El niño del bosque:
Hace muchos años, de pequeño, mamá solía relatarme la historia del niño del bosque sacada de un tomo con muchas ilustraciones. El libro tenía más cuentos consigo, pero aquel era mi favorito. Por eso, noche tras noche, era mi ritual antes de irme a dormir.
Era una antigua leyenda india en donde un niño muy travieso se escabullía de su casa al alba para ir a deslizarse a la alta ladera dentro del bosque. La ladera se abrazaba al vacío en una cascada, traspasando las nubes, hasta caer al hermoso río. Tenía prohibido ir al bosque, al que todos los adultos temían sin saber muy bien porqué. Pero, sobre todo, tenía prohibido lanzarse desde allí. Aun así, todos los días, a penas los rayos lamían la tierra, el niño del bosque cuidaba a los árboles en su carrera hasta zambullirse en las burbujas que le cosquilleaban las orejas y la nariz.
Pero, un día —porque en todas las historias hay un pero— fue haciéndose mayor, olvidando el lenguaje secreto de los árboles sonriendo su carrera y la música llena de dulzor y ternura que era el viento meciendo sus cabellos. Ahora, era un adulto frío, calculador, y los animales no venían al llamado de su voz núbil. Incluso, comenzó a temerle a la cascada. Ya no había un arcoíris bailando. Ya no era mágico. Solo era piedra gris y fría. Solo daba vértigo. El mundo fue envejeciendo más y junto con él; la cascada era sólo un acantilado al que te lanzabas en una muerte segura. ¿A quién se le ocurriría jugar allí? Dejó de ir al bosque y se refugió en la ciudad, en donde los únicos árboles eran rascacielos y las farolas eran una luna de artificio. ¿El bosque? Sólo era un recuerdo de un lugar oscuro que desde la maleza te acechaban sombras; los árboles te miraban escrutadores y el viento frío traía amenazas.
Era un cuento triste que hablaba de la pérdida de la inocencia. Pero en aquel tomo siempre sospeché que faltaba la última página. De niño, mi madre y yo siempre lo dimos por un final válido y único final, hasta que un día, soportando el calor y la inmensidad de los automóviles bajo las Fuerzas Armadas, conseguí el verdadero final en una edición rústica y humedecida. La leí ahí mismo, de pie, con el vendedor ávido preguntándome si lo compraría. Y sólo ahí, después de tantos años, pude pensar en la muerte de Juan, en su significado, sin estar rodeado de una aurora de dolor.
El librero:
Juan era un vendedor de libros usados que tenía un quiosco de dos cartones en el suelo cerca de Plaza Venezuela —y de la universidad en la que aquel entonces estaba matriculado—. Aquellos días fueron grises. El presidente, felicitándose por ser un gran estratega, cometió un error de cálculo al negar los poderes a una asamblea moribunda. Pensando, quizás, que nadie diría: “esta boca es mía”. Como lo fueron las expropiaciones que sangraron al país; como lo fue la sutil entrega del poder civil al alto mando militar; como fueron las elecciones con ganador anticipado. Pequeño error de dedo, Presidente. En los vagones de metro ya se hablaba con furia contenida por las noticias de los periódicos. En las universidades se estudiaba por un lado, por otro, se murmuraba de la caída de los gigantes. Al fin se mostraba tal cual era.
Luego, pasada una semana, el Presidente salió en una cadena riéndose y bailando. ¿Él? ¡Pero si tan solo se trataba de una broma! “Recuerden lo mucho que el estado los ha ayudado, ¿no tienen todo? Recuérdenlo, es una orden. Siempre nos preocupamos por ustedes”. Sin embargo, su baile de joropo tenía el repiqueteo de las bombas y su risa despreocupada solo traía malos vientos.
El viejo del bosque:
El cielo se empapó de gris y el humo era el único consuelo para los estómagos vacíos. Robando dinero de mi mesada —que era estrictamente para comer y el pasaje— solía cometer el pecado de comprarle alguno que otro libro cuando lo veía leyendo, con las mejillas quemadas, vistiendo su ropa andrajosa, y acompañado de los ladridos de su jauría sucia alrededor.
Después, se nos hizo algún tipo de baile con los pasos ensayados el salir de la universidad y encontrarme algún libro de Poe, Stephen King, Gabriel García Márquez y, si había suerte, Asimov guardado expresamente para mí. A Juan se le conocía cerca de la facultad como “el hombre que amaba los perros”, “el Barbudo”, por su gorra roja calada y su barba enmarañada. Yo le decía, por cariño y respeto: "Maestro", gracias a las clases improvisadas que me daba de cómo escribir.
De tanto pasar por su casa —una verja rota con un colchón sucio en el suelo y con las sábanas revueltas; con su termo y chaquetas guindadas de los árboles y sus perros calentándole la noche— terminó por hablarme de él. Siempre asocié el estado de vagabundería a personas sin estudio —prejuicio que arraigo por mi maestra de tercer grado— pero el maestro sí que había estudiado, era licenciado en Filosofía de la universidad en la que dormía a sus pies. Tuvo dos hijos que emigraron al extranjero con su ex esposa, si alguna vez lo fue.
— Lo que pasa es que no teníamos anillo, eso es para inseguros niños"— decía. Se habían conocido en la universidad. Él en su último año, ella en el penúltimo semestre. Aunque su punto de eternidad lo tuvieron en una playa.
