Esta es la historia de una mujer que quería escribir un post pero descubrió que se había quedado dormida. Trató de despertarse pero tuvo miedo de que la realidad fuese peor que la pesadilla que estaba viviendo donde todos estaban igual que ella.

No se pudo montar en el autobús porque el chofer pasó de largo, iba con la boca abierta y soñando quién sabe qué. Entonces decidió caminar y entró a una escuela. Las maestras cabeceaban mientras los niños caían desmayados al piso por el hambre y aburrimiento en un “lunes cívico”, pero ellas con movimientos torpes seguían empecinadas en tratar de mantenerlos firmes.

En la televisión todos estaban con ojeras admirando la belleza impuesta del que nació varón y ahora se hacía llamar mujer, mientras un deslave se llevaba la casa de los vecinos, pero nadie parecía darse cuenta, poco a poco cerraban los ojos para no ver la realidad verdadera.

Un diputado roncaba mientras el entrevistador le hacía preguntas obligadamente incoherentes para una teleaudiencia que trataba de entreabrir los ojos pero cada vez entendía menos.

Niños visiblemente despiertos hacen sonar sus instrumentos, el único signo visible de una humanidad que se niega a dejarse apabullar. Adultos hipnotizados asisten a su propia debacle, se aferran a una fotografía, un trozo de periódico, un banderín, o cualquier cosa que les impida perder su memoria, lo único, lo propio, lo que nadie puede robar cuando la dignidad ya ha sido arrebatada.

Ella solo quiere escribir seguir escribiendo, a través de la telaraña observa la realidad adulterada y convertida en normal a la fuerza.