No es extraño estar pensándote

y encontrarte cerca de la luz.

Hallarte detrás de los jirones de nubes,

traspasando las etéreas distancias,

galopando sobre fotones.

Vienen a reposar en mis pupilas,

que se intimidan al recibirlos.

Tú, mil veces tú. Yo, otras veces tú;
actuamos en este cruel y piadoso juego,
como en una representación teatral.

Yo vestido de noche y tú de luna,
yo ataviado de nubes...
tú en un haz de luz que me atraviesa.
Es una composición melancólica y nocturna.

Una danza juguetona
donde ambos jugamos a pertenecernos.
Una nube desesperada se disuelve
en el intento por tocar a la luna.

¿Qué será de mí sin mi luna?
¿Penaría igual la luna sin su noche?

Soy una lechuza cabizbaja que acompaña
y contempla tu huída.

En la ausencia de tu claridad,
las bestias nocturnas
volverán al acecho.

El frío colonizará mis coyunturas
y en la agonía mis alas no podrían
ganarle a la oscuridad.

No te vayas luna.

No quiero el telón cerrado.
No quiero la noche teatral sin su foco.
Eres la luna. Plena, media o menguada...
siempre lo eres.

Eres el punto luminoso en esa noche
cuando las estrellas se esconden.

Las cortinas se cierran...

Mi luna, quédate aún
cuando la noche

haya terminado.