— Porque todos los amores tienen su grado de eternidad loco, es lo que los hace únicos. Eso fue hace mucho, muchacho. Estaba atardeciendo, los vendedores recogían sus cosas. Entraba la brisa friíta de las olas. Ella me retó a quién llegaba a la lancha que estaba cerca de las boyas. Y mientras nadaba el mar, eran sus ojos, unos ojos profundos en los que podías perderte y hundirte. Llegué primero y tuve que devolverme a buscarla, la muy tonta se le había olvidado que no era muy buena nadadora…—los perros no ladraban, estaban sentados, oyendo fascinados—…Subimos y nos sentamos en la lona que la cubría a contemplar el agua rosada que bailaba suave, aún creo que no despierto, es arrecha la vaina. Pero sus ojos eran un cielo tierno que te prometía una muerte en paz. Aún en noches lluviosas, los perros ladran y yo imagino que entre la oscuridad sus ojos chisporrotean—culminaba.
En esos días en el periódico se hablaba de los buenos tiempos y en la calle había aires de guerra civil. Los estudiantes eran encerrados y desaparecían.
— Tranquila señora que su hijo está en Cumaná. No. Nada que ver, quizás en Mérida. ¿Ya buscó en Trujillo a su hermano? Los guarimberos, como su tío, van a Falcón, lejos, por allá botados—.
Los mercados se confundían con los desiertos. En las noches, junto el tambor de la indignación y los cacerolazos, se expandían rumores del Presidente caído, preso o que ha escapado. Pero al día siguiente aparecía gozando una bola en la televisión. ¡Qué error de dedo, Presidente! Las noches eran el verdadero anfiteatro de una fiesta alocada, en donde las armas eran la voz de muerte al tirano y escudos caseros.
— El poder es fuego, chamo. A quien toca, consume. Y a quien anhela el poder, se quema por dentro. Siempre sale aquí o allá alguien del pueblo, elegido por él, pero apenas tocan el cetro, se les olvida su nombre. Se lo cambian, se prostituyen. Terminan extinguiéndose ellos solos. Me gustaría creer en un sitio en donde las riquezas se reparten, pero eso está lejos del ser humano. El ser más infame. Simplemente no está hecho para ser bondadoso—el hombre de que amaba a los perros filosofaba con gran habilidad.
Solo gracias a mis compañeros de carrera supe de su muerte. Y ahora, años después, sé que el maestro Juan, solo era el niño del bosque. Pregunté muchas veces qué había pasado, pero sus respuestas eran una lluvia de ceniza de mal sabor: la Guardia había trancado la salida de la universidad, diciéndoles a Juan y a sus perros que se alejaran. Plantándose como si la universidad fuera un bunker, ya habían lanzado muchas bombas y perdigones, y la tierra devolvía un llanto gris que se elevaba al cielo —porque la tierra también llora—. Todos me dijeron que no supieron de dónde llegó ni cómo apareció allí, en medio de una lucha sin sentido, de estudiantes contra tipos con sueldos en la guerra fabricada de un país con muchas revoluciones falsas que chocaban entre sí.
— ¡No dé un paso más! ¡Señor, deténgase! ¡Alto!—. Gritaban los guardias mientras los perros aullaban. — ¡Última advertencia, viejo! — insistían.
— “Si la playa brillaba rosada y ella era luz, auténtica luz. Sus ojos contenían la eternidad, como dándotela, muchacho…” —recitaba Juan.
— Este loco, míralo. ¡Viejo, váyase vale! — se exacerbaban todavía más.
¡Qué error de dedo presidente!
— “…Si no fuera porque tienes mal los signos de puntuación, serías excelente, tienes una creatividad arrechísima pero a veces te apresuras como si quisieras contar la historia en un solo suspiro, no sabiendo que... la vida es una sola y si un día amas a alguien, ámalo, ámalo, aunque se vaya... y aun así, sigue amando…”
— ¡Dispara! ¡Qué más vas a hacer, el viejo no se quita!
Pero —porque en todas las historias hay un pero— el viejo se levantó siguiendo su memoria, realizando su último acto, y recordando que él era el niño del bosque. Corrió y los arboles reían a su encuentro, había vuelto. Corrió y el viento bailaba feliz. Corrió en contra del tiempo, el desamor, la desgracia y el dinero. Corría en contra de todo, hasta arrojarse de la alta cascada que brilló un momento, reteniéndolo, mientras el vacío lo consumía, convirtiéndolo en dientes de león, en polvo de estrellas ascendiendo al viento. Convirtiéndose en un suspiro eterno.
Los perros aullaron al disparo.
Escogí este post por ser uno de los primeros en publicarse en Steemit. Pero la verdadero razón es que el personaje principal (Juan) es un homenaje a Victor, el librero de la UCV en la entrada de Plaza Venezuela, fallecido el 24 de marzo del 2018.
Siento que la literatura puede salvarnos del olvido.
Gracias a @huesos por nominare. Yo nomino a @absoluteurea
Que chevere poder ver esta calidad y que además mi acción sirva para que traigas esto de nuevo, un saludo y mis respetos, ¡dos escritores en formación deben apoyarse!
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Definitivamente tu arte es uno de los mejores te felicito sigue así @poesiaempirica. éxitos...
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Excelente un saludo de Bogotá Colombia .
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"Siento que la literatura puede salvarnos del olvido." Ésto es algo muy cierto. Me ha parecido entretenido leer algunos de tus post, que hagas un homenaje y relatado de esta forma, me encanta.
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Sera q me puedes quitar el voto negativo q me diste, he invertido en ese post en bots como para q me quitaras la ganacia
si no te gusta algo comentame
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Bueno, era copia y pega de un artículo ya publicado. Tranquilo, lo quitaré pero para la próxima itenta subir contenido original
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Vale gracias es q soy nuevo. te lo agradesco
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