En el proceso evolutivo que determinó los grandes cambios en las relaciones interpersonales de la especie humana, surgió el lenguaje como elemento unificador, humanizador y relacionador por excelencia. De hecho resulta imposible no comunicar. De un modo u otro, en forma gestual, analógica, verbal o digital, los mensajes afloran o se transmiten en el contexto de las relaciones humanas. Llegar a comunicarse de manera que cada uno aprenda del otro y pueda responder a sus deseos asegura que cada experiencia sexual sea única y espontánea. Poder aprender a decir lo que uno quiere previene en gran medida caer en una rutina en la que cada vez se repite lo mismo, y que generalmente menoscaba los sentimientos de gozosa expectativa que tanto añaden a la experiencia.
Hombres y mujeres, pero especialmente los hombres, se ven sometidos a la expectativa social que los supone "siempre listos" y, expertos en técnicas sexuales; mucha gente cree que ser un "buen amante" significa saber -sin que se lo digan- qué es lo que ha de hacer para complacer a su pareja. Esta situación no hace más que incrementar las preocupaciones y tensiones que interfieren con el auténtico goce sexual. Dar y recibir placer dependen de la entrega emocional y física de ambos. La pareja debe compartir la responsabilidad de que sus contactos sexuales sean tan gratificantes como sea posible. Ambos pueden brindarse sensaciones de placer y excitación en un ambiente de comodidad, atención y afecto que les faciliten el orgasmo a los dos. Compartir pone en juego la comunicación y la confianza; confianza en que cada uno comunicará, verbal o no verbalmente, lo que siente y lo que le gustaría. Y la confianza permite que los dos se sientan libres para concentrarse realmente en el propio placer.
Es natural que uno se encuentre un poco incómodo cuando empieza a comunicarse directamente sobre cosas referentes a lo sexual. Resulta de suma importancia aprender a comunicarse en forma positiva. Si decimos "Me encantaría que me acariciaras así" y no negativamente "Así no me gusta", estamos demostrando que queremos que nuestro compañero/a lo intente, e indirectamente también le estamos manifestando que creemos que él /ella es capaz de aprender. Comunicar nuestras necesidades es un ingrediente vital para la renovación y expansión continuas de nuestra sexualidad, lo cual permite mantener viva la relación.
Es cierto que para nosotras, las mujeres, el lenguaje sexual, el de las palabras, resulta bastante difícil pues hemos sido criadas en un ambiente en el que las palabras sexuales, incluso las que designan nuestros genitales, estaban prohibidas. El lenguaje no sólo enfatiza el estereotipo de las diferencias sino que preserva la creencia de la superioridad masculina. El cómo se designa o se nombra algo es el resultado de lo que esa sociedad o cultura decidió nombrar y la connotación que debe llevar. Un ejemplo de esto es que para el clítoris, siendo una parte importante de la anatomía femenina tenemos un solo nombre, que es el nombre científico. No hay nombres coloquiales que lo designen. Al contrario, los varones desde chiquitos juegan con la posibilidad de nombrar los genitales y las situaciones sexuales con total naturalidad. Hay una diferencia muy grande en la educación que recibimos hombres y mujeres en este sentido. Las mujeres estamos acostumbradas a nombrar con eufemismos mientras ellos nombran con nombres directos aunque coloquiales, y entonces para nosotras puede ser rudo y chocante lo que para ellos es cotidiano. Por todo esto es importante que la pareja llegue a un código propio, personal sin perder la posibilidad del juego ofrecido por el lenguaje.
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