Hace varios años en mi pueblo, estábamos unos compañeros de estudio sentados en la plaza Bolívar conversando de la vida, haciendo chistes de otros compañeros y como siempre, en medio del desorden de palabras surgió el tema de cuentos de caminos, espantos y hasta posiblemente existencia de brujas.
El caso es que luego de unas cuantas horas del tema, cada uno se fue yendo a su casa por esas calles oscuras o con poca luz que debíamos recorrer algunas veces solos ya que los demás iban en sentido contrario. Ya pasada las 12 de la noches, a eso de las 3 de la madrugada, un compañero y yo emprendimos la ruta. Este se quedaba primero que yo pues su casa estaba dos calles antes y mi casa era al final de la calle principal.
Al llegar a una esquina que tiene más cuentos que otras sobre sustos y gente desandando, en medio del frio y el soplido del viento que baja de la montaña justo al llegar a ese punto escuchamos un grito espantoso que provenía del fondo de un estacionamiento que da hacia un cafetal (siembra de café), fue tan cercano que nuestra piel se erizó y automáticamente nuestro corazón se aceleró. Mi amigo y yo solo nos quedamos parados mirándonos de frente y la pregunta: ¿escuchaste? Si, respondo con voz quebrajosa. Seguimos caminando y al momento se escucha nuevamente el grito pero más cerca; volteamos a ver si era que alguien nos tenía una trampa para darnos el susto pero no, no había nadie. Allí solo le digo a mi amigo, compadre, nos vemos mañana, estrechamos las manos y corrimos lo más rápido que pudimos, él se desvió hacia su casa y yo seguí a la mía. Al llegar me metí a la cama y solo rezaba por el gran susto que pasamos.
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