Un día de abril, Nohelia acaba por asumir que Claudio ha estado malhumorado y huraño sin ninguna razón aparente. Ella intentó abrir el “Juego de la comunicación” para comprender la insatisfacción del marido. Sin embargo, el juego permaneció cerrado. Él colocaba sobre el tablero una excusa muy general que, en mi opinión, es el “comodín” utilizado por casi todos los maridos infieles: el trabajo y la situación del país. Transcurrieron unos meses. Nohelia se resignaba a no ver la realidad, y Claudio prefería mimetizarse en el hogar.
Luego, ocurrió que la amargura de Claudio se convirtió en agresión verbal. Ya era imposible seguir con la careta de la “normalidad matrimonial”. Nohelia sintió que durante años había tenido una venda en los ojos. Entendió que jamás había visto el mundo interior de la persona con la que edificó toda una vida. Sin esa venda, se aviva en ella una especie de instinto de conservación. Y percibe que su integridad emocional está en franco peligro. Entonces, en contra de sus principios éticos, decidió hurgar en el teléfono de Claudio. Intuía que ese aparato era un medio para descubrir la verdad. Nohelia sabía que su marido nunca asumiría una traición. Ella misma tendría que “exprimirle” una gota de sinceridad.
Confirmó lo que ya sospechaba. Ese hombre que la conquistó, y se comprometió a ser su compañero fiel en las buenas y en las malas. Ese hombre que junto a ella construyó un hogar, y alardeaba de su papel de padre y esposo protector. Ese hombre amado, respetado y admirado dejó de habitar en su corazón de mujer enamorada cuando Nohelia leyó un mensaje de texto en el que Claudio juraba amor a otra persona.
Empezó a creer que el ser que tanto quiso jamás existió. Y se preguntaba: ¿El Claudio que amé fue realidad o ficción? ¿Acaso lo inventé para no quedarme sola? ¿Lo que siento ahora es despecho?
La amargura y el maltrato de Claudio ya tenía un motivo; o mejor dicho, tenía un nombre: Esther. Esa era la “dama” deseada. Esa era la “dama” con la que él quería compartir sus días y sus noches. Pero, obviamente, Nohelia representaba un obstáculo.
Confirmada la sospecha, vino la confrontación. Él se retorció en medio del reclamo. Se defendió y argumentó que Esther no era nada importante. Apenas era un escape y lo borraría del mapa.
Una noche y en plena andanza insomne, Nohelia se interpeló: ¿Qué hago? ¿Seré una de las tantas mujeres que se resignan a sufrir por despecho? Decidió procurar la paz y el diálogo. Estaba enterada de que en una simple conversación se podía terminar de destrozar la imagen del ser amado y respetado. Esa imagen que la había acompañado como esposa y madre delante de familiares y amigos. Todavía así, prefería quedarse, por lo menos, con un “poquitico” de sinceridad tardía.
Muy dentro de sí, empezó a madurar la manera de ofrecer a Claudio otra oportunidad para dialogar, a fin de que reconociera y aceptara a su “nuevo amor”. Aunque sabía que dolería, Nohelia necesitaba escuchar que su marido no la amaba. Requería la sinceridad. Quería que él evidenciara su hipocresía, que dejara al descubierto la traición y exhibiera su don de falsario. Solo así, Nohelia aceptaría que él jamás la mereció. Pero, al mismo tiempo, aceptaría que ese hombre, al final, tuvo un gesto de franqueza que ella estaba dispuesta a valorar. Y esa valoración podría ser un antídoto para evitar el dañino despecho que amenazaba con albergarse en su corazón.
Un versado en terapia familiar, podría decir que el remedio sanador del desamor está en suministrar a la pareja una dosis de distancia y de separación. Y es cierto. Un matrimonio podría requerir un tiempo y un espacio para resolver sus propios conflictos. Sin embargo, en ese tiempo y en ese espacio, una tercera persona tendría la posibilidad de entrar. El error estaría en permitirle la entrada a la unión conyugal. En tal caso, sería evidente que el remedio resultó peor que la enfermedad.
Actualmente, la situación no está del todo clara. A pesar de que Claudio se marchó del hogar (una exigencia de Nohelia), no demuestra sentirse feliz.
Apreciados Steemianos, lo antes narrado es parte de una novela (un borrador) que un joven escritor dejó en mi buzón postal. Recuerden que yo, Samantha Hopkins, trabajé en una editorial.
Apenas, he leído los dos primeros capítulos. Les puedo decir que el título de la novela es Entre despechos y boleros. También les puedo decir que hice una trampita y leí la última página de la obra. Nohelia (personaje protagonista) tiene un final feliz. Fue una famosa compositora y cantante conocida en todo el mundo por una canción: NO VALE LA PENA DESPECHARSE.
Ah…. No quiero concluir este artículo sin presentarles unas palabras de Nohelia. “Aunque la persona amada te haya engañado, no es sano guardar resentimientos. El despecho es la antesala de la venganza. Y ya se sabe que la venganza amarga el alma y la envenena. El despecho solo debe ser una excusa para componer y cantar boleros”.
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