Un desliz, sí. Eso había sido.
Sus labios se entreabrieron, dejando escapar un leve suspiro tras sentir cómo los labios ajenos se posaban sobre su cuello para dejar un camino de besos húmedos sobre su piel; hasta alcanzar su hombro derecho. Por su parte, ladeó el rostro hacia el lado contrario, haciéndole espacio para que continuase con aquellos besos. Las manos ajenas, recorrieron su cintura hasta dar con su vientre, lugar en donde ella posó sus propias manos, sobre las contrarias. Sus ojos se cerraron; el calor emitido por el cuerpo del hombre, combinado con el embriagante aroma de su perfume era definitivamente su perdición. Aquello era un error, un terrible error y lo sabía. Sin embargo, a esas alturas, ya no podía detenerse.
Ella era una mujer madura, ya en sus cuarentas; él, era mucho más joven y vigoroso. Las manos ajenas se apartaron totalmente de su cuerpo y algo intrigada se dio media vuelta, quedando de frente a él mientras observaba cómo este se deshacía de su ropa, dejando descubierto inicialmente su torso ante su mirada. La visión de sus brazos bien definidos, hizo que la morena terminara por morder su labio inferior con un claro deseo. Enseguida se bajó de sus zapatos de tacón, sin apartar la mirada de la ajena en ningún momento mientras eliminaba la poca distancia existente entre sus cuerpos. Con delicadeza, llevó sus manos hacia el pantalón del contrario, desabotonándolo al primer intento. Pronto notó cómo la tomaba por el cuello, haciéndola alzar el rostro consiguiendo que sus bocas se rozaran en un tímido beso. Con los labios sobre los ajenos, la morena terminó pegando su cuerpo totalmente al contrario deslizando ambas manos por sus brazos, de forma ascendente a medida que el beso cobraba vida y se volvía más apasionado. Ella terminó rodeando el cuello del hombre con ambos brazos, dando pie a que las manos ajenas descendieran por su espalda, haciendo que las mismas terminaran nuevamente en la parte baja de su cintura, ágilmente el contrario la tomó de las caderas, haciéndola alzarse para enroscar las piernas en la cintura del hombro, dejando rozar su entrepierna con la pelvis ajena mientras su lengua se encontraba con la ajena en un beso, que para esas alturas ya rozaba lo salvaje en lo que era conducida hacia la cama que reposaba en el centro de la habitación haciendo que las ansias y el deseo recorrieran cada parte de su cuerpo, pues sabía, que aquella noche sería inolvidable.
Me acabas de matar. No puedo esperar para leer mas de estos pequeños relatos. The Queen Approved.
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