La danza contemporánea es un género de baile que nació en la necesidad de la libertad.
Sus raíces brotaron a partir del ballet, pero rompió con la estructura rígida y delicada, dando libertad y fuerza.
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La danza contemporánea, por ser el área que la vida me ha permitido experimentar, me parece lo más maravilloso del mundo mundial.
No hay estereotipos, no hay un cuerpo perfecto, no hay edad límite. Solo debes amar el baile y querer ir más allá de tus límites autoimpuestos, para sorprenderte cada día con lo que tu cuerpo puede llegar a hacer (experiencia propia amigos, a veces me quedo tipo "no sabía que podía hacer eso").
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La rutina normal de nuestros días en la escuela de danza contemporánea es: calentamiento corporal desde el piso (acostados), ejercicios de calentamiento de pie, trabajos de técnicas, diagonales (ejercicios que exigen técnica pero son móviles, avanzando en línea diagonal desde una punta del salón a otra) y las combinaciones coreográficas que el profesor pueda enseñarnos al momento.
La clase del día 10 de abril fue diferente, y me encantó.
Comenzamos igual, acostados en el piso, pero solo hicimos ejercicios de respiración y relajación, sintiendo nuestro cuerpo y visualizandonos con nuestros ojos cerrados. Haciendo con nuestros sentidos el recorrido del aire por todo nuestro cuerpo.
Luego nuestra profesora nos dijo que nos visualizaramos sin piel, solo músculos. Y luego sin músculos, solo órganos y huesos. Fue extraño, pero en ese momento me sentí más conectada con todos, igual, semejante, sin diferencia. Pues así somos.
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Más adelante, todavía en el piso, debíamos recorrer nuestro cuerpo con la mirada y generar movimiento, uno que fuera netamente visceral, no mental. Algo dado por nuestra mirada y de la necesidad de ir y ver más allá.
Me gustó bastante pues tendemos (hablo principalmente por mí) a olvidarnos de este bonito templo donde habita el alma, lo maltratamos y no lo cuidamos ni apreciamos como se debe. Y momentos como el de hoy, donde me veo (realmente me veo), me ayudan a recordar una vez más que debo amarme.
Una amiga después de la clase me comentó que tuvo una experiencia graciosa pues justo antes de la clase, cuando se estaba vistiendo, ella se mira y dice "conchale chama, tú nunca te ves" y se quedó un rato en el salón/camerino viéndose y dándose mimos. (Ya lo sé, estamos loquitos).
Luego, cuando ya estábamos de pie, nos pidieron buscar un lugar donde nos sintiéramos cómodos. Yo escogí ese rincón (no es un rincón pero es mi rincón) donde siempre he estado y he proclamado mío. La profesora nos dice que sentimos un peso en los pies y que no nos deja movernos, pero que lo desprendemos y buscamos otro lugar. Y así hacemos como tres veces.
En algún momento terminamos en parejas, y hubo una bonita conexión pues debíamos volver al primer lugar (en mi caso, mi rincón) y luego ir al punto de encuentro con la pareja, cinco veces. Sin hablar, sin mirarnos, sin señas, sin ver a las demás parejas.
Y cada vez, ambas volvíamos juntas, sin palabras y señas, pero siempre regresabamos, a la vez, a nuestro lugar de encuentro.
La profesora nos dice que debemos pensar en algo que queremos alcanzar, y no vamos a verbalizar qué es, pero juntos vamos a intentar alcanzarlo. Como pareja. Y fue bonito. Nos dice que ya lo alcanzamos, yo lo contemplo en mis manos y lo abrazo. Luego dice que debemos ofrendarlo, a alguien o a un lugar en el salón. Yo decido entregarlo a mi rincón, y acostarme sobre él, tocarlo y entregarme también.
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Luego, la profesora nos pide que nos sentemos y que dejemos aflorar todas esas emociones que han salido desde que comenzó la clase.
Yo me sentía ligera, flotante, volando. En paz.
Solo sonreí y dejé que la fresca brisa, para nada común de una tarde de abril, guiara mi cuerpo en movimiento, aun sentada en el piso. Me balancee con ella y me sentí en la cima del mundo. Tranquila. En paz.
Ella termina el ejercicio y hablamos, compartimos qué entendimos, cómo nos sentimos.
Agradecida, plena, ligera, bien, pacífica, integra. Cada palabra una respuesta de cada compañero. Uno de ellos dijo "no muy bien". Y su lenguaje corporal era derrotado, aplastado y triste. La profesora sonríe y le dice que eso está bien y es normal, como intérprete, cada quien siente a su manera. Él nos comenta que se siente vacío y seco, con ganas de llorar y gritar. Conversamos un poco más y el humor se aligera un poco, para el final de la clase ya él estaba más tranquilo.
Y es que hasta en eso la danza contemporánea te da libertad, eres libre de sentir. En ese ejercicio no había una respuesta incorrecta, pues lo correcto era lo que tú sentías.
Afloran sentimientos desde tu interior que hay que dejar fluir, dejarlos ir. Eventualmente nos llega la paz.
La danza contemporánea me ha ayudado tanto, y me ha enseñado más para la vida que para el escenario.
Y es por ello que le agradezco tanto a la vida, por la oportunidad de experimentarlo.
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Gracias por leerme.
Si te ha gustado este post te invito a que leas Soy suficiente pt1 y pt2.
Buenisimo!
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Gracias por leerme 💓
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