Narrativa Corta: Lucrecia.

No permití que abrieras la boca más allá de lo necesario para articular la próxima palabra. Medelaine y yo apenas nos conocemos. Llegué fácil a la dirección que me dejó en el bolsillo de la camisa al salir de la universidad, no fue difícil llegar. Parado frente a aquel inmenso portal me recibes formalmente haciéndome pasar, aunque me disculpo por mi primera reacción al ver aquel ser de espalda; era extraño pero de todos los invitados, para mí, es el centro de atracción. Respiraste profundo Madelaine, tal vez por mi atrevimiento de no dejarte hablar, y sobre todo por los comentarios. El silencio obligado es por mi asombro. Se acerca y mis parpados se extienden casi hasta arroparme el rostro. Es delgada, con pelo bordado, canas de múltiples colores que contrasta con las líneas oblicuas que nacen en cada ojo, son surcos vivos, encajados en la piel perfectamente con el uso del tiempo, de su apariencia, lo que me llama más la atención es definitivamente, sus manos, esas varas que no llegan a nada, dedos unidos en forma amorfa detrás del espejo, aparentando codos movedizos, ágiles para sostener una botella de cerveza, elevarla sobre su frente hasta consumir todo el líquido alojado en él. Realizo otro comentario y me miraste, veo tu molestia pero no es burla, más bien admiro, la agilidad de dominar a la muchedumbre que se mueven de un lado a otro, de buscar los pasa-palos y repartirlos en medio de la música. Por eso, no entiendo tu enfado Madelaine dime que opinas de ella. Volteas el rostro hacia mí y solo dices “es mi madre”….