Tiempos de soledad │Introspección.

Salí a caminar por mis lagunas mentales añorando lo que he olvidado y me incompleta. Todas mis energías habían marchado dejando carne y huesos inmóviles. Me sentía cansado, bastante cansado. Fui a parar en un banco, cuyo cuerpo metálico acogió la pesadez del mío sin rechistar. Aspiré el aire contaminado de mis pensamientos, y respiré melancolía y desidia, además de un intenso aroma similar a desolación y desesperanza. Son vientos nihilistas —pensé.

En efecto, vendavales de realidad descendían por las montañas de la razón, formaban remolinos destructores de hogares en los que alguna vez estuve, elevándolos en medio de una espiral mortal. Deduje se aproximaba la tormenta, mas no me moví de aquel banco, no podía ni quería, estaba exhausto.

No llevaba conmigo libro alguno, ni nada que arropase mi alma, moría de frío y aburrimiento. Durante mi niñez, jamás logré hacerme amigo del tedio, llegué a aborrecerle manteniendo distancia en todo momento. Sin embargo, ya de adulto, existían estos días donde todo se derrumbaba y me quedaba allí, sentado junto a él y mi pesadez.

Me encontraba tan absorto cuando ocurría, que probablemente en mi forma corpórea parecía muerto en vida, carente de un mundo interior capaz de enriquecerme y alegrarme.

Existen quienes brillan con luz propia, también tuve la mía, no fui la excepción. Pero todo se extingue tarde o temprano, incluso el ardiente fuego del más apasionado sentimiento termina por consumirse y apagarse, desapareciendo sin más, como si no hubiese deforestado el bosque de las ilusiones.

En cada retorno al banco reflexiono, primeramente, sobre las casas hechas trizas y esparcidas por el lugar, consumiéndome la poca energía que tengo al intentar reconstruirlas; luego, en lo mucho que he caminado sobre cenizas, plantando semillas en tierras tan infértiles como baldías. Al final, lo único real es el agotamiento. Aparte de la tormenta que se avecina, es normal por estas fechas, son tiempos de soledad.