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Llamóla Utopía, voz griega cuyo
significado es no hay tal lugar.
Quevedo
Por lo demás, ni lo que ha
sido ni lo que será me interesan.
Soy Eudoro Acevedo. Nací en 1897, en la ciudad de Buenos Aires. He
cumplido ya setenta años. Soy profesor de letras inglesas y americanas y escritor de
cuentos fantásticos.
Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son
meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos
enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local.
Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie
aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a
olvidar. Eludimos las inútiles precisiones. No hay cronología ni historia. No hay
tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte
cómo me llamo, porque me dicen alguien.
Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado
de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora
abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar
hasta el vértigo textos innecesarios.
En el ayer que me tocó, la gente era
ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su
propio fabricante. También eran frecuentes los robos, aunque nadie ignoraba que la
posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.
Ya que no hay posesiones, no hay
herencias.
¿Un hijo? - pregunté.
- Sí. Uno solo. No conviene fomentar el género humano. Hay quienes piensan
que es un órgano de la divinidad para tener conciencia del universo, pero nadie
sabe con certidumbre si hay tal divinidad. Creo que ahora se discuten las ventajas y
desventajas de un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo.
Pero volvamos a lo nuestro.
Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.
El hombre ahora me daba la espalda y miraba por los cristales. Afuera, la llanura
estaba blanca de silenciosa nieve y de luna.
¿Qué sucedió con los gobiernos?
- Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a
elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban
arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La
prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que
buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La
realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.
En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de
miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta.