Esta pequeña y risueña criatura, que muy energéticamente se divierte en una improvisada piscina, es mi sobrino. Es el único niño pequeño que hay ahora en mi familia, el más joven de mi casa, por lo que resulta el centro de todo esfuerzo, atención y complacencias, y con solo tres años de vida, ha cambiado completamente la forma en que se vive en mi casa. 

         Resulta muy popular la frase “Nadie sabe cómo ser un buen padre”, y resulta también bastante acertada y si alguien dijese lo contrario, miente vilmente. Pero lo que nadie te dice es que tampoco “nadie saber ser una buena tía/tío”, y parece que a muy pocos le preocupa ese desconocimiento. Personalmente considero que el rol del tío/tía se encuentra hoy muy infravalorado, y aunque todavía no sé realmente si logro ser una buena tía para mi sobrino, si considero que es un rol que necesita un mejor estudio científico. Pero lo que quiero compartir hoy en esta primera publicación está orientado más a lo que mi sobrino me ha enseñado a mí, y sin vergüenza admito que una criatura que apenas está viendo el mundo le ha enseñado muchas y grandes cosas a una persona grande que ha estado aquí por casi veinticinco años. 

          De todos estos aprendizajes que me ha brindado mi pequeño profesor, resaltaré aquí las más importantes para mí, siendo lo primero que “Los niños son mucho, de verdad mucho, más inteligentes de lo que la gente cree”. Existe la errónea idea de que por ser apenas niños no saben o no entienden nada, por lo que menosprecian la inteligencia y astucia que tienen realmente. Es cierto, es necesario un pequeño impulso, pero solo eso basta para que un niño pueda demostrar que comprende bien las cosas, o incluso mejor que nosotros, ya que ellos están libres de prejuicios que probablemente a uno lo limiten. A mi sobrino le enseñé como encajar piezas armables, parecidas a los legos, pero versión china y grandes para evitar que se las comiera, y le tomó 2 minutos entender que esos dos objetos podían juntarse y hacer uno más grande. Dos semanas después, él estaba armando piezas según patrones, ya sea por color, por forma, tamaño, o como él quisiese; él solo. 

        

“Una adulto joven tiene todavía mucha energía”. Cierto, pero ¡nada! tiene más energía que un niño. Me considero una persona activa, pero junto a mi sobrio parezco más una morsa en reposo, me faltan energías para poder mantenerle el ritmo, a los 5 minutos termino tirada en el piso pidiendo un relevo. Es impresionante la cantidad de energía que tiene un cuerpo tan pequeño, es necesario irlo turnando entre las cinco personas de la casa para poder ayudarlo a drenar toda esa energía. Siempre pensamos dos veces al momento de darle azúcar, ya que nos da la impresión de que comenzará a trepar por las paredes. 

          “A un niño le basta muy poco para ser feliz”. Mirarse al espejo, bañarse bajo la lluvia o con una manguera, un pedazo de hoja blanca y pintura o correr por la casa siendo perseguido por su tía imitando un feroz dinosaurio, todo esto hace desbordar de alegría y carcajadas a mi sobrino. Realmente los niños no necesitan mucho para entretenerse, no necesitan un plan elaborado o mecanismos costosos, bastan un estímulo, algo nuevo, algo diferente y un poco de su animada imaginación y con eso redescubren incluso las cosas que han visto todos los días; ellos encuentran magia en todas partes, belleza y fascinación en todas las cosas.

 

          Pero sobre todo un niño te enseña que “puedes volver a ser un niño otra vez”. Sin importar tu edad, tamaño, experiencia laborar, notas académicas, valor inmobiliario, medallas olímpicas, cantidad de ceros en la cuenta bancaria… nada de eso es realmente un obstáculo para volver a ser un niño, lo uno que te lo impide eres tú mismo. Si sobrino me enseño que crecer y convertirse en “un adulto” es también convertirte en “un aburrido”. Pienso que también se puede ser responsable, maduro y todas esas cosas que cambian según la persona a quien preguntes el cómo definiría ser “adulto”, creo que puedes hacer todo eso manteniendo ese espíritu soñador, imaginativo y fascinante que tiene un niño, para ellos su vida es un constante juego donde el mundo es la promesa de grandes aventuras y fantásticas experiencias. Creo realmente que la sociedad y estilo de vida “moderno” nos han quitado esa imaginación y alegría para hacernos más dóciles. Personalmente creo que todos necesitamos volver a ser niños otra vez, aunque sea por un momento, para darnos cuenta que muchas de las cosas que creemos indispensables, importantes, estresantes o agobiantes, resultan cosas sin importancia, minúsculas y hasta ridículas, tal vez así logremos volver a ver al mundo como lo veíamos de niños, cuando soñábamos grandes cosas. 

          Todavía sigo aprendiendo de mi sobrino, y procuro que él aprenda lo mejor de mí también. Y si me llegasen a preguntar algún día que cosa recomendaría para ser más feliz, les diría: dejen que un niño les enseñe algo, aunque sea por un momento; eso cambia la vida.

 A.