¿Cuánto tiempo hace que sentía esa inspiración cristiana por el diablo? No lo sé…Nadie lo sabe. Nadie sabe tampoco cómo llegó al mundo. Sólo Beltrana la mujer de Juan, de cuyo vientre un día cualquiera, nadie sabe qué año, nació un niño. Es difícil averiguar el verdadero origen de alguien si no pertenece a la nobleza. El origen de Luís, es muy pobre, descendiente de un grupo de venezolanos que aún siendo muy dignos, para los otros, brillaron de dignidad y ausencia de bienes materiales. Su vida transcurrió en un ir y venir por pintar anuncios y lotería, salir a la calle para distraer a los demás…lo demás, no importa –solía decir-. La generación de mis padres decidió llamarlo “Tarzán”, por haber realizado durante un carnaval, una muy lucida comparsa donde imitaba aquellas películas que acapararon toda una época en los cines del pueblo.
Luís, que así se llama nuestro hombre, iba por la vida aflicto, con su andar casquivano y la mente perdida en los recuerdos de aquella piñata de barro que al caer sobre su cabeza, lo hizo “alocado”; en aquel niño que murió tempranamente o en el plato que lo asistirá en el almuerzo de cada día. Refugiaba su tristeza en el baile del tambor, los cartones de lotería y el bullicio de los comercios…Luís era la representación de la música de las perolas, el baile de los niñitos tiznados y de todo lo que nos hacía feliz y lo hizo popular entre nosotros…
Algunas veces, venía hacia nosotros disfrazado de “Diablo Rojo”, otras, de “Diablo Negro”. En el primero, para aquellas ocasiones donde no podían participar los endrinos porque… y el segundo, cuando iba a tratar de divertir al pueblo. Era éste el momento en el cual hacía uso de su astucia para aprovecharse de los ingredientes y materiales que lo distinguían de los demás: se untaba tizne y aceite en la cara y el cuerpo todo; en la boca, aquellos espeluznantes colmillos blancos de plásticos, desde donde manaban gruesas gotas de sangre, extraídas del zumo de la remolacha. También introducía en su nariz, un aro de cobre y en su cabeza, aquellos cuernos de res que una vez robó en el Matadero Municipal…
Asomadas a la ventana del cuarto, vivíamos la terrible danza que avanzaba hacia nosotras acompañada del grito ¡Ahí viene el diablo! ¡Uyyy! ¡Trae el tenedor con que mata a los niñitos! ¡Corre mijo, corre!. Nos sostenía la curiosidad y entonces, nos escondíamos bajo la cama hasta que pasara la comparsa….todo comenzaba con los gritos luego, el zumbar de las perolas y el diablo, bufando y sangrando por sus largos colmillos, amenazante desde su acostumbrada danza.
Ya más grandecitas, nos enfrentábamos al diablo. Iba siempre acompañado de niños pobres que hacían cantar ta-ta-tatatata-ta-pa-pa a sus perolas. Y desde lejos, la oscura figura acompañada con la danza de la muerte. Cuando se acercaba hasta nosotras, mostraba con orgullo su sonrisa diabólica. Nuestro cuerpo se helaba de terror. ¡Claro, todavía no habíamos descubierto aquellas fauces en las piñatas. Un grueso frío recorría la espalda temblorosa y…¡a correr, a esconderse!
No todos lograban esconder sus cuerpos del diablo..Siempre había un niño que quedaba atrapado bajo los filosos dientes del gran tenedor. Otro niño fingía morir en manos del diablo ahumado. Y así, al compás de la contagiosa música de las perolas y su danza, nuestro personaje lograba mostrara en aquel pequeño mundo, la maldad del demonio. Estos ritos iban también acompañados de una canción improvisada e inolvidable:
“¡Allá viene el diablo qué bicho tan feo
Velo cómo baila, velo cómo ríe!”
Reía a carcajadas y todos se espantaban, volteaba los ojos y cantaba nuevamente:
“Yo soy el diablo malo
Yo soy el mismo Satanás
Que me escapé del infierno
Y vivo aquí, en Cumaná”
Para retirarse, solía hacer una venia acompañado de un saludo para seguir su camino hacia otros rumbos, otros pueblos y otras ciudades:
“Señoras y señoritas
Usté me va a perdoná
Este diablo endemoniao
Ya se va a retirá”
Se marchaba luego de recoger la acostumbrada contribución entre los espectadores, sin haberle hecho daño a alguien… Nuestro tarzán vive entre nosotros y cada día pasa inadvertido por las calles de mi pueblo, camino al mercado, acercándose a quien lo ha reconocido para hacerle chistes y continuar su camino…pensando en sus vicisitudes. Alguna que otra vez logré escuchar alguna voz hoy perdida “¡mira, aquél que va allá es Tarzán, el Diablo de Cumaná!”
Publicado por Betina de la Rosa Rivas en 23:02
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Traer este relato a steemit es de gran importancia para inmortalizar las historias locales de Venezuela. Te felicito!
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