Recuerdos de la primera noche electrónica en la que volví a hacer 'lo prohibido'

in spanish •  5 years ago 

Es curioso, pero es así; hay que asumir que ciertas cosas nasty, prohibidas, mal vistas y criticadas socialmente que en el pasado nos han llenado, ingenuos y fiesteros como éramos, nos han llenado como ninguna otra cosa. Una vez las hemos apartado de nuestra vida —supuestamente por nuestro propio bien—, ya no van a regresar del mismo modo, jamás, y eso se acerca bastante al epic fail. Pero, ojo, nunca digas nunca, y así siempre tendrás atisbos de luz durante unas horas de alto voltaje, si así lo deseas y si así de valiente te sientes. Mi peor ruptura, creedme, no ha sido con una persona amada, sino con una sustancia querida, deseada, perseguida, ansiada, consumida hasta la extenuación. El elixir mágico y tóxico que te despierta como nada, que te hace desplegar las alas, quieras o no, y te convierte en un súper man o en un vampiro, según gustes, según el coste. Y tras año y medio de haber estado sin esa sustancia —ponedle el nombre que queráis, llamadle criptonita ácida, si queréis—, en una lánguida noche repleta de eventos en Barcelona, decidí encontrarme de nuevo con ella para ver si lo nuestro podía volver a ser, de un modo u otro. Y la razón para volver a intentarlo —las segundas partes nunca fueron buenas, y eso vale para Trainspotting, especialmente— fue un hastío fundamental que lleva corroyéndome desde hace casi un año. Se ocupó del encuentro un amigo, que todavía frecuenta con cierto fervor el contacto con una sustancia parecida, y fue fácil. Y, ahora que ya han pasado más de tres semanas desde aquellos dos días de transnochar y fluir, entre el júbilo y el cansancio —el primer día, genial, el segundo, mejorable—, puedo decir que sí, que mereció la pena el viaje al pasado usando todas las precauciones posibles. Vamos allá.

Me encontraba con unas tremendas ganas de salir de fiesta, a bailar, y sin embargo mi cuerpo no respondía ni daba atisbos de interesarse lo más mínimo para conjugar con mi estado mental. De hecho, para plantear la situación más devastadora, anímicamente tampoco estaba festivo, de lo que se desprende que mis ganas de salir a petarlo estaban en el algún roído cajón de la consciencia, y no la puesta de gala principal de mi red neuronal que debería dar pie a una noche para la épica. Esta situación, que llevo ya un año sintiendo como demasiado habitual, no podía sin embargo volver a ganar la partida por que sí, y a lo sumo aquella noche se presentaba como algo especial, porque era un evento de unos conocidos amigos que montan un festival en la playa cercana a Tarragona, en el Sur de Cataluña. Habría amigos y conocidos, fiesteros anónimos y buena electrónica, mi mood aquella noche no era negociable.

Tras intentar tomar dos Red Bull y despegar mis pies del suelo con el warm up del primer dj, decidí lanzarme a por la pregunta del millón a mi colega. Oye, ejem, ¿tienes un poco? Tras la respuesta afirmativa, reunidos en un baño minúsculo como un torbellino, ahí nos encontramos mi colega y dos chicas también dispuestas a embadurnar su nariz con la criptonita que yo me había prohibido hacía año y medio. Alguien lo consideraría una recaída pero, siendo sincero, dejar caer la noche me parecía algo mucho más grave que pensar en el término médico que define a los adictos y sus traspiés con la sustancia que les ha complicado la vida. El pulso se avivó a la mínima, y salí del baño animado y con ganas de conocer más a la chica argentina que estaba con nosotros en los baños, que sin embargo, pese a tener un nombre exótico, no logré cautivar lo suficiente, o la noche difuminó la leve conexión amistosa que hubo en la siempre cotizada, excitante e íntima intensidad que se respira en el baño antes del consumo.

Las horas avanzaban con mucha menos pesadez y las ganas de bailar emergieron al fin en sintonía con my body, my soul and my mind: aquello tenía que durar más y había que repetir. Tampoco entrando en loop, pero sí volviendo al ritual del baño otra vez solo para sentir aflorar en tropel los recuerdos de tantas y tantas noches pasadas haciendo lo mismo. Fue duro, reconocerse de nuevo ahí, pero también fue algo así como una especie de ritual de autoafirmación, de reconocimiento, y hasta de liberación. El destino de la especie humana me preocupa demasiado, y tras una década de intentar disimularlo he llegado a la nefasta conclusión de que está perdido, de ahí a que yo también me deje perder relativamente y en consonancia con el declive que estamos experimentando y que, según apuntan todos los indicadores, irá a mucho más hard. Antes valoraba estos momentos tóxicos nocturnos como parte de un flow no decadente, sino transgresor y revigorizante, ahora lo sitúo más en una encrucijada entre el asumir que de la oscuridad venimos y a la oscuridad iremos y que en la oscuridad seguimos sintiéndonos cerca de lo que somos, aunque estemos vivos y podamos salir a la luz del sol. Es como si Platón nos hablase de la Caverna pero sin decirnos que fuera, con esa supuesta luz que es la verdad y que nos aleja de las sombras, nos quedaremos ciegos sin gafas de sol. Mejor ir por las Cavernas reptando como seres poseídos y con la conciencia alterada, sin gafas de sol y atentos a la música que nos convierte en criaturas que prescinden del lenguaje para expresar todo su potencial y energía.

El cierre del segundo Dj de la noche fue algo decepcionante, demasiado light. Pero no worries, porque a la salida nos juntamos un grupito de envalentonados y decidimos seguir la ruta hacia un afterhours, uno de los únicos que quedan en Barcelona. Eran las 6 cuando nos subimos al taxi y llegamos ahí antes de las seis y media, justo cuando un conocido del grupo empezaba a pinchar en los platos. ¿Qué nos depararía aquel tugurio repleto de gente desconocida con altas dosis de sustancias en su cuerpo y muchas ganas de seguir bailando hasta bien entrada la mañana? 

Continuará.

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