-Hola, amiga, ¿cómo estás? ¿Podemos vernos esta tarde en el café de siempre? –Leyó, Hanna, el mensaje que le envió Yamileth.

     Hanna es una profesional, madre, esposa que, a sus 48 años de edad, ve que ha hecho lo que ha querido y ha logrado sus metas, pero aún así no se siente totalmente realizada.

     -Hanna, ¿cómo está tu mamá? –pregunta Yamileth, una de sus amigas de la infancia, cuando se encontraban disfrutando de un helado.

     -Ella está bien, a pesar de las dolencias propias de su edad. Cuando nos vemos suele decirme: “Mira como estoy, uno cuando llega a viejo se pone feo, la piel arrugada y flácida; todo cae, mira mis senos; me canso rápidamente al hacer cualquier tontería.”

     -Bueno, pero gracias a Dios, ella es una señora sana y muy fuerte. –dice Yamileth.

     -¡Tienes razón! De hecho, es tan sana que teme enfermarse y llegar a estar postrada en una cama. Por eso, le pide a Dios en sus oraciones que cuando llegue el momento de morir, no la ponga a sufrir. ¿Y sabes?, yo la comprendo perfectamente. Sólo le ruego a Dios que le siga dando salud y permita que esté más tiempo con nosotros.

     Hanna, al igual que su madre, se ha caracterizado por ser una mujer muy activa, siempre se mantiene ocupada y en una carrera contra el tiempo.

     -Amiga, ya debo irme, tengo mucho que hacer y mi familia me espera –Hanna se levanta apresuradamente dejando, como siempre, la conversación a medias.

     Rumbo a su casa, pensaba en todos los pendientes cuando empezó a sentirse mal y perdió el control del auto impactando con un árbol a un extremo de la autopista.

     -Mi amor, qué bueno que ya estás consciente. ¡Te vas a recuperar! –Le dijo en tono de susurro su esposo, en la habitación de un hospital.

     -Umh… -A Hanna no le salían las palabras.

     -¡Tranquila, mi vida, no hables! ¡Debes recuperarte!

     Al mes de hospitalización, Hanna ya sabía las razones de por qué no podía mover sus piernas. Le habían dado pocas esperanzas de poder caminar de nuevo. Luego de esta nefasta noticia le llegó otra de manera inesperada, el fallecimiento de su madre.

     Después de dos años de aquellos funestos sucesos, Yamileth visitó a su amiga para levantarle el ánimo, pues continuaba viéndola muy decaída y como de costumbre se negaba a recibirla.

     -Hola, amiga. Sé lo triste que aún estás, por eso vine, quiero que te repongas, que retomes tu vida. Hanna, amiga mía, la vida continúa, tu familia sigue aquí…, contigo.

     -¿Cómo crees que voy a retomar mi vida con normalidad? No puedo ser la misma si no puedo valerme por mí misma. ¿No lo puedes entender? ¿¡Qué vas a estar entendiendo!? ¡Si tú nunca has vivido nada similar!

     -Realmente no. Pero sí puedo ver tu profunda aflicción y cómo te está consumiendo. Hanna, tú me importas porque eres mi amiga, quiero lo mejor para ti.

     Los días pasaban y Hanna se sumía aún más en su profunda tristeza. Su familia ya no encontraba qué hacer para que ella revalorara la vida.

     De repente, Hanna sintió un estremecimiento, su hijo le gritaba.

     -Mami, mami, ¿hoy no iremos al colegio?

     Mientras Hanna reaccionaba y terminaba de despertarse, sonó su celular que le indicaba la llegada de un mensaje.

     -Hola, amiga, ¿cómo estás? ¿Podemos vernos esta tarde en el café de siempre?

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Fin de la historia

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