Se llamaba Jesús y atendía la farmacia Nazaret. Usaba el pelo largo, era delgado y tenía barba, la combinación perfecta para que la gente acudiera a la farmacia en busca no solo de medicina, sino de milagros. El dueño de la farmacia, un comerciante venido a menos, vio que le podía ser útil para vender más de esas aguas y polvos milagrosos que no son más que agua azucarada o bicarbonato de sodio. No se equivocó, llegó a ser un negocio interesante.
Jesús López nunca estuvo interesado en la religión y aunque de niño había hecho su primera comunión le daba igual que existiera dios o no. Le dio por leer poesía en la adolescencia y tenía amigos músicos y bohemios; así que se dejó crecer el pelo después de salir de bachillerato y decidió estudiar letras como carrera universitaria. Se dejó crecer la barba porque le daba pereza rasurarse todos los días. Sus padres miraban sus decisiones con preocupación. Cuando cumplió diecinueve años le dijeron que podía seguir haciendo lo que quisiera de su vida, pero que debería buscar un trabajo y un lugar donde vivir.
Encontró empleo en la farmacia Nazaret, a pocas cuadras de la casa de sus padres. Después se mudó al apartamento de su novia y el asunto estaba arreglado. No se hacía mayor problema con nada y miraba la vida despreocupado, como si tuviera más fe que los que van a la iglesia todos los fines de semana. Ganaba poco, pero no tenía más preocupación que procurar la comida y colaborar en los gastos del apartamento de su novia.
Don Julio se dio cuenta del potencial que tenía el joven Jesús y de la feliz coincidencia entre el nombre de la farmacia y su nuevo empleado. El resultado fue inmediato. Todo el mundo quería ir a la farmacia de Jesús de Nazaret, puesto que era imposible pensar que con ese nombre no hiciera milagros.
El primer milagro de Jesús fue decirle a una anciana que con una cápsula diaria de lansoprazol podía curar su tos necia, lo cual resultó cierto. La receta estaba en un cuaderno en el cual don Julio había anotado los remedios y enfermedades más comunes. Doña Mónica, la anciana que recibió el primer milagro, se encargó de esparcer la noticia. Había en la colonia un Jesús que curaba de veras y atendía en la farmacia Nazaret.
Don Julio diseñó un conjunto de frases de autoayuda y de la biblia catalogados según la edad, sexo y la apariencia de la persona. Las frases más simples se decían a las personas más sencillas y las frases más elaboradas y con palabras más rebuscadas a algunas de las personas que parecían tener algún grado universitario. Don Julio era un buen vendedor y sabía qué decir a cada persona, pero el efecto que causaba la apariencia de Jesús López le pareció una potencial mina de oro.
Solo en el primer mes las ventas se duplicaron. Don Julio se inventó entonces unos remedios con títulos como “Agua de Lourdes”, “cápsulas de San Ignacio” y “Miel de Nazaret”. No eran más que agua azucarada, cápsulas con bicarbonato de sodio y miel diluida. Eso significó el boom. La gente incluso hacía fila para ser atendida por el milagroso Jesús de Nazaret.
El juego le pareció divertido a Jesús y negoció con don Julio un 40% de las ganancias de la farmacia, en lugar de un sueldo fijo. Pronto ganaba más que sus hermanos mayores que trabajaban en importantes empresas transnacionales.
Nunca se hizo publicidad de la farmacia, nunca Jesús dijo que hacía milagros. La gente solo creía y ya. ¿Quiénes eran Jesús y don Julio para decidir qué quería creer la gente?
El grupo de amigos del milagroso mesías le hacía bromas. Le pedían que transformara el agua en cerveza o que caminara sobre el agua de la playa, o que resucitara a un borracho.
Pronto la fama de Jesús de Nazaret se extendió a todo el país. Venía gente de los departamente exclusivamente para ser atendidos por Jesús. La venta del Agua de Lourdes y la Miel de Nazaret iba muy bien, y además recibían dinero y víveres de donaciones todos los días. Hasta los ladrones los respetaban, nunca intentaron asaltar la farmacia.
Nazaret dejó de ser una farmacia y se convirtió en un “centro de orientación”, se trasladó a una casa de dos niveles y se contrataron empleados. Era un buen negocio. Los productos también se diversificaron, jarabes de colores, hierbas milagrosas y pan sin levadura. Como eran vendidos como alimentos y no como medicinas, no tenían problemas con el ministerio de salud y las autoridades.
Al comenzar el segundo año y ya con el emprendimiento bien asentado, Jesús decidió ahorrar todo y jubilarse joven, para hacer lo que más le gustaba, que era no hacer nada. Había aprendido matemáticas financieras con su papá, quien era catedrático de matemáticas en la universidad. Con algunos cálculos básicos determinó que en cuatro años más podría retirarse con un capital que le diera una renta básica suficiente. Se había vuelto vegetariano y fuera de la actividad en Nazaret no tenía mucho que hacer. Incluso dejó de estudiar letras porque pensaba que leer por obligación a ciertos autores y pretender ingresar a la farándula literaria no estaba dentro de sus intereses.
Algunas de las muertes que sucedieron dentro de los enfermos que llegaban a Nazaret conmovieron a Jesús. Una anciana con cáncer le dijo que ella sabía que iba a morir, pero que quería pensar que todo lo que le dijera a él era como si se lo dijera al mismo Jesucristo y que eso la consolaba. Era una señora de pelo blanco, delgada, con bondadosos ojos negros que lo único que inspiraba era quererla. Murió un mes después.
Al finalizar el quinto año, cuando Jesús llegó a su meta financiera, que no era demasiada pero era suficiente, renunció. Don Julio no lo podía creer, ¿qué le pasaba a un tipo que deja una mina de oro así como así? Ni lento ni perezoso, consiguió otro joven de pelo largo y barba y lo instruyó antes de que se fuera el Jesús original.
Por su parte Jesús durante un tiempo no supo qué hacer con el tiempo libre. Se dedicó a ver películas, a leer libros y a enterarse de los avatares políticos del país. Se cortó el pelo y la barba y comenzó a usar su primer nombre, Carlos. Y se perdió hasta el día de hoy en alguna aldea cercana lago de Atitlán junto a Magdalena, su novia.
El centro de orientación Nazaret tuvo que cerrar al segundo año de que se fue el Jesús original. La gente no aceptó al nuevo, y algunos le pusieron de apodo El Anticristo. Algunos de los pacientes supuestamente curados por Jesús de Nazaret, el original, esperan una segunda venida.
Don Julio entonces volvió a poner la farmacia Nazaret. Espera también la segunda venida de Jesús, que ya nunca contestó sus llamadas ni volvió por la colonia. Al fin y al cabo, había sido un milagro encontrarse con él.
Saludos @retratos-adela, interesante historia, cruel e irónica pero seductora..
Bendiciones.
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