Frecuento presentir o imaginar, de acuerdo al contexto, situaciones negativas o “lo peor”. Pero esta vez fue distinto. Mi pensamiento fue certero, no se equivocó.
Hace un par de años, deambulaba, junto con dos amigos, en la nueva urbanización donde recién residiamos mi madre y yo. Contaba con unas cincuenta viviendas, separadas en grupos por calles anchas y, en ese momento, silenciosas, muy silenciosas. Casi no se percibía otro sonido que el de nuestras risas, gritos, comentarios, susurros... y el de las ruedas de bicicleta teniendo contacto con el rústico suelo, siendo determinante la gravedad cuando éstas se encontraban con las separaciones del concreto para producir un ruido armonioso, musical; al menos así lo consideré.
Soliamos andar durante cualquier instante del día, sobre todo luego de la puesta de Sol; el calor que éste producía era irritante y restaba demasiado agrado a las horas. No más de dos bicicletas poseiamos; lo peor, una mejor que la otra. Esto en ocasiones cada vez más regulares, elaboraba no graves peleas, discusiones y disputas por montar el preciado medio de transporte.
Aquel día, nos adentramos en la oscuridad como era habitual. Mi reloj marcaba cerca de las 9:30. Sentados frente a una de las casas más intrigantes de la zona por su aspecto deteriorado, hablábamos de lo raro de mi nueva vecina.
El frío de esa noche superaba el de cualquier otra de ese año; indicaba tal vez el inicio de un mes muy querido: Diciembre; aunque yo sentía que transmitía mucho más.
Comenzaba a doler el estómago de tantas carcajadas, cuando de pronto, las risas tuvieron un brusco final; se convirtieron en asombro, y después, en miedo.
Hojas crujiendo por el pisar, la alta vegetación habriendo paso y un fuerte viento momentáneo azotándonos.
La reacción de los tres ante el hecho fue pedalear lo más de prisa posible, pero había un problema: las bicis no eran suficientes. Se formó el mayor altercado de nuestra corta amistad, que terminó para mí por ver a Anna y a Luciano alejarse rápidamente. De forma casi simultánea, observé a aquella silueta sombría volverse más grande, acercarse.
Mis manos, ya empapadas de sudor, subieron hasta mi cara otorgándome total oscuridad; tome asiento en la acera y esperé. Como siempre, aguardé lo peor.
Unos nueve segundos corrieron hasta escuchar un susurro que no logré volverlo entendible; fue a la segunda vez que el contenido de aquella voz, grave pero extrañamente dulce, se volvió lógico.
-Lo siento.
Con pánico aún, dejé caer lentamente las manos posándolas sobre los muslos. Me tomó un par de segundos abrir los ojos para contemplar aquellos de color castaño que comunicaban algo que va más allá de poder ser descrito, algo que presentía, me cambiaría la vida.
muy bueno :)
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Gracias amigo. Saludos
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¡Queee geniaal! de verdad que te atrapa. ME ENCANTA..
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¡Qué bien! Me alegra que te agrade.
¡Saludos!
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