Cada día que paso en tierra venezolana, me sorprende la creatividad y la iniciativa de la gente de este país. Es increíble que, después de veinte años de experimentar el sometimiento y la opresión, mantengan su sentido del humor, y sean capaces de crear las más ingeniosas soluciones a inmensos problemas y carencias.
Hoy en la tarde, visité la casa de la familia Gil. Allí, viven José, y Jhon. Ambos son egresados universitarios. Los gastos de formación fueron asumidos por sus padres trabajadores. Aunque en la realidad de este país, es evidente que los títulos universitarios se devaluaron, esos admirables señores insistieron y lograron que sus queridos morochos se graduaran: José de ingeniero y Jhon de odontólogo.
Casi un año después de la graduación, no tenían un trabajo “fijo”. Las empresas que podían contratar al ingeniero estaban cerradas o experimentaban un proceso de reducción de personal. El odontólogo no hallaba plaza en ningún hospital. Y los gastos implicados en la instalación de un consultorio eran imposibles de sufragar.
Lamentablemente, para la familia Gil, don Ramón (el padre) falleció. Por cierto, que en esa muerte tuvo que ver la falta de medicamentos requeridos en la diálisis de los enfermos renales. Esa muerte fue la razón de mi visita reciente a ese hogar.
Me enteré muy tarde. Sin embargo, sentí que era mi deber acercarme a ellos y expresarles mis condolencias.
Los vi desmejorados y muy delgados. Los morochos me comentaron que no tenían empleos. Doña Lupe vendía helados y dulces para medio aguantar. Miguel, el hijo menor, ya había terminado el bachillerato, y se había asociado con un amigo. Vendía mercancía usada (electrodomésticos, ropa, comida…) vía internet. Por supuesto, el jovencito estaba negado a inscribirse en una universidad. Decía: “miren a Jhon y a José son profesionales desocupados”.
Yo hallé a Miguel pegando en la pared del frente de la casa dos anuncios: un “zapatero” y un “saca muelas a domicilio”.
José, el ingeniero, aprendió a coser zapatos haciendo un curso por You Tube. Por su parte, Jhon pudo adquirir un maletín, y algunos implementos para ofrecer su servicio como odontólogo a domicilio, Claro! solo en los casos médicos sin complicaciones.
Gracias a una gobernanza fallida, el ingeniero será “zapatero”, y el odontólogo será el “saca muelas” de la comunidad. Esto solo es posible en la tragedia económica, educativa y social vivida en los pueblos ultrajados-arruinados por una ideología fracasada y una corrupción descarada.
Ah…una curiosidad, el material con el que en Venezuela se reemplaza la suela rota o gastada de los zapatos proviene de los cauchos desechados. No hay mejor prueba: la basura de unos venezolanos es el tesoro de otros.
Tal vez, ciertas personas se hubieran dejado abatir. Pero el ingeniero y el odontólogo creían que el trabajo horado no daba pena. Vergüenza deberían sentir los que siendo ricos o pobres se dedican a delinquir.
Los hermanos Gil no han emigrado porque tienen fe en Dios. Creen, en lo más profundo de su corazón, que la tragedia de su país pronto terminará. Sienten vientos de cambios, y confían en que lo bueno pronto llegará.
Comparto la idea de que ningún trabajo ofende. No obstante, el reconocimiento y la valoración de los niveles de formación y de especialización de los ciudadanos es lo que apalanca el desarrollo de una nación.
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