Uno de los retos de encontrar el amor a los 30.

in spanish •  7 years ago 

En estas últimas tres o cuatro décadas, las mujeres nos hemos educado y preparado para autosatisfacernos profesional, económica, espiritual y sexualmente. Muchas piensan que esperar a un hombre en casa con la cena lista y una sonrisa en la cara es una manera de esclavitud contemporánea. Otras lo disfrutan, y están en todo su derecho. Pero aquellas que le huyen a este tipo de vida en casa han decidido proveerse ellas mismas de lo que antes solían proveernos los hombres: seguridad, dinero, estabilidad, sexo y felicidad.

Por supuesto el hombre, que desde pequeño ha sido instruido en su papel de protector, jefe de casa y dador, gracias a la cultura machista y patriarcal que nos rige, de repente despierta en el siglo 21 y se da cuenta de que todo lo que se supone que él debe hacer para conquistar y mantener feliz a una mujer ya ha sido cubierto, dejándolo aparentemente sin nada que aportarle, no siendo indispensable ni siquiera para el sexo: la masturbación femenina es un camino mucho más seguro al clímax (96% de éxito, para ser exactos…). El hombre concluye entonces que no es indispensable para ella. Y está en lo cierto, objetivamente hablando.

Del otro la mujer, sintiéndose todopoderosa por primera vez en muchas generaciones, clama con sus actitudes “no te necesito”, y el hombre sintiéndose retado y herido nos invalida nuestros altos estándares de exigencia y nuestra recién adquirida independencia diciendo: “no me interesa estar a esa altura a la que dices que estás para estar con alguien como tú”. Entonces, como cualquier ser humano herido, los hombres son más propensos a elegir desde el ego, y la mayoría de ellos empieza a escoger vivir relaciones que no le exigen ningún tipo de esfuerzo mental y que le permiten expandir ese papel que cuando pequeños les dijeron que debían cumplir.

Y entonces los años pasan y todos nos quedamos solos: ni ellos llegan a descubrir el tipo de felicidad que sólo nosotras podemos aportar, ni viceversa. Ni ellos llegan a saber qué significa vivir con alguien que está preparada para alimentarte espiritual y mentalmente como lo están ellos, ni ellas llegan a saber qué significa bajar la guardia y dejar por un momento que otro se encargue de girar el mundo.

El problema es de ambos, y al mismo tiempo de ninguno. Esta nueva generación de mujeres y hombres que recién cumple 30 años es la generación transitoria. Esta es la comunidad de mujeres que apenas se da cuenta que puede usar su voz para lograr lo que quiere y, como ha pasado tanto tiempo encerrada y callada, se ha aferrado sin mirar para los lados a ese derecho, defendiéndolo con una agresividad justificada: las oprimidas todos estos años hemos sido nosotras. Si estamos a la defensiva, ha sido por algo. Pero los hombres, estos que apenas despiertan a un nuevo mundo en el que exigimos igualdad en el papel y en la realidad, están en sus años de amoldarse a esta nueva realidad, en sus años de aprender a relajarse y a aceptar que ni ellos son obligatoriamente los proveedores ni nosotras somos obligatoriamente las sensibles.

Ambos sexos, y todas sus variaciones, estamos en una etapa de reajuste. Hay un espacio que las mujeres recién conquistamos, pero todos estamos en esto tratando de saber cómo hacer que las generaciones siguientes se sientan más cómodos en sus propias pieles y la equidad continúe ganando terreno. Así que en mi opinión, para volver a dejar fluir el amor sin incomodidades entre esta generación de personas desorientadas que tiene alrededor de los 30 años, la solución no está en que las mujeres vuelvan a ser dependientes de ellos, para que vuelvan a sentirse necesitados; así como tampoco está en que las mujeres declaremos a los hombres un artículo desechable. Ambas opciones son absurdas y falsas.

En mi opinión la solución, la paz, está en entender que aquí ya no hay princesas esperando a ser despertadas con un beso, ni caballeros andantes cuyo única misión es rescatar chicas de las torres. Creo que debemos aceptar que hay una nueva forma de convivir. En esta nueva manera de convivir hay equidad en todo sentido, y si no la hay, ambos debemos pelear por ella, sea que beneficie a tu sexo o al mío.

Creo que en esta nueva forma de convivir las relaciones se vuelven fuertes no porque el uno “proteja” al otro, sino porque funcionan como una unidad que busca los mismos objetivos, una unidad que cree en el mismo tipo de sociedad y en la cual las personas involucradas se pueden mirar de igual a igual, porque tanto la mujer como el hombre es capaz de alimentarse emocionalmente a sí mismo, y se encuentra seguro de poder flexibilizar su papel en la relación según la necesidad de la misma: a veces sensible, a veces fuerte, por ejemplo. En estas relaciones es el valor propio y el crecimiento personal, la libertad, la seguridad, los derechos de los cuales se goza, y no tu capa de superhéroe o mi vestido de víctima, lo que hace atractivo a un sexo para el otro.

Ciertamente sería positivo que reconociéramos que ambos sexos tenemos nuestras fortalezas y nuestras debilidades, pero como todo en el mundo: unidos somos más fuertes.

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