Por momentos veo el camino de Dios como una gran carrera de obstáculos, donde los problemas que surgen día a día aparecen constantemente en la pista a medida que queremos avanzar. Pareciera ser que cada vez que nos disponemos a retomar el camino, distintas tormentas amenazan nuestra marcha: un giro inesperado en la evolución de la salud de un ser querido, un familiar que nos ha dado una mala noticia.
Lo curioso de todo esto es que esos obstáculos no dejan de aparecer una y otra vez; muchas veces se repiten los mismos, haciendo nuestra tarea apenas un poco más fácil, ya que mediante la palabra de Dios, hemos sido entrenados para no tropezar dos veces con la misma piedra. Algo importante a tener en cuenta es también aquella frase que dice que lo que no me mata me hace más fuerte, y si lo trasladamos a nuestra misión en este mundo, veremos que con cada obstáculo superado también nos hemos fortalecido en la virtud que esté en juego en esa lucha. Por ende, obstáculo vencido es virtud fortalecida.