En Gijon en los extremos de la playa de San Lorenzo se encuentra en un emotivo monumento
Obra de Ramón Muriera, esta escultura realizada en bronce representa a una mujer con la mirada perdida y una mano extendida mirando al mar por donde han emigrado sus hijos y espera su regreso, aunque tal vez nunca se produzca.
Erigida como homenaje a las madres de los emigrantes, y alejada de los cánones habituales de la escultura conmemorativa al uso, fue incomprendida, criticada y denostada durante mucho tiempo.
Quienes la han visto aseguran que verla cuando está lloviznando es todo un espectáculo por la emotividad y expresividad que transmite con su mano levantada, el pelo encrespado y el vestido pegado al cuerpo por el viento, retratando un eterno saludo de despedida.
Una escultura con alma, que de seguro a muchos venezolanos le debe causar escalofríos, porque representa el sufrimiento intrínseco de la emigración, desgraciadamente un tema que nos tiene en el ojo del huracán en estos momentos en el mundo.
No estamos solos, el fenómeno migratorio forma parte de nosotros desde los inicios de la humanidad: hace unos 60.000 años los primeros hombres, originarios de África Oriental, anduvieron errando hacia la península arábiga y desde allí se extendieron a todos los rincones del mundo
A lo largo de los siglos, los seres humanos se han desarraigado a sí mismos, han vuelto a empezar en lugares lejanos y han mostrado gran fortaleza para sobrevivir empezando repetidas veces a partir de cero. Al mirar la historia de la migración, vemos pautas que se repiten.