La vida es una serie de eventos en los que la conciencia atraviesa muchos estados. En modo relajante, no hace nada; en modo guerra, el cortisol está al máximo; en modo preguntas, nos cuestionamos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Sin embargo, el estado más activo es el de guerra. Pero si no hay guerra, hay paz, y esto puede ser aún peor, porque la mente no lo procesa bien. Por eso, va y viene: por momentos confiamos mucho, y luego no confiamos en nada ni en nadie. En ese punto, el modo preguntas se desactiva porque las dudas están resueltas: nadie es confiable. Es un pensamiento simple y efectivo, pero doloroso para el ser, para el alma. Así, la vida queda atrapada en un estado de alerta constante.
Gracias a la medicina moderna, la esperanza de vida ronda los 75 años. Es decir, el calvario dura hasta los 75, con el cuerpo cada vez más roto, viejo y desgastado.
Sería mejor establecer por ley una inyección a los 50 y despedirse del mundo cruel. La vida es tan difícil que no se puede trabajar sin explotarse, pero no trabajar significa sentirse un inútil. ¿Para qué llegar tan lejos si esta vida es patética, llena de mentiras? Cada día la humanidad avanza en formas más sofisticadas de engañarnos: con la comida, los productos… Todo es un fraude. Hay que aprender mucho y usar estrategias solo para poder comer, y eso está mal. Ya ni siquiera se puede comer con seguridad. Incluso la amistad muchas veces es solo por conveniencia.
Es la cruel realidad, que tarde o temprano te atrapa y acaba con tus días felices.
Adiós.