...Éramos.

Aquella noche recordé lo mucho que te amaba.
Nunca antes experimenté esa sensación con tanta intensidad, solía dar más de lo que recibía de todas y cada una de las personas que me rodeaban, no me gustaba pensar que yo era demasiado buena, o mejor que el resto del mundo, pero inconscientemente cada vez que terminaba llorando en un rincón de mi cuarto ese pensamiento venía a mi cabeza. Constantemente intenté encontrar una persona que me hiciera sentir diferente, pero siempre era el mismo resultado... supongo que eso es lo que hacemos todos, buscar alguien que nos haga sentir distinto a como nos sentimos todos los días indiferentemente de cual sea ese sentimiento, los humanos tenemos esa sed de novedad que puede ser buena o en algún punto nos lleva a incluso a destruirnos a nosotros mismos.
Recuerdo cuando hablamos por primera vez, estuvimos una tarde entera riéndonos de lo ridícula que era la gente que colgaba esos candados en una cerca prometiéndose amor eterno y luego de un tiempo estábamos en el mismo lugar sonriendo mientras colgábamos el nuestro. Viajamos de norte a sur, de este a oeste, fuimos felices como dudo que alguien llegará a serlo en la eternidad. Prometimos, juramos y cumplimos... casi casi todo.
Estuviste a mi lado durante tantos años que sentí que yo era tú y que tú eras yo, o que éramos uno sólo. Hacer el amor era lo mejor de todo, eras sutil, delicado, complaciente, me hacías sentir cosas que el resto no sabe que existen y que sólo tu podías hacer posible.
Era 26 de septiembre. Llegué a casa con ropa interior de encaje bajo mi uniforme del trabajo, luego de 2 días de guardia, agotada, pero dispuesta a celebrar nuestro aniversario con una preciosa cena y una de esas noches que no teníamos hace tiempo; y estabas allí, dormido junto a ella como un niño, su mano estaba sobre tu pecho y su cabeza sobre tu brazo. Era joven y delicada, tersa, bonita, delgada.
Después de 10 minutos observándolos no podías creer que siguieran dormidos.
En mi corrió un deseo enorme de torturarlos a los dos, amarrarlos y hacer que suplicaran por cada una de las partes de su cuerpo, cortarlos poco a poco para que se desangraran lentamente; pensé a cual de los dos mataría primero, a quien le quitaría el primer dedo, si sería del pie o de la mano, si usaría una mordaza o prefería escuchar sus suplicas, si hacerlo de inmediato o esperar a que tuvieran que vivir ente sus propias eses y orines. Pensé en todas las formas posibles de aliviar mi dolor, pero para cuando lo descubrí ya estaba muerta por dentro.
Tomé el arma que guardabas en la cocina y le disparé primero a ella, Por fin despertaste... sin darte oportunidad de hablar también acabé contigo, no quería escuchar tu explicación de cómo acabaste tu con mi vida antes que yo con la tuya.
Por suerte para mi aún quedaba una bala, pero antes, recordé lo mucho que te amaba y todo lo que éramos.