Las sillas de la cocina (restauración reflexiva)

Hoy os voy a mostrar un poco de lo que estamos haciendo en casa mi chica y yo. Nos hemos mudado solos a nuestro nuevo hogar, hace apenas dos meses. Un lugar plagado de muebles “ochenteros”, todo muy vintage. El piso está muy bien, es amplio; y además es el lugar donde crecí, al que he vuelto después de unos dieciséis años… más o menos. Un lugar que ha sido alquilado, destrozado, arreglado, descuidado, vuelto a alquilar, y otra vez, y otra vez, vuelto a destrozar; para finalmente quedar para mí. Tenemos muy buenas vibraciones en este sitio y de momento estamos muy contentos.

Se acabó el alquilar y el compartir vivienda, ahora nuestro piso es nuestro.

Nosotros no somos de esos que lo quieren todo nuevo (aparte de que es carísimo). La sociedad de consumo impuesta sistemáticamente me toca un poco la moral, me repatea. Ni a mi chica ni a mí nos molesta un mueble que tenga treinta o cuarenta años, es más, al menos a mí me parece incluso más bonito. Es madera (muerta, tratada –y aquí está la ironía–) que tiene una vida, la que le damos las personas, que posee historia propia. Así que en lugar de “volvernos locos” comprando un montón de muebles planos, insulsos y sin vida en Ikea, hemos decidido reformarlos. Por supuesto sin ser expertos en ese bonito oficio.

Yo nos veo como almas libres, con ese corte bohemio, en busca de la independencia no sólo de carácter económico, sino más bien en relación a nuestras energías, a nuestras conexiones. Creo que los humanos, como seres energéticos, nos componemos en parte de luz, en parte de oscuridad (además de más cosas claro). Y parece que nuestra “parte luminosa” está llenando nuestro hogar de colores.

Las sillas de la cocina

Así quedaron unas sillas que tienen más de veinte años, veamos ahora cómo eran antes, y parte del proceso:

Patas y respaldo de madera (no sabría deciros de qué tipo), tapizado en cuero marrón.

Desmontados los asientos acolchados, pintamos la madera, cada silla de un color. Las dejamos secar bien al sol, en la terraza.

Con una tela sobrante que teníamos “por ahí”, primero a recortar a medida, para el tapizado.

Luego a grapar por debajo. Y a montarlas de nuevo.

Ya habéis visto cómo quedaron, más coloridas, más alegres. Tengo una compañera que es una “crack”. Esto es sólo un poco de cómo nos va quedando todo. Próximamente os mostraré más muebles y decoraciones de nuestra casita-no-de-Ikea.

Todas las imágenes son tomadas por nosotros, menos esta de Ikea claro, la cual saqué de esta fuente y edité.

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P.D.: a la gata no la hemos pintado… todavía. Muahahahahah!!!!