Una historia simple

Sonrió cuando la vi. Se levantó y nos saludamos con un beso en la mejilla. El olor de las pizzas del local de la derecha flotaba en el aire, mezclado con el bullicio del centro comercial. Me dijo que me hacía más alto, o al menos, en las fotografías eso aparentaba. Que había leído algunos de mis cuentos en la red; que muchos le gustaron pero no podía quitarse la sensación de quien los escribía debía estar un poco ido. Es que en tus cuentos son todos tenebrosos y tristes; me gustaría abrirte la cabeza a ver qué ideas tienes. Su sonrisa captaba muy bien lo que era la vida. Me habló de los primos que habían emigrado: Éramos la tropa, una vez una señora se detuvo a preguntarle a mi papá si aquella hilera de puestos estaba desocupada, él chasqueó los dedos y todos ocupamos la fila; no dejamos ni uno para que se sentara. Su risa volvía a aflorar. Ahora no podemos ocupar ni la mitad, agregó. Dimos una vuelta para buscar algún dulce barato en la panadería y el supermercado. Era como una niña pequeña observando los helados del frigorífico. Sus ojos tenían el mismo brillo de emoción al ver las galletas en los anaqueles. Regresamos con dos botellitas de agua mineral. Me dijo que lo importante no es el lugar, sino la persona. He querido escribir, porque también escribo ¿sabes?. Le gustan los búhos, una vez en una expedición al llano vio a muchos, pequeños y tiernos. Su mamá se había asustado por los caimanes que perezosos, descansaban en el lago, pero a ella le gustaban. También le gusto lanzarse desde la cascada. Tenía como diez metros y el agua abajo daba vértigo. Yo creo que fue por eso que mi hermana no se lanzó hasta casi cuando nos íbamos. El llano era profundo y bonito. Con una soledad eterna que te helaba los huesos. Nos tomamos las dos aguas minerales. Intenté comprar la tercera pero me dijo que ella le gustaba pagar sus cosas. Qué triste que ya sea tan tarde ¿no? me gustaría seguir hablando. Su libro favorito es de suspenso, pero no se aprendía los nombres con facilidad. Su segundo favorito lo encontró por casualidad. Casi no me gustaba, lo cogí y ahora no puedo soltarlo. Era prestado, digo que no puedo sacármelo de la cabeza, quizás es lo que lo hace un buen libro. Su piel era morena como el helado de chocolate. Su sonrisa, espuma de cerveza. Embriagaba. Aunque también era como la tarde: linda y cálida.