Nunca he sido una gran entusiasta del cine de animación. Ya de pequeña odiaba la mayoría de las películas de Disney, con sus argumentos simplones y sus princesas ñoñas. Y, sin embargo, por algún motivo me encantan las películas del estudio Ghibli. Supongo que prefiero las buenas historias contadas con sensibilidad.
La primera vez que vi La princesa Mononoke tenía unos diez años y quedó grabada para siempre en mi memoria. Junto a un río, una joven chupaba la sangre de la herida en el cuello de una loba enorme. De repente, se giraba y miraba directamente al espectador con ojos desafiantes. La imagen, probablemente la más famosa de la película, me parece una mezcla fascinante de bestialidad, fuerza y afecto.
La película, del director Hayao Miyazaki, gira en torno a la lucha encarnizada entre los habitantes de la ciudad del hierro y los espíritus del bosque vecino. Unos quieren talar los árboles para poder extraer el mineral de la tierra, los otros ansían acabar con los humanos para defender su bosque. El odio se ha apoderado de ambas partes y la guerra es inminente.
Con este argumento Miyazaki trató de retratar los primeros intentos del ser humano por dominar la naturaleza. Sin embargo, aquí no hay malos ni buenos. El director quiso alejarse de los estereotipos maniqueos para tratar de comunicar la complejidad del momento. Por eso la película se aleja del discurso de una naturaleza amable e indefensa con la que tenemos que vivir en armonía, como sucede con otras películas de Studio Ghibli (Mi vecino Totoro, por ejemplo). Aquí la Madre Tierra se presenta como una fuerza terrible que se protege a sí misma por medio de dioses y seres místicos, y que amenaza con destruir a los humanos.
También los personajes son complejos. Ashitaka es el joven príncipe de una aldea lejana que se ve obligado al exilio en busca de respuestas, y quizás una cura, para la maldición que pesa sobre él. Atrapado en el fuego cruzado de una guerra que no es la suya, se ve incapaz de decantarse por un bando u otro.
Pero los personajes más interesantes de la historia son dos mujeres que consiguen escapar de los estereotipos machistas, tan predicados por los clásicos de Disney. De un lado tenemos a Lady Eboshi, líder de la ciudad del hierro, una mujer inteligente y estratega. Ambiciona el progreso por encima de todo, aunque ello suponga acabar con el bosque. A simple vista puede parecer la villana de la película, pero Lady Eboshi se aleja de la dicotomía bueno/malo para mostrar también una cara amable que la lleva a ayudar y dar trabajo a prostitutas y leprosos.
Del lado del bosque está San, la joven que da nombre a la película. Abandonada por sus padres, fue criada por lobos y ahora es uno de ellos. Mononoke es como deberían ser todas las princesas: fuerte, independiente y con valores. No necesita ningún príncipe azul que la rescate —ella misma pelea como el mejor de los guerreros — y, por supuesto, tampoco quiere casarse con él para ser felices y comer perdices. “Significas mucho para mí, pero no puedo perdonar lo que han hecho los humanos”, así se despide de Ashitaka al final de la película. Lo quiere, pero no va a renunciar a vivir de acuerdo a sus principios.
La princesa Mononoke es una película bonita y bien hecha. Los personajes son interesantes y la historia nos enseña que las cosas no son blancas ni negras, sino que la realidad suele ser mucho más compleja. Miyazaki pone el foco sobre el progreso tecnológico sin control, a costa de la naturaleza, pero nos deja sin una conclusión.
La animación es preciosa. El propio Miyazaki revisó uno a uno los 80.000 fotogramas clave de la película, volviendo a dibujar muchos de ellos para que se ajustasen a su visión. La banda sonora, de Joe Hisaishi, es increíble. Hace que el espectador se sumerja de lleno en los paisajes y en las escenas más trepidantes.
Creo que es una de las películas que más marcó mi niñez. Seguramente sea la más oscura y violenta del estudio Ghibli, pero está tratada con una sensibilidad que pocas películas consiguen. En su día marcó un hito en la historia de la animación japonesa y, veintiún años después, es difícil sacarle errores. En definitiva, si todavía no la habéis visto, os animo a que lo hagáis.
Gracias por hablar de esta película. Es una de mis preferidas y Miyazaki...sin dudas el mejor, a juzgar por lo que hace, unos de los más bellos seres humanos del que tengo referencia. Buen post!
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Me alegra que tú también admires su trabajo. No sé cómo será Miyazaki como persona, pero es innegable que es un animador y director con mucho talento y una gran sensibilidad artística.
De sus películas me gustan la belleza con la que aparece representada la naturaleza y la fuerza de sus personajes femeninos. ¡Aunque ya no tengo diez años, nunca me canso de verlas!
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jajajaja, yo lo descubrí hace menos de 10 años, y tengo más de 40, así que no te preocupes, eso es lo mejor, seguir siendo niños!
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