A mis profesores Malix, los del callejero arte de escribir;
Ustedes, me han pedido escribir al respecto de un enemigo de mi yo-creativo. Quieren que escoja solo uno, aquel o aquella persona que hubiere en algún momento de mi vida, criticado mi aspecto físico, anulado mi creatividad, condicionado mis formas de ser o traicionado mi confianza. Aquel o aquella que me hubiese lastimado con su censura.
Pues bien, haciendo una breve retrospectiva, descubro tres aspectos interesantes en la evolución de mi ego, digamos tres ramas principales de las cuales se derivan varias secundarias. Se resume así: Primero; mi yo-creativo se vio afectado por algunos enemigos externos. Segundo; mi yo-egoico reaccionó creando a mi yo-víctima de entre otros yoes creados, y además encontró otras maneras de compensar llevándome por caminos infructuosos, pues este ego no era necesariamente el mejor consejero. Tercero; evolutivamente mi yo-consciente surgió y aprendí a soltar resentimientos e ideas no afines a mi bienestar, así pude comprenderme y aceptarme. Desde entonces tengo muchos momentos de disfrute con un yo más integrado.
He aquí un ejemplo de ello: cuando Gerardo me dijo en medio de una serenata a mis 14 años, “¡Cállate! ¡La estás cagando! ¡Tú no sabes cantar!” Sonó fuerte en verdad, aunque eso no fue importante para mí en su momento. Pues… viniendo de él, siendo el líder del grupo y primera voz, fue una orden, algo imprescindible para llevar a buen término la canción y lograr la perfección. ¡Fue necesario callar! Consecuentemente, resurgió uno de mis tantos yoes, tan antiguos como mi vida, mi yo-obediente.
Asumí con una naturalidad que ya después me pareció extraña, el hecho de no saber cantar. A pesar de haber cantado harto en el coro de la iglesia y durante años en multitud de juntas y campamentos de los Boy Scouts. Para compensar mi silencio me convertí en el “payaso de las canciones”. ¡Ajá!, así es. Hice de cada canción, un acto casi burlesque. Repetía las rimas en tono jocoso y bailaba ridículamente. Le hacía hasta del Milton Ghio. Así, según yo, nadie notaba que no cantaba. Era mi yo-complaciente.
De esa forma, y con el tiempo aprendí que, cuando surge una limitación física, mental o emocional, paralelamente y de manera inconsciente, también surge una compensación. Por ejemplo, cuando nacen los cachorros de perro, estos tardan varias semanas en abrir los ojos, forzando así la activación del mayor de sus sentidos: el olfato. En el caso que les comento, la afectación de mi creatividad artística en el canto se vio compensada con mi habilidad de jugar con las palabras, encontrándole dobles o triples sentidos, incluso surgió el sarcasmo, que, aunque muchas veces no es bien visto, implica una cierta habilidad intelectual que nos pone en ventaja ante ciertas situaciones o personas. Evidentemente esa era mi yo-sarcástico. Ni que decir… éste me metió después en problemas, y ni modo… a ofrecer disculpas, el ego-resentido de algunos se las toma todas a personal. ¡No es para todo mundo! –nótese un ligero sarcasmo–.
Así que, no puedo considerar ese acto de Gerardo como algún enemigo de mi yo-creativo, ni a otros actores de mi vida que tuvieron tanta o más influencia. Algunos agresivos físicamente, otros imponiendo sus criterios y otros simplemente cumpliendo su trabajo, creyendo que estaban haciendo algo bueno. A decir verdad y, tomando en cuenta las historias que escucho siendo terapeuta, he sido sumamente afortunado y puedo decir que he tenido una vida bastante privilegiada.
Por lo tanto, fue mi yo-egoico, con sus múltiples máscaras el que me condujo a hacer lo mismo con todos los demás “enemigos” de mi creatividad y, me orilló a buscar excusas y justificaciones para todo. Por él, aprendí a manipular a mis padres para conseguir amor y sobrevivir a mis hermanos, por él mentí, robé, golpeé y más. Hice de todo para adaptarme al entorno. Es él quien hasta la fecha me hace parecer humilde, pero en el fondo sé que es pura vanidad. ¡Así de pillo es! ¡Y no lo puedo sacar de mi vida!
La naturaleza es sabia y en compensación a ese yo-egoico también ha tenido que surgir mi yo-consciente, ¡para sobrevivirlo! Si no, ¿cómo les estaría hablando de él? Para trascender al polifacético y tramposo ego, es que me hago muchas preguntas y afortunadamente encuentro respuestas. Por su naturaleza tenaz de siempre estar allí a mi lado fastidiando, aprendí que es mejor no ponerle tanta resistencia. He llegado conocerlo mejor y aceptarlo, a danzar y convivir con él. Hasta honro su virtud de adversario útil. Mi yo-consciente me ha llevado a decidir y asumir la responsabilidad de cómo quiero interpretar y mi vida.
Por: Fiacro Hernández Alaffita-Tito 27/06/2019
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