Krigsgaldr (Parte I)

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La primera vez que la vi fue en un evento llevado a cabo en una galería de arte de una ciudad a la que fui durante mis vacaciones.

No era una mujer despampanante, pero tampoco era una mujer fea. Creo que le había calculado unos 30 años, si no es que más o menos; cabello negro, ojos castaños, de cuerpo ni muy delgado ni muy gordo. Mantenía su mirada fija en una de las pocas pinturas que, he de admitir, me gustaron muchísimo por el uso de los colores y las formas. Y eso que generalmente consideraba al arte abstracto como una reverenda porquería.

Ignoraba qué tenía esa chica, pero me sentí inmediatamente atraído. Tenía qué acercarme, tenía que hablarle... Pero no pude. 

Mi compañera de esa noche cuyo nombre no recuerdo, ya estaba desesperada por irse. Decía que se sentía "incómoda" entre las piernas. Le hice caso porque yo también empecé a sentir esa incomodidad, mas no era por lo que me dijo, sino por todas las cosas pervertidas y retorcidas que pasaban en mi cabeza al momento. No está de más decir que esa noche hubo pasión, aunque ésta no me dejó satisfecho.

Días después, estaba de vuelta en mi hogar; podría decirse que mi vida regresó a la normalidad, pero eso sería una deshonestidad de mi parte. Aún pensaba en aquella chica de la galería, y desde luego ese pensamiento empezó a volverme loco; no pasaba ni un solo día en que no regresara del trabajo para ir directo a la ducha a masturbarme o a la cama a buscar a alguna chica que me hiciera el bendito favor de tener sexo aunque no me dejara satisfecho.

Solo los dioses saben qué pasó conmigo cuando vi unas luces blancas dirigirse hacia mí; lo último que recuerdo fue un choque violento. De ahí, todo se volvió negro...

-Príncipe Haeghar, el emperador solicita su presencia de inmediato.

Mi portador se volvió hacia el tío que estaba de pie junto a nosotros. Emitió un gruñido como única respuesta antes de levantarse de su (in)cómodo sillón... No, levantarse no. Dejarse caer al suelo, porque el tipo es demasiado orgulloso para aceptar que sus piernas son inservibles y que jamás será como el resto de sus igualmente inútiles hermanos.

Así, a rastras, el tipo se dirigió hacia una gran sala iluminada tenuemente con antorchas y velas. Menudo desperdicio de material, en serio, le dije a mi portador a sabiendas de que me iba a ignorar. Como siempre.

No sé si fue un sucio juego del destino o es una coincidencia macabra, pero ahí estaba ella, la chica de la galería. Estaba ataviada con una bata de dormir bordada y su cabello estaba desordenado; en su mirada había confusión y desconcierto. Algo me decía que la obligaron a venir aquí, porque de otra forma no podía ser que esté ante la presencia del mayor hijo de puta del mundo mundial.

Fue ahí cuando supe que ella, de nombre Marta, era la supuesta novia del gusano de mierda, y que se convertiría en la esposa de éste en un par de días. 

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Parte 2 

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