Steemianos, recuerdan la lectura que, casi siempre de manera obligada, hacíamos en el bachillerato sobre algunos pasajes de La odisea. En uno de esos pasajes, Homero habla de las sirenas que con su maravilloso canto hechizan a los marineros. Los pobres navegantes, si escuchan ese canto, terminan lanzándose al océano tratando de llegar hasta las mitológicas criaturas que, en sus perturbadas mentes, les proveerían de múltiples placeres.
Traigo a colación este asunto porque, frecuentemente, podemos establecer puntos de encuentro entre mitología y realidad. Y ya lo veremos. ¿Cuántas veces no hemos visto sucumbir a un hombre ante los caprichos de una seductora mujer? Y no estoy hablando de hombres tontos. Me refiero a hombres que durante toda su vida de adultos han mostrado una conducta apegada a la racionalidad. Y que, ya casados, han hecho de la fidelidad el ingrediente fortalecedor de su ligamen matrimonial. Sin embargo, en un santiamén caen vencidos ante las caricias y la manipulación de mujeres a las que poco importa acabar con incautos maridos.
Hombres necios que no son capaces de poner en práctica el consejo de Circe (personaje de La odisea); es decir de taparse los oídos para no escuchar promesas de pasión. O de atarse a su familia, como Ulises se ató al mástil de su embarcación, para evitar caer en manos de féminas dispuestas a la promiscuidad.
La expresión no escuches cantos de sirena se usa para advertir el peligro de creer en falsas promesas, o de vivir en el mundo de las ilusiones. La imagen de femme fatale adjudicada a la hembra alborotada que destruye familias, sin ningún resquemor, se corresponde con la imagen de la mitológica sirena.
Este ser que, tradicionalmente lo vemos mitad pez y mitad mujer, después de devorar a los hombres, exhibe los huesos amontonados de sus víctimas a modo de trofeos. La femme fatale también se complace en exhibir familias disueltas como demostración de su poder seductor. La pasión endosada a una mujer más joven, más lujuriosa y más voluntariosa puede destruir la espiritualidad y la racionalidad necesarias para vivir el presente y construir el futuro de cualquier ser humano responsable y honrado.
El deseo de poseer lo novedoso y lo prohibido es aprovechado por una ninfa-mujer. Ella atrapa la voluntad del hombre casado y lo lleva a la sinrazón de una fantasía en la que aparece como única posibilidad de satisfacción. Entonces, el pobre macho perece en las aguas turbulentas de una existencia colmada de placeres banales que, tal vez más adelante, se conviertan en deudas, enfermedades, precariedades…y hasta en una muerte en soledad.
Abandonar la seguridad de una familia bien constituida por un canto de sirena es una muerte anunciada. Y que nadie diga que es imposible evadir las trampas de ese canto. Los hombres que sucumben quieren ser engañados. Optan por la comodidad; incluso optan por la teatralidad del sexo, antes de esforzarse en mejorar la relación matrimonial. Obvio… revitalizar un lazo conyugal requiere de habilidad comunicacional. Y, lamentablemente, el hombre calla y oculta su engaño hasta el final. Cuando la esposa adquiere conciencia de la situación, suele ser tarde. La traición se ha consumado. Y ni siquiera podría haber tiempo para pronunciar ni escuchar la palabra perdón.
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