Yo no soy fotógrafo. Tampoco tengo una cámara. Tan sólo un teléfono celular de medio pelo, un país que sufre hasta lo indecible y una fe que me mantiene firme en la esperanza. Una esperanza inagotable que bebe de tu rostro, Señor. Un rostro limpio, dulce, suave, pleno de misericordia que nos mira desde arriba, desde adentro, pero que nosotros, sombras soberbias que deambulan por tu creación, nos negamos a dejarnos mirar, nos negamos a dejarnos poseer, al menos un segundo, por la profundidad cálida de tu amor.
Te asomas y nos miras. Cierro los ojos y recuerdo que San Agustín te llamaba belleza antigua. Belleza originaria. Fuente suprema de todo amor. Cierro los ojos y te pregunto qué nos pasó, por qué nos dejamos seducir por nuestro propio espesor. Mira a Venezuela, nos hemos dejado seducir por las sombras, por la borrachera inaudita de la maldad. Qué pasó con nuestro corazón. Por qué se detuvo, Señor?
Sin embargo, nos sigamos mirando, insistes en mirar como esperando por nosotros. Despertaremos a tu misericordia? Será hoy el día en que decidamos por Jesús y no por Barrabás?
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Que decidamos por Jesus
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