El terror en sus ojos

Acababa de mudarme a la ciudad, tenía sólo 18 años y lo que parecía ser un gran y exitoso futuro. Usando los contactos de mi padre logré conseguir una habitación en un apartamento compartido y muy cerca de la universidad.

Aunque no me emocionaba la idea de convivir con un extraño, la verdad es que Leonardo me agradó desde el primer momento. Era distinto a todas las personas de mi edad que conocía, no se comportaba como un idiota y tenía muy claro lo que quería en la vida, al igual que yo. Así que no era raro que nos llevaramos bien.

En poco tiempo nos habíamos convertido en grandes amigos, pero por nuestros horarios casi no coincidíamos. Mientras que él estudiaba economía, yo estaba en las clases de lengua extranjera. De modo que sólo nos veíamos al llegar al apartamento, donde cada quién se ocupaba de sus asuntos.

Dadas las exigencias de mi padre, mi tiempo de ocio era muy limitado; quería que me formara como el mejor profesional, así que mi día estaba repleto de clases y asignaciones extras. Por lo que al llegar al apartamento me quedaba dormido de inmediato y no percataba de nada. Leonardo en cambio pasaba mucho más tiempo ahí, por lo que ya estaba bastante familiarizado con el lugar.

Cierto día, al llegar al apartamento me lo encontré en la entrada. Se me hizo muy extraño verlo ahí, considerando lo tarde que era y el frío que hacía esa noche. Cuando lo salude noté que se veía algo preocupado y mientras entrabamos me dijo que me había estado esperando.

La situación comenzó a ponerse absurda cuando me preguntó si la noche anterior yo había entrado en su habitación. Su pregunta me resultó insólita, pensé que quizá me acusaría de robarle algo, pero eso era una locura puesto que la noche anterior yo me había quedado estudiando en la biblioteca.

Él pareció entender lo ridículo de aquella pregunta y simplemente hizo como si nada hubiera pasado. El resto de la semana noté que su comportamiento había cambiado, se mostraba distraído, cansado e irritado. Cuando le preguntaba al respecto simplemente cambiaba el tema de conversación, por lo que su actitud ya comenzaba a preocuparme.

Me preguntaba si es que acaso se había metido en algún problema, pero considerando su temperamento sabía que eso no era posible. Ahora Leonardo parecía una persona completamente distinta, su alegría habitual había sido reemplazada por un nerviosismo carente de sentido. Cuando antes conversaba continuamente como un loro, ahora permanecía callado, con la mirada perdida; casi no comía y había perdido algo de peso.

Se asustaba de la nada y algunas veces se mostraba agresivo y hostil. Estaba comenzando a cansarme de esta situación, era imposible mantener una conversación con él y ni hablar de poder dormir en el apartamento.

Luego de una fuerte discusión decidí irme a un hotel por unas noches, no soportaba tener que convivir con él en ese estado. Al día siguiente cuando volvía de clases lo había pensado mejor y decidí arreglar las cosas.

Por lo que llegar al apartamento lo primero que hice fue buscarlo, al no recibir respuesta me imaginé que seguía en clases. De modo que, salí a dar un paseo por los alrededores mientras lo esperaba. Horas más tarde regresé al apartamento. Ya estaba anocheciendo cuando comenzaba a impacientarme, era muy extraño que no hubiera llegado, quizá algo le había sucedido y considerando su comportamiento estos últimos días, eso no parecía una idea descabellada.

El reloj había dado la media noche cuando me fui a la cama cansado de esperarlo, ya mañana hablaría con él. Quizá era el hecho de haber discutido con Leonardo o que aún no había llegado, pero no lograba quedarme dormido.

Pasadas las 3:00 am un ruido me sobresaltó. En la habitación de al lado alguien había dejado caer algo, pensé que seguramente Leonardo había llegado, así que salí de mi cuarto con la intención de hablar con él.

Un olor penetrante invadió mi nariz, era una mezcla entre orina, sudor y carne descompuesta. Tuve que contenerme para no vomitar en cuanto abrí la puerta de la habitación de Leonardo.

La visión que tenía frente a mí era totalmente horrenda. Leonardo estaba en su cama, en posición fetal. Con sus manos se aferraba fuertemente a las sabanas y en su rostro una expresión de miedo le había desfigurado la cara. Sus pupilas estaban totalmente dilatadas y su mirada estaba dirigida a un rincón en específico de la habitación, justo detrás de mí. Ahí no había nada.

Las sábanas estaban manchadas con sus fluidos y el olor era realmente insoportable. Su cuerpo no se movía, se había congelado de miedo.

Jamás pude saber qué fue lo que le dio tanto miedo, pero no me quedé para averiguarlo. Luego de que la policía cerrara el caso, me mudé de vuelta a casa.

Aunque han pasado unos cuantos años, algunas veces sueño con él. Veo el terror en sus ojos y temo porque lo mismo me suceda a mí.