Caminaba lentamente por ese piso gris de pequeños cuadros con la figura bastante característica de Sabana Grande. Del cielo empezaban a caer esas pequeñas gotas que no se distinguen en la ropa sino en la piel, de esas que provocan frío y hace que te lleves las manos a la parte alta de tu brazo. La calle estaba abarrotada como de costumbre, como lo suele ser Caracas, una ciudad donde las personas se apiñan unas encimas de otras. A mi lado caminaba mi novio, una chica rubia no muy alta.
(Imagen de dominio público)
Mientras seguíamos dando pasos entre una marea de peatones, artesanos vendedores ambulantes, comenzamos a pensar en qué nos comeríamos, en ese lugar hay muchas ventas de golfeados, pero no sabía si tenía el dinero suficiente, solo le dije que entrásemos a preguntar. Al entrar al local había una cola de unas 3 o 4 personas o muchas, pero cuando bajé mi mirada un poco había un niño del mismo tamaño del bote de basura buscando dentro de ella –Aunque ver personas comiendo de la basura en Venezuela no es algo fuera de lo común, nunca deja de impactar- Seguí como si nada, pregunté los precios de los alfajores y comencé a sacar cuentas con mi novia de si me alcanzaba o íbamos a otro sitio, pero realmente en mi mente seguía pensando en aquel simple niño, que está ahí sin tener ninguna culpa, que ha venido a este mundo sin pedirlo y donde el sistema solo le escupía en la cara.
(Imagen de CRISTIAN HERNÁNDEZ, para el reportaje: "Morir una, dos y tres veces de hambre del diario digital El Estímulo)
Lo seguía con el rabillo del ojo, con las ansias de hacer algo o de que alguien lo hiciera. Noté cuando se le acercó a una mujer que había pedido unos 4 alfajores para llevar y vi cuando ella sin mucho inmute se le negó una y otra vez al niño que lo hizo repetidas veces hasta que se apartó hacia atrás dando unos cuantos pasos. En mi mente pensaba lo miserable de esa mujer al no darle nada al niño y sentí lo miserable que éramos todos por no hacer nada por los tantos que son.
Mi novia que seguía conmigo pensando en qué compraríamos también lo había notado, lo comentamos entre nosotros, pero ella sin tantas pelotudeses decidió en un segundo comprarle uno al niño, al dárselo su cara no tenía precio, y aunque yo también le sonreí al momento de despedirme del niño, por dentro solo crujía, porque sabía que realmente no estaba cambiando nada, que tal vez en la próxima esquina vea a 3 igual a él y ya no me queda para más.
PD: estas palabras son mi arte y el arte siempre es un reflejo y crítica de nuestra sociedad
Es una situación bien triste y lamentable. Pero pienso que no puedes llamar a la persona que no ayuda miserable, no sabes la razón exacta por la que la señora no le compartió. Es ser prejuicioso. Ahora si ella hace actos de desprecio o lo agrede en algún aspecto, si es algo para reprocharle. Pero debemos conocer bien el porque para poder dar una opinión. Saludos.
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Pues así es, pero pues los humanos no somos seres objetivos y al final veo las cosas desde mi cristal, pero es cierto lo que dices también, todas las vidas tienen lo suyo.
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Saludos.
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