Argento se sentó en las escaleras a observar con detenimiento a los dos adolescentes que estaban concentrados en practicar sus habilidades con la espada y el hacha.

El mayor de los jóvenes atacó a su hermano con su mejor golpe; éste lo bloqueó con facilidad y lo contraatacó con destreza. Su hermano repelió el ataque y lanzó un nuevo golpe, aunque rápidamente transformó la espada en dos. El menor hizo bloqueó el nuevo ataque y, aprovechando la escasa ventana de oportunidad que tenía, dividió su hacha en dos para emparejar la pelea.

La anciana observaba cuidadosamente los movimientos del último, quien decididamente trataba de anticipar el siguiente golpe de su hermano sin tener que recurrir a un viejo truco conocido.

Se acomodó un poco.

Recordó el día que ambos nacieron. El día en que la luna tapó al sol por unos minutos. El día en que la mujer de Aurelius murió para dar vida a los mellizos que se encontraban delante de ella. El día que ella descubrió que Myrddin, el menor, había heredado el Don.

Aquella habilidad suponía una ventaja para él, ya que lo había perfeccionado con su ayuda desde los dos hasta los diez años. Sin embargo, no le gustaba usarlo cuando entrenaba con su hermano Uther en la liza, por lo que optaba por adivinar los golpes certeros de éste.

-Uther sin duda alguna heredó mucho de ti -fue su primer comentario cuando percibió a su hijo junto a ella-. Un guerrero nato.

-Myrddin también es bueno con la espada y el hacha -replicó Aurelius mientras que, cruzado de brazos, miraba fijamente a sus hijos -. Solo que hay una diferencia importante entre ambos. Y no es el Don.

Argento sonrió, indicándole que comprendía bien lo que quería decir. Aurelius añadió:

-Myrddin es estrategia a lo que Uther es acción directa. Unidos son invencibles.

-Recuerda que no debes subestimar a tu enemigo, hijo mío. Especialmente si es de la misma familia.

Myrddin se detuvo abruptamente, bloqueando el último golpe de Uther; éste de inmediato apartó la espada y se volvió hacia su padre y su abuela. Argento comentó:

-¿Quién viene, Myrddin?

-Un hombre con el estandarte de un león dorado a la cabeza de una gran comitiva. Uno de ellos lleva una... Corona.

-¿Están armados?-inquirió Aurelius.

-No.

Aurelius partió inmediatamente hacia la entrada de la fortaleza mientras que Argento instruía a sus nietos sobre cómo presentarse ante el rey.

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"¿Qué mosca le picó a Vortigern para venir aquí sin avisarme?", fue lo primero que pensó cuando le recibió en la entrada de su hogar. El rey, admirando la fortaleza romana recién restaurada, comentó:

-Lo has convertido en un lugar digno de un rey.

-Gracias, mi rey -replicó Aurelius mientras ambos empezaban a caminar hacia la gran sala.

-¿Y tu madre?

-Está con mis hijos.

Vortigern se detuvo. Mirándole sorprendido, le dijo:

-No sabía que eras padre de familia.

-No suelo mezclar mis deberes con usted con la familia, mi señor.

-Uhmmm... Entiendo... ¿Cuántos?

-Dos varones, ambos gemelos.

-¿Gemelos? Me gustaría conocerlos.

-Un honor, mi rey.

Un rato después, Vortigern los vio de pie junto con Argento: Altos, de cabello oscuro, ojos azules, y piel clara. Sin embargo, había notado un cambio inmediato en uno de ellos.

-Ojos dorados -murmuró-. Los dioses son caprichosos. No les bastó con tu madre.

-No puedes hacer nada al respecto, rey Vortigern -replicó Argento mientras les decía a sus nietos que dejaran la sala.

Éstos obedecieron, no sin antes despedirse del rey con una reverencia. Vortigern, al verles marcharse, le preguntó a Aurelius:

-¿Cómo te las arreglas para no confundirte?

El general rió quedamente y, sonriente, le respondió:

-Los ojos. Mirándoles a los ojos.

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