro. Pero el silencio no pareció interrumpirse.
El individuo cerró los ojos. Se reconoció en el lugar plácido e impreciso que otros antes le habían exhortado a encontrar. No era un lugar fijo; más bien era agua que corría entre los lugares.
El individuo se dirigió al público inmóvil y silencioso a sus espaldas. Volvió a hablar. Con sus palabras editó los vericuetos de su propio pasado.
De pronto todo oscureció. En el centro, sobre la arena, había un solo hombre dormido. Millones de pestañas guardaban sus sueños.
por Leonardo Laverde B.
9 de marzo de 2018
Fuente de la imagen: https://pxhere.com
muy bonita publicación.....
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