Las cosas que quedan con el fuego

in spanish •  7 years ago  (edited)

Amigos de Steemit, en esta ocasión les presento un cuento que participó en un taller en esta plataforma y ahora lo presento con algunas modificaciones a propósito de las observaciones de los lectores. Espero les guste.

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Las cosas que quedan con el fuego

Querido JM, quiero escribirte de las cosas que quedan con el fuego. Mientras me preparo enciendo la radio. No la escucho. Prendo el televisor. Las imágenes se proyectan a nadie. Arranco la computadora. Me siento. Respiro. Pongo música que sugiere youtube. Reviso estados financieros. Inicio facebook. Reviso una página con las noticias del día. En otra ventana veo porno. Mientras muevo el ratón pienso en el clítoris. Mi clítoris. Un dejo de olvido se perfila en la punta del dedo. Vuelvo a la prensa. Desde este cristal veo cómo el mundo se cae a pedazos. Soy una especie de astronauta que, indolente, orbitando, mira el planeta tierra. En la ausencia de dolor, intento absorber mi propio dolor al no ser quien sufre en otra parte, en algún reporte de la prensa. Sin embargo, no encuentro consuelo. ¿O sí?
Gugleo ceniza. Definición de Wikipedia. Luego Cenizas volcánicas y Cenizas volantes. Otra opción me causa gracia. Castro y Putin: Donde hubo fuego, cenizas quedan. Ahora gugleo ceniza humana. Más interesante. Acorde con lo que busco. Wikipedia me define cremación. Otro link me propone convertir cenizas humanas en diamantes. Imaginarlo como negocio me produce náuseas. Otra sugerencia recomienda la necesidad (quizá física, quizá espiritual) de esparcir las cenizas; ofrece instrucciones, aborda aspectos legales, compañías que lo hacen por una, pues si decido esparcirlas en el mar, debo hacerlo a cinco kilómetros de distancia de tierra firme. Siento la necesidad de esparcirlas. Tal vez sembrar un árbol para imaginar que ahí renaces. Pero ¿pueden unas cenizas ser alguien?


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Converso con el jarrón. Está frente a mí. Lo acaricio aunque no es tu piel. Ni tu cabello. Aún así le inquiero. ¿Eres tú?, ¿estás allí?
Decido salir. Tomo un bus. Camino. Divago. Creo que no pertenezco a esta ciudad. Ni a su multitud. Decididamente soy ajena a todos los males de incontables transeúntes, conductores, comerciantes, pordioseros, policías, colegiales, prostitutas.
Subo a otro autobús. Me quedo en una playa. ¿Acudo a mi última cita con el abismo?, ¿acudimos? Este es uno de esos momentos en que las almas salen solas y los cuerpos andan como perdidos en un espacio que no existe.
Camino por la playa. Me descalzo. Quiero nadar desnuda. Detengo mi impulso. Me sumerjo en el mar. Vestida. Oculta. Desde acá te veo en la playa. El sol te golpea con su luz. Tu brillo me distrae. Al final del mar, las montañas desvaídas de la Otra Costa, y más allá la escritura de un cielo extraño. El aire perfuma mi respiración. La vuelve casi material. El cielo va cerrándose. Las nubes tapan al sol pero siento que me ciegan a mí. Todo el frío del aire marino. Todo el miedo. Y después toda la vergüenza. Se me juntan en el mismo punto inconmovible.
Un ave se posa cerca. Me devuelve tu memoria. Parece volver desde no sé qué sombra. Día nublado del Caribe. El viento de diciembre golpea la última certeza de algo que ya debiera morir. La vida pasa arrastrada y la lluvia apaga nuestros pasos. Ni siquiera sé quién ni por qué fui llamada a este convite de tantos años después. Lloro. No es este el lugar para esparcirte. Floto. El mar me expulsa en su oleaje. Miro el mundo. Me irrita que siga girando como si nada.

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Intento tomar un bus. No me permiten subir empapada. Espero a secarme. Voy nuevamente a la ciudad. De los autobuses, las personas salen vomitadas, dan pasos a la intemperie. El sol emerge iluminado por haces pulcros, límpidos. Camino. Una pereza insondable me disuade. Entro a un parque. Lo atravieso. Voy esparciendo algo de las cenizas. Algo del polvo se me adhiere al cuerpo. ¿Eres tú que vuelves a mí?
Una zona del parque parece un viejo erial. Las matas de mango se erigen inmensas. Junto a la hierba espesa y la rotunda claridad de la tarde, todo adquiere el tacto de una suave bandera, un oasis. Veo a un par que se toman de la mano. Besándose, creen que se aman y creen que será eterno. Él dice algo al oído de ella. Ella acaricia su pelo. Sus bocas se confunden. Parecen dos idiotas que ejercen impunemente su deseo a la luz del día y a la vista de todos. Siento envidia. No, más bien siento lástima. Los miro con sorna. Yo he vuelto de la catástrofe que ellos no saben está punto de sucederles.


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Sin darme cuenta he arrojado toda la ceniza. Ha quedado casi en el mismo lugar. La tarde, tan delgada, es un mareo, un torbellino donde me siento nogal. Con las cenizas se marcha un dolor físico alojado en mis vértebras. La alegría del domingo me es ajena, pero en las voces, en las bicicletas, en los incansables columpios, hasta en las ropas de la gente y en la arena, parece que encuentro sentido a la ciudad. La corteza en los troncos de los árboles, ancestrales, parece el testimonio único del tiempo entre tanta agua eterna y tanta flor que muere bella.

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Buen texto, desde el inicio hasta el final se siente una soledad que quema hasta convertirse en ceniza. Gracias por compartir.

Gracias a usted por su lectura. Me gusta su interpretación.

Excelente cuento, @morey-lezama. El lenguaje sencillo y la descripción detenida en los detalles nos hacen sentir en primera voz las despedidas. Te abrazo

Me alegra mucho que te haya gustado. Y también que hayas valorado el efecto que me propuse con el cuento. Gracias por la lectura atenta. Te abrazo también.

Es un texto muy bueno, @morey-lezama. El aliento poético y el narrativo se entrelazan con perfección.
Es curioso cómo funcionan algunas cosas en la literatura. Leo este fragmento: " Al final del mar, las montañas desvaídas de la Otra Costa, y más allá la escritura de un cielo extraño. " Y pienso que por una parte se refiere literalmente a un accidente geográfico (cosa que no todos los lectores pueden saber) y al mismo tiempo a una realidad simbólica: la Otra Costa más allá del mar; la Tierra de los Muertos, el Otro Mundo, o como queramos llamarlo.
Te felicito. Saludos.

Maestro, una felicitación de usted es un gesto alegre que recibo en etapa agreste. Muchas gracias por tomarse el tiempo de leerlo y juzgarlo. Me reconforta su saludo.