Ojos grises, cabellos castaños y largos, labios finos, nariz perfilada, con la forma de la cara ovalada. Incitaba la cumpleañera a los chicos con inocencia y encuentra lo que ella quiere.

Todo eso circulaba por la mente de ese muchacho que vestía elegantemente de una manera asimétrica y se cubría en las sombras donde las luces centellantes le pegaban. No era un pedófilo, si alguien hubiera mirado en sus cuencas descubriría envidia más no lujuria. El quería ser el centro del evento y verse admirados de montones de muchachitas.

-Ven a bailar pensador- incitó una muchacha de unos 16 años que apareció ante él.
Su mirada primeramente se posó sobre sus senos sugerentes, luego recorrió cada centímetro de su piel hasta llegar a sus muslos descubiertos por el vestido blanco. La deseaba desde hace años, más desde aquella vez que término en pelea con su hermano. El chico pensando en esto dirigió su mirada por la pista de baile y no lo encontró.

-¿No quieres bailar?- preguntó la chica con una voz seductora, hasta se contoneo enseñando un poco ese canalillo que poseía.

Como se iba a negar el muchacho, sus instintos yacentes de hombre le negaban tomar una negativa ante tal invitación. Asi no fuera muy ducho en el baile cogió la mano de la chica y salió a la aventura. Después de todo, la noche no sería tan mala. Y pensar que el muchacho no había querido asistir por evitar verse con esa señorita. Fue por la insistencia de sus padres que también andaban por allí hablando con los adultos, mientras los jóvenes hacían destrozos. Abrazó el cuerpo de la chica y sintió lo caliente que tenía la espalda, olió el rico perfume y con estos agasajos se dedico a bailar merengue. No lo hacía tan mal por la práctica, por la motivación que tenia.

-¡Que divertido!- exclamó ella tratando de imponer el ritmo.

Esto era contradictorio, el hombre siempre debía llevar los compas, pero ella quería adueñarse del momento y todo empezó a salir mal. Al muchacho le vinieron recuerdos que llevaba en el baúl encerrados. Cumpleaños falsos, visitas a casa falsas, falsas promesas de mentiras verdaderas, el descubrimiento del amorío entre ella y su hermano. Desastroso fue lo que pensó el joven y soltó a la chica para marcharse, pero ella le agarró la mano antes de llevar a cabo su cometido.

-¿No podríamos hablarlo a solas?- pidió poniendo ojitos de conejito.

¿Qué hombre en su sano juicio diría que no?

Si sus instintos seudo fraternales se lo imponían y asintió en silencio, mientras ella le jalaba llevándolo a un lugar más solitario. Los jóvenes seguían bailando restregando sus cuerpos uno a otros y seguía sin atisbar a su hermano. El corazón del chico se aceleraba cada vez más cuando se iban alejando de la multitud y se internaban donde las luces no podían llegar. Apenas atisbaba en esos momentos las peligrosas curvas de la muchacha, pero si tenía plena vista de sus pompas. Se veían marcadas por el ejercicio.

-¿Dónde vamos?- preguntó inocentemente el muchacho. Aunque internamente sabía que lo inocente había acabado desde que se dejo llevar.

Si miraba a la izquierda encontraría parejas devorándose bucalmente y si giraba un poco la cabeza a la derecha encontraría parejas explorándose con el tacto, con los sentidos de la vista totalmente cerrados. No le extrañaba al muchacho encontrar por las calles millones de chicas menores de edad con un bulto en el estomago, porque todos esos amoríos en la oscuridad terminarían en ese destino fatalista.

En sus cavilaciones de muchacho no se dio cuenta que la joven la había traído a un pequeño closet, pequeño y tenebroso.

-Entra- pidió ella nerviosa, lo expresaba con sus ojos que iban en todas direcciones.

Con el corazón palpitando el chico se lo pensó varias veces en su mente, el tiempo transcurrido en su mente podría haber sido similar a la de un astronauta embutido en un agujero negro. Miles y miles de segundos pasaron mientras imaginaba las consecuencias de sus decisiones, pero antes de hacerse corto circuito en sus decisiones dio el paso. Como todos los actos que toma el hombre por instinto, lo hizo y se embucho no solo de la oscuridad sino del aroma de la mujer. Sentía su respiración en su cara. Aunque ella fuera menor de edad se igualaban en tamaños.

-¡Quería decir lo siento!- comenzó ella otra vez con lo mismo.

Orgulloso el hombre se mantuvo callado como todas las veces que ella le daba vuelta aquello. Después de haber leído los mensajes del teléfono de ella y saber que el número desconocido que se comunicaba era su hermano, no volvió a ir a su casa, ni siquiera le dirigía la palabra si tenía que evitarlo. Esto era inevitable se la encontraba en la calle, en el autobús y para colmo en la universidad. La opinión del dictaba que la muchacha le seguía en presencia, no solamente en pensamiento. Porque luego de descubrir todas las mentiras su mente ardió en Troya, todos sus recuerdas ardieron, lo dulce se volvió ácido. Mirarla de nuevo significo contemplarla como un nosferatu ve al cielo una buena mañana soledad.

-¿Me estas escuchando? ¡Por favor no me ignores! De verdad te veo como mi amigo, por eso nunca te dije nada- masculló ella agarrándose a la camisa del muchacho y hasta le abrazo.

Esto lo volvió a la realidad, apartó un poco la cintura de la fémina. El interruptor se había encendido y no había vuelta atrás. Ella siguió acercándose, aunque no quisiera se fueron apretujando lo que seguramente llego acontecer que ella lo sentía plenamente en su abdomen.

-Te veo como un amigo- repetía la chica una y otra vez en su oído. Pegando bien pegado su mejilla de la de él.

Sus palabras siempre fueron contradictoras, ese momento no cambiaba el pasado. Eso quería ella, pero nada se alteraba en esos acontecimientos. Lentamente trato de separarse de la muchacha, pero tenía mucha fuerza incluso más fuerza.

-¿Por qué me traes aquí? ¿No entiendo por qué tanta privacidad?- interrogó dándose por vencido de deshacerse de la chica.

Seguramente en todo el momento junto en ese agujero, ella esperó solamente esa pregunta. Sonriendo coquetamente, agarró los brazos del pobre muchacho que más confuso se puso.

Amigos solo amigos, los amigos nunca intiman, los amigos nunca se besan, los amigos quedan allí, los amigos nunca infringen esa barrera del lascivo. Eso se planteaba el chaval, sin saber que las chicas a todas les valen un comino sus intereses. Solo ellas deciden el rumbo. Por más que el hombre se decida en tenerlas, la última palabra recae en las mujeres y sin importar las consecuencias si te escogen ellas te devoran.

-Déjate llevar- comentó muy suavemente ella en su oído y le mordió el lóbulo.