La madre Gea alberga las maravillas más hermosas del Universo. Estoy agradecido con ella, me dio la vida, y un lugar donde vivir. Es la más sensible de todas las madres, y también la más dura.
Recuerdo las noches en las que me regaló hermosas vistas, solo debía alzar la mirada, y mis ojos se deleitaban con un espectáculo más allá de sus fronteras. Alejado de las luces de una sociedad más poblada, podía apreciar aquello que muchos ignoraban. Casi todas las noches, tenía un lugar esperándome en lo alto de aquel granero, donde por horas me senté a ver las estrellas.
Pero, por mucho que ame a la Madre Tierra, no pude quedarme en ella toda mi vida. En un principio quise permanecer allí, labrarla, y hacer que los alimentos crecieran de ella. Pero eso no es lo que realmente quería hacer. Mi mente siempre estuvo más allá de sus fronteras, y allí es a donde quise llevar mi cuerpo.
Y de todos los otros dioses dispersados en el amplio cosmos, solo uno me dejó fascinado, y no tenía que ir muy lejos.
Su singularidad llamó mi atención desde que lo vi por primera vez en fotografías de una revista de National Geographic.
Esa fascinación me trajo aquí. Por ello, cuando los rayos del sol comenzaron a aparecer por el hemisferio izquierdo de esta helada luna, y bañaron mi cabina, me estaba sintiendo como un niño otra vez. Un niño que se la pasaba horas mirando el cielo estrellado, identificando planetas y constelaciones.
La luna quedó fuera del campo de visión en cuestión de minutos, mi vista solo apreciaba el vasto cosmos, lleno de relucientes estrellas, cuyo brillo era la última chispa de un mundo que ya había muerto hace millones de años luz…, pero que todavía se conservaba con vida en este momento.
La Juno continuó su curso. Una vez que fue llegando a las coordenadas, comenzó a disminuir la velocidad. Luego, se detuvo totalmente, y en menos de un minuto giró casi ciento ochenta grados.
Ahora, la vista desde mi cabina cambió radicalmente. Un gran planeta apareció en mi campo de visión. Los colores eran variados y se distribuían en anillos que parecían formar parte de la superficie. En la parte de arriba, pude distinguir fácilmente su hexágono.
Pero lo que más pudo maravillarme, fue la singularidad. Millones y millones de rocas se juntaban y orbitaban alrededor del planeta, formando un gigantesco anillo que desde la distancia parecía totalmente sólido.
Esta característica hace, al menos para mí, a Saturno el planeta más maravilloso de nuestro sistema. Y por fin, luego de muchos años, estoy aquí.
Por el intercomunicador se coló una voz.
-Capitán, ya estamos en posición. Vamos a comenzar el descenso. Vaya a la zona de descarga para alistarse.
Hi, @niklaus22!
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¡Me encanta! Es una historia muy linda. Estos detalles la hacen especial:
Buen comienzo, bebé. ¡Vamos con todo!
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