Perversamente escrito en mi piel. Así está tu nombre en la historia de mi vida, por siempre. Recuerdo la primera vez que tus manos tocaron mi cuerpo. Había caído y mis rodillas ensangrentadas no solo me alarmaron a mí, que largué el llanto, sino a todos los presentes. Tú fuiste el primero en socorrerme, el de cantarme una canción para que dejara de llorar:

_Sana, sana, colita de rana…

Tocaste mi pierna infantil y te detuviste un rato en donde comenzaba mi rodilla. Tocaste y en ese tocar te estremeciste. Me besaste los ojos, me secaste las lágrimas y me dijiste que si dejaba de llorar, me comprarías algo.

_¿Algo? –pregunté pasando una mano sucia por mi cara.

_Sí. Lo que quieras, pero deja de llorar -fueron tus palabras.

Yo dejé de llorar porque quería que me dejaras comer helado. Todos en casa rieron por el poder de tu canción y tus palabras mágicas.

Toda la tarde la pasé con mi rodilla raspada, pero con una sonrisa en el rostro. Yo sonreía por la promesa dulce que me esperaba. Aquel día hiciste lo que tal vez se convertiría luego en una práctica secreta.

_Quiero con mantecado y óreo –dije moviendo mi falda con flores.

El envase fue colmado por dos grandes bolas de helado. Una paleta de madera se metió en aquella deliciosa materia fría y luego se perdió en mi boca. Al rato, en silencio, vi cómo un dedo tuyo tomaba un pedazo de helado y lo metías en mi boca. Mi reacción primera fue atrapar el helado antes de que se derritiera. Así que chupé tu dedo untado de mantecado y óreo.

Chupar tus dedos se me hizo costumbre. Siempre estaban llenos de azúcares, chocolates y frutas. Llegaste a meter los cinco dedos a la vez en mi boca pequeña. Siempre me pedías que chupara tus dedos, que los lamiera y hasta mordiera a veces. Nunca perdí tu mirada intensa al verme hacer aquello que solo hacíamos cuando estábamos solos. Nunca olvido tu palidez dolorosa cuando repentinamente llegaba alguien.

_No se lo digas a tu mamá si quieres tener más helado –decías siempre bajito.

_Claro, papá, ese es nuestro secreto –te decía en mi inocencia pensando que tú eras el padre de las canciones mágicas y los deliciosos dulces.

HASTA UN PRÓXIMO RELATO, AMIGOS