Arando en el mar. Colección "Relatos cortos". No. 15

Muchas veces , a lo largo de mi vida, escuché la expresión arando en el mar, en referencia a la pérdida de los esfuerzos para conseguir un resultado, fuese éste el que fuera. Hoy escribo sobre ella. Pues me siento arando en el mar cuando intento vencer la tristeza que me invade, cuando mis músculos faciales se tensan para forjar una sonrisa inexistente en mi ánimo.

A algunos les parecerá una pose. No lo es. Estoy triste. Con esa tristeza profunda que llega a los cimientos del alma.Hace una semana vi partir a mi hijo rumbo...al más allá. Si es que lo hay. Varias veces lo había sentido ausentarse de mi vida, por enojos estériles. ¡Cómo no me percaté de su desvarío! ¿Cómo no entendí que no eran normales su enojos gratuitos y sus histéricas respuestas? ¿Cómo no intuimos?

¿Por qué no indagué sobre su brusca aparición en mi cuarto, con esa razón trivial? - Quería verte. Saber que estabas aquí- y sin esperar respuesta volver a salir. No atiné a responder nada. Ni siquiera me moví de la cómoda posición, en la que leía, ni recuerdo que. Lo que si recuerdo fue el brutal estampido que resonó en el apartamento, el grito que hizo vibrar todas mis neuronas y la parálisis que me impidió moverme de la cómoda posición en la que leía, ni recuerdo que.

Los sollozos congestionaron el rostro masculino, que mostraba varios días sin afeitarse. Las manos se retorcían amenazando fracturar los dedos con la intensidad de los apretados movimientos. Se puso de pie, caminó hacia mí, se sentó a mi lado. - Mi trabajo como padre fue un infructuoso arar en el mar.

Tragué con dificultad. Espero, no estar haciendo lo mismo. Mentalmente busqué que decirle, las palabras parecían haberse fugado de mi consciencia. -Él,  impaciente, ansioso frente a mí, esperaba mis palabras. Con dificultad hilvané un discurso:

- Fuiste comprensivo con él. Apoyaste sus iniciativas. Sus largas ausencias no te permitieron hacerle seguimiento    y ya era un adulto. Tienes...

Sentí odio en su mirada, un odio inexplicable. No, no, debe ser la rabia que siente por todo esto. Ahora, fui yo quien se puso de pie. Él no había vuelto a hablar. Sentí miedo. Traté de abrazarlo.  Lo vi encerrarse en sí mismo. No me atreví a tocarlo.  Hace una semana perdí a mi hijo, hoy siento que pierdo a su padre. Un grito desde mi interior clamó a Dios.