Te vi sonreír.
Con ánimo o sin él, con alegría o tristeza, con amor, odio o decepción, o con aquel aporte de felicidad que hace el alcohol en el organismo.
Te vi caer.
Una y otra vez. Aunque, admito que, en cada una de ellas, lograba sorprenderme que siempre te levantabas, pero llevabas todo lo que te hundió contigo.
Te vi insistir y desistir.
Con ahínco, emoción, desgano o tristeza. Siempre ahí, hacia adelante, hacia ese punto que solo tú conocías.
Te vi soñar.
Con color o sin él, a gran o pequeña escala, pero siempre con un sueño en mente y una meta que alcanzar.
Te vi crecer.
Desde lejos, pero siempre cerca. Te vi ponerte más fuerte y bonita, escribir miles de cosas tristes y alegres, cambiar la historia y escribir cosas distintas.
Te vi irte.
Sin compañía, dejando los problemas atrás y avanzando en busca de algún sueño o propósito.
Te vi encontrarte.
En el mismo lugar de siempre: junto a tus sueños, escritos, poesías y sonrisas. Justo ahí, donde todos te buscaban y nadie lograba hallarte.
Extraído del blog Nuestras hojas amarillas.