(Cuento corto) Una pequeña historia de amor

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La lluvia caía estruendosamente sobre las ventanas de la tienda. Juan, sentado tras del mostrador y con la mano acariciándole la barbilla, se encontraba leyendo un libro de título olvidado por las generaciones contemporáneas. Estaba totalmente absorto, la lluvia, la soledad y la oscuridad de la noche armonizaban maravillosamente creando un espacio divino y sagrado. Debería cerrar temprano, decía Juan, pues dudaba que algún transeúnte se colara en la tienda debido al temporal tan penoso que arreciaba en el exterior. Juan resolvió prepararse un café bien caliente para mantenerse animado mientras pasaba las páginas de la novela que estaba leyendo; al parecer, la trama había alcanzado un momento cumbre, se trataba de una novela romántica de esas que roban el aliento.

Dos enamorados cuyo amor no podía concebirse, una tragedia injustificada, un mar de sinsentidos lleno de preguntas sin respuestas. Una historia cuyo desenlace desbocó en un final lamentable para sus protagonistas. ¿Qué deberíamos hacer, pues, si nos enamoráramos de la persona incorrecta? ¿Es que en estos casos no interviene la Justicia Divina? Juan meditaba, si se está en capacidad de vivir un amor como el descrito en el libro de los corintios, un amor que todo lo sufre, que todo lo cree, que todo lo espera y que todo lo soporta, ¿no se debería ser recompensado con el mismo? Otra pregunta, aún más inquietante, perturbó a Juan un tanto: ¿estoy listo para amar de esa manera?, pues la fuerza del sentimiento debía ser recíproca en toda su envergadura, de eso, decía Juan, no cabía duda.

El café caliente desprendía finos vapores que parecían hacerse más grandes entre más se elevaban en el aire, envolviendo a Juan y creando una especie de aura mística en torno a él. Ya nadie vendrá, dijo Juan, y, dejando el libro a un lado cuidando de no perder la página en la que iba, se levantó de su asiento y fue a deslizar el cerrojo de la puerta principal; por un instante, Juan contempló la soledad de la calle de enfrente, notando al cabo de unos segundos que la ciudad parecía estar sumergida en un tremendo apagón eléctrico. Juan no pudo reprimir un suspiro de esos que empañan las ventanas: profundos y tristes, se sentía sólo rodeado de tantos estantes llenos de libros polvorientos y con no mayor compañía que su propia sombra. Solía soñar con alguien que se llenara de alegría al verlo, con escuchar una canción de amor y pensar al instante en un nombre, con el sonido de una risa y la curvatura de una boca, con sentir la pasión de la intimidad, con tener el pulso acelerado y las pupilas dilatadas… entre otras más ensoñaciones.

Luego de aterrizar en el mundo terrenal, Juan giró el cartelito de la puerta que indicaba que la tienda había cerrado, cuando un rayo de Sol asomó repentinamente entre los nubarrones del cielo; era un rayo suave y brillante en medio de la tempestad reinante. Sin perder un solo segundo, Juan abrió la puerta de la tienda y amablemente la invitó a entrar: era verdaderamente hermosa y estaba totalmente empapada. ¿Existen realmente las casualidades? Una vez alguien en televisión dijo que Dios no podía ser tan perezoso.

La noche lóbrega se transformó de pronto en una agradable velada. Un giro inesperado que resultó ser el más oportuno de todos. Una sonrisa por aquí y unas mariposas revoloteando por allá, un poco de café caliente y unos pastelitos también, rostros ruborizados y palabras tartamudeadas, toda una armonía perfecta mientras la lluvia caía estruendosamente sobre las ventanas de la tienda.

Este cuento fue escrito por Manuel Rodríguez