Lo más difícil de escribir este post es precisamente lograr comenzar y pensar en cómo hacer que el mes de abril que recién comienza sea diferente a aquel que recién termina, el mes de la pausa.
Parece una tontería, pero sucede que cada día nos transformamos en un ser humano diferente. Nuestras vivencias nos llevan a convertirnos en personas nuevas, con un cuerpo de experiencias que derivan en conocimientos que nos pueden ser de utilidad para confrontar la realidad que se nos presenta.
Es necesario que hagamos el ejercicio de aprender de todo cuanto nos sucede. No me refiero solo a lo negativo, sino a aprender incluso de aquello que nos ha sido grato y placentero. No solo los días oscuros nos dejan lecciones. En este escrito deseo contarles lo que aprendí durante esta pausa.
Como educadora sé que es muy difícil aprender en solitario, pero la experiencia me ha permitido comprender que todo aprendizaje llega de la mano de nuestra propia participación activa. Es decir, cuando nos hacemos conscientes de algo, aprendemos de ello. A veces nos exponen a situaciones que nos suponen cierto estado de ánimo y no reflexionamos sobre ellas, pero resulta que estas son verdaderas situaciones de aprendizaje que no identificamos porque estamos distraídos disfrutando o lamentando el momento.
Entonces tenemos que aprender a descubrir aprendizajes detrás de las cosas que nos suceden para proveernos de mayor cantidad de herramientas para continuar en la lucha por nuestras metas, para continuar en nuestro proyecto de vida.
El mes de marzo fue un mes especial para mí. Descubrí algunas cosas nuevas y recordé otras que ya casi estaban del todo olvidadas. Pero solo mi reflexión sobre ellas me permitió descubrir que todo esto había estaba pasando.
En marzo descubrí que tengo un verdadero problema con la televisión. No me di cuenta por mis propios medios. Lo noté cuando mi hija sacó la cuenta del número de horas que todos los que aquí vivimos vemos televisión. Y resulta que me llevo el primer lugar. Esto no es malo. Después de cumplir con un compromiso académico reciente, que absorbió todo mi tiempo durante el último año, lo menos que me regalo es alguna que otra serie interesante en televisión satelital.
(También recordé que soy rápida para encontrar excusas, aunque eso lo sé desde hace mucho más tiempo, no lo descubrí en marzo).
En el mes de marzo me descubrí durante horas trabajando en la elaboración de lazos y flores de tela, todos a mano, los uso para hacer cintillos y colocarlos en la tiendita de ropa de niña que intento mantener en pie con ayuda de mi madre (la mejor costurera del mundo). Los hacía para pasar el tiempo, sentada en la ventana que da hacia la calle y tratando de distraer a la mente de las cosas que me dañaban el espíritu en la pausa obligatoria a la que estaba sometida.
En marzo dediqué tiempo a jugar con mis hijos, que son adultos pero están muy jóvenes. Dos estudiantes universitarios y una esperando ansiosa para iniciar el primer semestre de su carrera. Inventamos un juego nuevo en el que comenzábamos a contar un cuento que no era cuento sino película y el resto tenía que adivinar de cual se trataba. No había más reglas. Yo creía que tenía que rebuscar mis historias y ellos jugaban a ponerla facilita y seguir narrando. No supimos quien ganó, pero nos divertimos un mundo en esta etapa de la pausa.
En marzo aprendí que todas las comidas son benditas. Me desesperaba pensar en lo que estaría en la mesa la próxima cena, pero siempre resultó que la cena tenía la mejor compañía y la aderezaban la vida y la salud de mis afectos.
El punto es que deseaba cambiar todo lo malo que viví durante la pausa del mes de marzo, pero la única manera de lograrlo fue pensar en lo que significó el trasfondo. Lo que se escondía detrás de las oscuras horas en las que nos manteníamos en pausa.
Me molesté por no poder ver televisión, me causaba desesperación no poder cumplir con los compromisos académicos que supone mi trabajo como docente en una universidad y me entristecía perder el ritmo de publicaciones que recién adquiría en esta plataforma. Me quejé por estar aburrida y “perdiendo el tiempo” haciendo lazos, teniendo tantos pendientes. Comencé a jugar con mis enanos (así llamo a mis hijos) con desánimo, con fastidio de tener que seguirles la corriente para hacer que el tiempo pasara más rápido y apurar el sueño en esas noches en pausa.
Pero lo que ahora sé es que las anheladas horas viendo tele me restan tiempo valioso para escribir y practicar unas manualidades que terminaron por ser gratas acompañantes. Recordé que tengo unos hijos inteligentes y valientes, que me dieron lecciones de resiliencia y fe. Me acompañaron a cenar a la luz de las velas y a jugar a contar historias mientras la luz regresaba.
Comprendí que estaba enfrascada en NO acostumbrarme a los embates de esa pausa en la que estaba, pero en ese esfuerzo desgastante, no notaba que la vida siempre es rápida y su ritmo vertiginoso me escondía sensaciones ya olvidadas.
Hoy es primero de abril y tengo las energías renovadas. No importa si vuelve la pausa, estoy preparada para enfrentarla y disfrutarla si es necesario. Lo que rescato de todo esto es que no es lícito doblegarse. El espíritu debe ser fuerte y la forma de entrenarlo es precisamente descubriendo aprendizajes escondidos en cada experiencia, incluso esas que no nos parecen gratas a primera vista, pero que pueden traer tesoros escondidos.
Marzo fue el mes de la pausa. Era sencillo desesperarse y sumirse en la depresión ante la inminente ruptura emocional e incluso física con el mundo que conocemos. Sin embargo, ninguna oscuridad debe detenernos. Nuestras acciones dependerán de la fortaleza de nuestro espíritu, de la convicción de nuestras ideas. Busquemos en lo más próximo los motivos para no regresar a ese estado inanimado en el que nos quieren.
En los detalles cotidianos se encuentra la energía necesaria para salir y no regresar nunca más a esa pausa
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Separador elaborado por la autora en Microsoft Power Point 2013