Los días pasaban y Timoteo seguía allí, dejando que su vida se esfumara con cada suspiro, su rostro ya lucia cansado y su cuerpo estaba marcado por innumerables cicatrices que en su juventud le hicieron perder poco a poco esa osadía que solía tener. Su voz ronca y apagada ya no vibraba con tanta fuerza, con los ánimos derrotados y la moral en sus tobillos, se entregaba a la muerte con más ahínco, pese a sus 35 años y su prometedor futuro.

Treinta años habían bastado para acabar con sus fuerzas y de su felicidad solo recordaba los primero cinco, donde era incapaz de comprender la magnitud de la crueldad humana. Aun en esas noches tristes, pensaba en su madre, soñaba con reencontrarse con ella en eso que los blancos llamaban Cielo, pero Timoteo muy bien sabía que los negros no merecían el cielo y que jamás volvería a ver a su madre. Lo supo desde el primer momento en que aquel hombre de traje y postura formidable lo apartó, sin más, de su felicidad, anunciando que estaba listo para convertirse en hombre. Treinta años más tarde ese mismo hombre, ya desgastado por los años y de rostro fruncido por los disgustos le seguía propinando palizas que le carcomían el alma, pese a cumplir fielmente sus mandatos y obedecer sin oposición, había aprendido a la fuerza y eso había formado su carácter, tal como el blanco anunciaba, se había convertido en un hombre.

Ahora, amarrado como un animal y bajo ese sol implacable, miraba a lo lejos como se llevaban al fruto de su amor, una pequeña mulata de seis años, de cabellos negros y piel tostada por el sol, de sonrisa amplia y ternura inigualable. La mirada de Kyle reflejaba la profunda tristeza, miedo y decepción, ya conocía su destino y con resignación lo aceptaba, pese al dolor, años más tarde daría a luz escondida a hijos bastardos, solo si lograba ocultar su impureza por 9 meses y evitar los azotes por su imprudencia. Resignada caminaba Kyle, mientras su padre gritaba y sufría con cada golpe del capataz.

Pasada la agonía y el dolor, Timoteo se incorporaba al trabajo aun con su espalda abierta por los golpes y anhelaba una vez más volver a ver a lo único que lo mantenía con vida, su hija Kyle. Y aunque anunciaban una posible rebelión de los negros, a Timoteo ya nada le importaba, pues sus fuerzas se hallaban perdidas sin ella, el fruto de su amor.

Dormir era lo único que quería hacer, dormir y nunca despertar, por eso al terminar la faena y sin pensar en nada más, se tendía en la dura e incómoda cama que el mismo se había improvisado, la cual no era más que un par de trapos y hojas secas. Ahí reposaba Timoteo, esperando que tal como lo anunciaba el Blanco, un día llegase la muerte y acabara con él de una vez por todas. Tras lo que parecía ser el último suspiro de Timoteo y bajo la luz de la luna, una voz penetró sus oídos y traspasando la tristeza agonizante llego a despertar a Timoteo.

Aun taciturno, intentó Timoteo incorporarse, tras la llamada de esa dulce vocecita que acudía a sus oídos y le llenaban de alegría. – Mi niña, has vuelto mi niña, por favor déjame verte- Espetó el negro.

̶ He vuelto por ti papito mío y ya pronto nos libraremos de esto, seremos como ese sueño que tú siempre me contabas, donde podías correr libre y hacer lo que quisieras. Lo demás negros se han revelado y tenemos que escapar ahora.

̶ ¿Escapar? ¿Qué estás diciendo Kyle? Sabes que no es posible escapar de estos campos y menos de la furia del patrón. Debes entender que no somos más que esclavos, carne y piel dispuesta para el trabajo, mejor deja esas ideas niña, sino quieres que te maten por pensarlas. Los negros nunca podremos ser libres. Y con estas palabras, las lágrimas empañaban los ojos de la niña.

̶ Papito, papito mío. Entiende que debemos irnos, los negros van a revelarse y están dispuestos a acabar con todo, pronto empezaran a atacar y de estas tierras solo quedaran cenizas. Tienes que venir conmigo papito o ya no podrás escapar.

En medio de la conversación los ruidos comenzaban a oírse, tal como anunciaba Kyle la rebelión había comenzado, los negros prendía fuego a las casas, que ardían como una hoguera y eran consumidas en un instante. De lejos podía verse bajo un cielo estrellado, como las llamas se expandían por los sembradíos, acabando con todo a su paso, los perros se hacían oír con fuertes ladridos y en Timoteo una profunda angustia crecía.

̶ Tienes razón mi niña, ha llegado el momento de partir, por lo que debes apresurarte, pégate al paso de Juana que ella sabrá guiarte bien. Sírvete de vivir ese sueño que en mi juventud fue arrebatado, se libre mi mulata y no permitas que nadie te robe la vida.

Las llamas llegaron a la cabaña de Timoteo, quien aún permanecía tendido en el suelo, sin posibilidades de levantarse, podía sentirse el calor abrasante y el miedo se respiraba en el aire.

̶ Ven conmigo papito, por favor ven conmigo. Decía Kyle entre lágrimas. Ven que no puedo hacerlo sola papito y estaré perdida sin ti.

̶ Puedes hacerlo mi niña y tienes que marcharte ahora, antes que sea demasiado tarde. No te preocupes por mí, que el fuego borrará mi dolor y pronto renaceré de las cenizas. No seas como yo mi niña, no permitas que te venza el miedo. Ahora vete y déjame aquí.

̶ ¿Y qué pasará contigo mi timo? Gritaba la niña al salir de la cabaña, ya en llamas. ¿Qué pasará con tu miedo?

̶ Con mi miedo no puedo hacer nada kyle, se me ha metido hasta en los huesos y es muy difícil sacarlo de allí, las cadenas que me atan ahora son otras y aunque puedo moverme, me he acostumbrado a esta vida, mi libertad está perdida.

Kyle corrió tan rápido como pudo y se libró de la llamas, a lo lejos vio su casa derrumbarse y con ella la persona a quien más amaba, su padre, su Timo. Años más tarde volvió a aquel lugar, ahora siendo libre, pero jamás volvió a ver a Timoteo, un negro con un sueño de libertad.