Alma mía, las lluvias de este invierno
te llevaron lejos a un viaje
sin retorno.
Mi llanto está preso en mi pecho, y
hoy el cielo prefirió no llorar
para nunca más cantar.
Ambos lavaremos el dolor
que se ha apoderado de nosotros,
antes que crezca e hiramos a otros.
Quiero despertar de esta pesadilla real
que me hiere y me mata.
Es agonía verdadera y llanto amargo, cual infierno interior en mi alma desata.
¿Por qué te fuiste antes que mí?
Te faltó mucho por sonreír, por brillar.
Pero hoy tu luz se apagó y
tu sonrisa desapareció de tu rostro
para siempre callar.
¡Qué pena ha sido verte partir!
Mi corazón y mi piel lloran
el veneno del dolor que me
ha causado tu salida de este mundo febril.
¿Adónde va el joven amigo, alma mía, que a veces sonríe y a veces llora la alegría de existir?
¿Adónde va el alma joven de alas grandes y luz eterna que quiere llegar lejos y del mundo salir?
Hoy decidiste volar, y me dejaste
aquí consumiéndome en mi egoísmo
por querer tenerte y amarte,
para encontrar un motivo de existencia
en mi insignificante vida de descarte.
¿Cuánto tiempo debo esperar tu regreso?
Y mientras tanto... ¿qué? ¿Debo vivir con el veneno en mi garganta entre tanto anhelo tus besos?
En cada rincón de mi casa faltarás tú;
faltará tu ruido, tu voz; tu alegría y tu llanto.
Faltará, alma mía, tu canto.
Hoy te fuiste y mi casa ha quedado vacía
que yo solo no podré llenar.
Correrá el aire frío de tu ausencia. Y
esa sinfonía de alegría de la vida
que nunca se volverá a entonar.
Si de algo me sirven las palabras
ahora que te has ido,
es gritar lo que por mucho tiempo callé,
y que hoy me mutila lentamente,
porque tanto y tanto te amé,
que ahora cercenan mis entrañas los sentimientos que nunca te expresé.
Hoy te despedí, y hoy mismo empiezo a morir, hasta el día que mi
corazón deje de latir.
La mitad de mi alma te la llevaste tú.
Esa será mi cruz, sin risas y carcajadas,
y sin motivo de existencia donde
solo habrá oscuridad que antes
contigo hubo luz y resiliencia.
Tu adiós casi obligado, me condena
a la soledad y a una agonía lenta.
Me enfrentaré a fantasmas y
a los recuerdos de días y noches
vividas contigo, para nunca más sentir mi alma contenta.
Las campanas de mi templo interior
han dado el último ding dang
para despedirte. Y sólo volverán a sonar cuando vea venirte.